“Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza”
Encontramos en esta primera lectura del profeta Jeremías esta doble afirmación: por un lado el camino de bendición y por otro lado el camino de maldición. Dice antes: “Maldito el hombre que confía en el hombre y en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón”. Nuestro corazón tiene que estar puesto en el Señor y, entonces, seremos bendecidos. Si nos apartamos del Señor seremos maldecidos. Y luego dice todavía el profeta, más adelante: “El corazón del hombre es la cosa más traicionera y difícil de curar”. Se está refiriendo, particularmente, cuando el hombre se ha apartado del Señor, cuando no ha puesto en él su esperanza; entonces, el corazón se vuelve traicionero porque se va apegando a cosas que no son su felicidad, pero que él cree que sí son su felicidad. Y se va engañando internamente la persona y, por eso, va perdiendo el camino.
También dice el profeta que esto tiene solución. No es, que de una vez por todas, ya tomó este camino, le va bien, o ya tomó este camino le va mal. Es un proceso en el cual se puede revertir y volver al auténtico camino de bendición. Cuando dice: “Yo el Señor, sondeo la mente y penetro el corazón”. Es la acción del Espíritu de Dios que toca ese corazón. Para propiciarlo, como reflexionábamos antes de la Misa, Dios se vale de nosotros, Dios así lo ha decidido; por eso envió a su Hijo y se encarnó haciéndose hombre, para enseñarnos que es desde la misma humanidad –de todo ser humano– desde donde él va a intervenir, a actuar y a transformar.
Por otra parte en el Evangelio de hoy, san Lucas nos refiere una parábola de Jesús dicha a los fariseos. Los fariseos, como bien sabemos, eran una asociación religiosa dentro del pueblo judío, que buscaban la perfección y, buscaban la respuesta a Dios, para encontrar la justicia, para encontrar que estaban cumpliendo con lo que Dios quería. Sin embargo, habían caído en una serie de equivocaciones respecto a la relación con Dios, entre ellas, –es a la que hoy le toca esta escena del Evangelio– se habían vuelto insensibles porque habían pensado que la relación con Dios, era solamente de forma vertical, –yo y Dios. Dios y yo– y que en eso estribaba el camino de la Salvación. Y Jesús, con esta dramática historia que les presenta a los fariseos, nos hace ver –les hacía ver en su tiempo– la sensibilidad indispensable para descubrir la necesidad de situación de los demás, especialmente de los más pobres. Esto lo podemos siempre entender y tener siempre nuestra conciencia alerta si descubrimos y reconocemos que todo ser humano es nuestro hermano, que todo ser humano es un hijo de Dios, que todo ser humano es amado por Dios. Y entonces nuestro corazón se moverá a la solidaridad y a la ayuda, a la caridad, se volverá sensible.
Dice Jesús que este rico que se banqueteaba, tenía a las puertas de su casa, un mendigo llamado Lázaro; pero al cual nunca vio, porque no tenía esta sensibilidad de considerar que el otro era su hermano. Y esta insensibilidad lo llevó, precisamente como nos decía el profeta Jeremías, a que su corazón traicionero lo fuera engañando, pensando que la razón de su vida y de su ser, era el placer, era la riqueza y era el disfrutar él sin importar los demás. Es el camino, precisamente, de la maldición que señalaba el profeta Isaías. El corazón de este hombre se apartó de Dios.
Esta sensibilidad debemos de estar siempre muy pendientes de enriquecerla, de volverla a tomar en nuestra conciencia, y mirar siempre al otro para conocer su situación, y desde nuestras posibilidades, solidariamente, ayudar. Esto nos lo confirma un pasaje del Evangelio de san Mateo, cuando les decía Jesús –también en una especie de parábola– que al final de los tiempos, Jesús nos dirá cómo lo que hicimos con el otro, para ayudarlo, se lo hicimos a él. ¿Recuerdan? Decía Jesús: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve preso y me visitaste, estuve desnudo y me vestiste. – ¿Cuándo Señor? Cuando lo hiciste con uno de esos pequeños, me lo hiciste a mí. Entra a gozar del reino preparado para ti desde toda la eternidad”. Camino de bendición. Por tanto la sensibilidad hacia el otro es fundamental en la espiritualidad cristiana. Nuestra espiritualidad no tiene que ser como la de los fariseos: yo y Dios; sino yo y Dios que me abre los ojos para entender que él se hace presente en cada uno de mis prójimos. Una dimensión vertical que nos lleva a una dimensión horizontal de relación entre nosotros los hombres, los seres humanos, toda persona.
En la Eucaristía tenemos esa fuerza del pan de la vida. En la Eucaristía bebemos esta sangre y este cuerpo de Cristo. En la Eucaristía escuchamos su palabra, y es la mejor manera para fortalecer también esta sensibilidad hacia la fraternidad.
Pidámoselo así al Señor. Y que desde este testimonio de vida, desde esta experiencia de seguimiento a Cristo y a sus enseñanzas, podamos también dar testimonio de su presencia. Cuando hagamos algo por los demás, estamos haciendo visible que Dios camina con nosotros. Que así lo quiera el Señor de esta comunidad parroquial, de toda nuestra Arquidiócesis y, de toda nuestra Iglesia.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla