“Ya es hora de que se despierten del sueño”.
En este primer domingo del Adviento, en este inicio de un nuevo año litúrgico, en este nuevo ciclo que nos regala Dios para nuestra vida con el ánimo y con toda la intención de restaurarnos, de sanar nuestras heridas, de curar nuestras aflicciones y de darnos de nuevo con una gran frescura la esperanza. Con estas intenciones que el Señor tiene para nosotros nos habla en esta segunda lectura y en el Evangelio de tener una clara consciencia vigilante. Aquí nos dice San Pablo: ya es hora de que se despierten del sueño… ¿de cuál sueño? ¿a qué se refiere? Poco antes al inicio de la lectura había dicho: tomen en cuenta el momento en que vivimos. Y podemos observar, que el momento en que vivimos está llevando a una angustia, está llevando a una actividad desbordada. Hoy una de las enfermedades más constantes y que se están haciendo comunes es el estrés. Por todas partes los médicos dicen: esto es consecuencia del estrés. ¿Qué significa? Significa que nosotros estamos haciendo una y otra actividad sin saber exactamente, hacia dónde vamos con esas actividades; significa que nos preocupa realizarlas, pero no encontramos la satisfacción suficiente en el hacerlas; significa que desordenadamente, sólo por la tensión de hacer esas actividades, estamos recorriendo la vida. Así marcha nuestra sociedad. Dice San Pablo: tomen en cuenta el momento en que vivimos, ya es hora de que despierten del sueño; porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. Cuando empezamos a creer, nuestra fe era como una semillita; nuestro caminar en la vida hace que crezca esa fe, pero, se desarrolla y se hace más fuerte si estamos despiertos. Por eso es importante descubrir, de que sueño se trata, de que sueño quiere San Pablo advertirnos que tenemos que salir de él.
Más adelante dice: la noche está avanzada y se acerca el día. Sigue todavía con los símbolos… “noche” es el “sueño”, “día” es el “•despertar”. Desechemos pues las obras de las tinieblas, “tinieblas”, igual que “noche”; y revistámonos con las armas de la luz. “Luz” igual que el “día”. Bajo esta simbología de noche-día de tiniebla-luz, entra San Pablo directamente a la conducta: comportémonos honestamente, como se hace en pleno día, es decir; nos está invitando a que compartamos lo que vivimos, nos está invitando a que seamos honestos, ¿quién es honesto? El que da cuentas de lo que hace, el que puede hablar de sus propósitos, el que puede decir qué es lo que pretende, el que puede compartir cuáles son sus intenciones; la honestidad es la transparencia, es el poder compartir con los demás lo que son mis ilusiones y mis proyectos. Hay que salir del sueño. El sueño es algo que está en el inconsciente. Hay que salir y compartir con los demás. Por eso, animo a continuar con entusiasmo este camino de la comunidad que reúne a los equipos de servicio pastoral y de formación de nuestra Catedral. Hoy en este día, primer domingo de adviento, que celebran su asamblea, es eso, salir del sueño, compartir unos con otros, poner en claro qué es lo que nos alienta, qué es lo que nos motiva, hacia dónde caminamos.
Aquí, podemos relacionar esta lectura de San Pablo, con la primera del profeta Isaías: caminemos a la luz del Señor. Y cuál es ese caminar a la luz del Señor, dice poco antes el profeta Isaías: porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor. Caminar a la luz del Señor es, tener esta actitud de escucha a su palabra. No solamente tener la actitud de escucha a lo que pensamos, a lo que es el interior de nuestro corazón, nuestras inquietudes; hay que escucharlas, hay que compartirlas, pero también hay que escuchar lo que el Señor quiere, hay que escuchar su Palabra; y nos da una referencia igual que San Pablo, de distinta manera el profete Isaías. San Pablo nos había dicho que debíamos de revisar que nuestra conducta no fuera de desórdenes: borracheras, lujurias, desenfrenos, nada de pleitos ni envidias, sino siguiendo el modelo de Jesucristo. Y el profeta Isaías nos da otros elementos, dice: de las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas; ya no alzará la espada pueblo contra pueblo, de los instrumentos de las herramientas que sirven para la guerra hay que rehacerlas para que sean renovadas en orden a la paz. Transformar todos esos elementos negativos que a veces nos hacen violentos, agresivos, que nos hacen no entender al otro, nos hacen bloquearnos al otro, nos hacen prejuzgar. Esos elementos transformarlos en diálogo, en escucha, en paciencia, en prudencia, en atención, en razonarlos, en entenderlos. Eso transformará nuestras condiciones de violencia de agresión y de falta de respeto entre unos a otros, y nos hará instrumentos de la paz, de la conciliación, de la comunión, de la unidad, del amor.
Velen pues, dice Jesucristo en el Evangelio, velen y prepárense porque no saben qué día va a venir su Señor. Con estas actitudes, con ese salir de ese sueño, de un hacer cosas por hacerlas, aún hacer cosas con claridad de por qué y para qué las hacemos, es decir, en lugar de dejarnos llevar en la vida por dinamismos que ni descubrimos ni entendemos, pero los seguimos haciendo, tomar esa consciencia que nos permita conducir nuestra vida, tomar en nuestras manos los hilos que las conducen para asumir compromisos y responsabilidades; y no solo en la forma individual, sino también de forma comunitaria. Así, descubriremos la presencia del Señor. Así, estaremos preparados en cualquier momento en que viniere Cristo, nos encontrará velando y dispuestos a reconocerlo.
Que el Señor nos permita en este nuevo año, nuevo ciclo, nos permita reconstruir nuestra personalidad, nuestras relaciones humanas entre unos y otros, nos permita escucharlo. Démosle la oportunidad de que la gracia de Dios entre en acción con nuestras actividades, de allí provendrá no solo la esperanza fundada, sino también la alegría, característica propia del discípulo de Cristo. El Señor nos ha regalado en estos días una exhortación apostólica a través del Papa Francisco que se llama “la alegría del Evangelio”. Allí podrán encontrar ustedes por qué es una grande gracia ser discípulo de Cristo, por qué no nos podemos quedar escondiendo ese tesoro que nos ha sido regalado; cómo transmitirlo, cómo hacerlo vida entre nosotros, cómo entusiasmarnos y cómo tener la esperanza de que nuestra sociedad puede cambiar, si cambiamos dándole cabida a la Palabra de Dios y a su presencia misteriosa a través de cada uno de nosotros. Que así sea.