Educar ante una realidad que nos interpela
En general, el ser humano desconoce la grandeza de su dignidad y de toda lo creado. Muchos son los hombres y especialmente las mujeres de hoy que no coinciden en responder a la identidad de su ser. Ante esta confusión es apremiante el retorno a la cuestión ontológica.
La educación básica y superior promueve una fragmentación del conocimiento de uno mismo y del mundo que compromete la existencia y la cultura.
Parece que nos encontramos en una nueva “Torre de Babel”, por una especie de “secuestro del lenguaje”. Intentamos entendernos pero no podemos puesto que cada uno llama y concibe de forma distinta a las mismas realidades (ej. aborto, maternidad, familia, educación, vida, etc.).
Se difunde el relativismo y la persuasión de que no hay verdades absolutas ni comunes a todos.
Existe una conciencia generalizada de la importancia y la prioridad que tiene la Educación para el presente y futuro de nuestra nación y las del mundo entero.
El individualismo ha penetrado también el trabajo educativo. Hace falta acentuar la idea de la "unidad" entre las instituciones educativas: civiles con religiosas, y civiles entre sí, y religiosas entre sí, para verse fortalecidas y lograr fines comunes.
La agenda de Cairo (94) y Beijing, (95), fueron plataformas de lanzamiento de la “cultura de la muerte” y de una nueva concepción del ser humano: hay nuevos “derechos”, nuevo vocabulario. Y desde hace casi 30 años esta cultura sigue creando confusión presentando y difundiendo intereses que se ponen “de moda”.
Las reformas educativas y la realidad de la globalización y de la Postpandemia nos presentan desafíos que es necesario afrontar para no desviar nuestra mirada y nuestros esfuerzos de lo que es la verdadera Educación.
¿Y qué es realmente educar? Es ayudar al hombre a conocer y a vivir su dignidad. Es cumplir y ayudar a cumplir aquel gaudium de veritate, que, según San Agustín, provoca el gozo de buscar la verdad, de descubrirla y de comunicarla en todos los campos del conocimiento. Es ayudar a vivir saciando la sed de verdad tan radicada en el corazón de todos para el bien de la humanidad.
Podemos concluir que uno de los mayores y más nobles actos humanos es el de poder educar a los demás y seguir educándonos a nosotros mismos.
Dra. Norma Peschard