HOMILÍA EN LA VISITA PASTORAL EN LA PARROQUIA DE SANTA CRUZ DE LA HERRADURA

December 31, 1969


HOMILÍA EN LA VISITA PASTORAL EN LA PARROQUIA DE SANTA CRUZ DE LA HERRADURA

 

“José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”.

Que sencillo suena esta expresión: “Hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”. Cuando nosotros llegamos a la acción, después de todo un proceso de discernimiento, entendemos lo que está detrás de esta expresión. Parece fácil decir: hizo lo que tenía que hacer; hizo lo que Dios quería. Sin embargo, con estos pocos datos que nos da el evangelio, –de este hombre, de este varón virtuoso sin duda, discreto, de este hombre de Dios– vemos que no fue tan fácil. Caminar en la incertidumbre de un misterio, no es nada fácil. Es como cuando caminamos en la obscuridad, porque no vemos y podemos tropezar. Cuando caminamos sin saber a dónde vamos, es muy difícil, es un momento de sentimientos, a veces de temor, a veces de angustia, a veces de desesperación. Y sin duda José vivió todos estos momentos.

¿Cómo podía él imaginar que el hijo que llevaba María, que no era de él, era obra del Espíritu Santo? Eso  nunca se había oído, nunca había recibido una instrucción así,  nadie, menos él. Esa era la obscuridad. Él amaba a María pero, lo que ha sucedido, es una cosa inexplicable a los ojos humanos, es parte de un misterio. Pero era un hombre bueno que creía en Dios, que tenía fe en Dios, y que tenía toda la confianza en quien estaba destinada a compartir con él la vida en matrimonio. Estos dos aspectos, fe-confianza y amor, lo ayudaron a caminar en el misterio. Un misterio que se fue develando poco a poco pero que sin duda solamente en su muerte y al entrar en la gloria, pudo constatar cabalmente que lo que había hecho, era lo que Dios quería. Por ello san José se vuelve un modelo para todos nosotros. Quizá, no porque Dios nos pida un misterio de esa naturaleza que es único en toda la historia de la humanidad, pero si hay otros misterios y otros aspectos que nuestra lógica de pensamiento no nos da la explicación para poder entender lo que vivimos, y es entonces cuando nos toca caminar a la luz de la fe. Decía san Juna de la Cruz: en la noche obscura, en donde sólo la fe nos ilumina.

En el mundo de hoy hay muchas sombras, sombras que se viven en la familia, sombras que se viven en la relación de esposo esposa, sombras    que se viven en la injusticia o en la adversidad, o en el drama de una catástrofe. Hoy constantemente en nuestra conversación con quienes compartimos la vida, encontramos esas sombras donde sólo la fe nos ilumina.

Por eso es que la liturgia de hoy nos presenta en la primera y segunda lectura dos modelos que se refieren a José. En la primera lectura nos presentan a David, y en ella nos refiera cómo Dios le promete algo que él no había pedido, pero que cree en eso que Dios le ha prometido: una dinastía de donde vendrá precisamente José. De esa dinastía de David es José,  que igual que David va a ser el garante de la alianza, porque al aceptar a María y aceptar el hijo de sus entrañas, da cabida al plan de Dios en la historia. David fue un hombre que tuvo de todo, sabiduría y pecado, hasta llegar al crimen, sin embargo, siempre lo mantuvo su fe en Dios.

El otro modelo que nos presenta la segunda lectura es Abraham, padre de la fe. Ese hombre que también sin ver creyó y nunca constató en su propia vida terrena que se cumpliría la promesa que Dios le hacía. Él solamente vio a un hijo, a Isaac, y Dios le había prometido ser padre de muchos pueblos; lo fue, pero no los vio, nunca pudo constatar en esta vida terrena la promesa cumplida de Dios.

Por eso estos dos personajes del Antiguo Testamento, nos ayudan a entender también la figura de san José. Entender que en su confianza en Dios y de aceptar aquello que como un sexto instinto –la narración evangélica nos habla de un sueño, es una forma narrativa– pudiéramos pensar como en un sexto sentido que le hace ver, al ver el rostro de María, al ver su sencillez, su bondad, su inocencia, creer que esto viene de Dios y aceptar lo que parecía inaceptable.

Hermanos a la luz de esta figura de san José, patrono de la Iglesia, que nos confesó un día el Papa Francisco a un grupo de obispos, que su invocación después de María es san José, y después de san José, es san Miguel Arcángel. ¿Y qué creen que nos dijo el Papa Francisco? Es que san José es el que cuida la casa, entonces me tiene que cuidar la casa que es la Iglesia; y san Miguel arcángel es el que nos cuida del enemigo de la casa, y entonces hay que invocar a ambos para cuidar la casa por dentro y para cuidar la casa por fuera.

San José nos cuida esta casa interna que es la Iglesia. Y hoy día, precisamente necesitamos de esa intervención, de esa ayuda de san José en nuestra Iglesia. Y específicamente en nuestra Iglesia arquidiocesana de Tlalnepantla. Porque, como les decía antes de la Eucaristía, no podemos estar tranquilos, por una parte, sabiendo cómo están los tiempos, cómo los cambios y las fracturas culturales están destruyendo ese consenso de valores en torno al evangelio, y sabiendo que todavía hay nueve que se confiesan católicos, pero que no vienen a la casa ¿Qué haría una madre, si de diez de sus hijos, nueve nunca la visitan? ¿Se quedaría tranquila diciendo: ya vendrán algún día cuando me muera? No creo que esa sea la respuesta que una madre da a una situación semejante. Ustedes quizá escucharon la entrevista que le hizo Valentina al Papa Francisco. Ahí le decía: México tiene una madre, la madre Guadalupe, la Virgen de Guadalupe. Y a ejemplo de ella, también tenemos que actuar nosotros. La Iglesia tiene que ser Madre. No podemos quedarnos tranquilos como si nada pasara, simplemente porque nuestras Iglesias sigan funcionando y haya un diez por ciento que la mantiene, dejando a nueve de cada diez de sus hijos en los caminos equivocados, o simplemente de la indiferencia o muchas veces de la ignorancia de lo que se están perdiendo.

De ahí la misión, de ahí que también el Papa nos diga: “¡quiero una Iglesia en salida, una Iglesia misionera que no esté simplemente esperando la llegada de sus fieles, sino que lance a sus fieles a buscar a los que no vienen! La misión se hace pues indispensable, pero con la confianza, así como la tuvo José, también nosotros, de que esto es lo que Dios quiere para este hoy en la Iglesia.

Pero la misión no es simplemente traerlos para que vengan a Misa. Los sacerdotes han estado, en las semanas de formación permanente, en estos últimos meses de febrero y marzo de nuestra arquidiócesis, viendo que si hacemos la misión es para promover la formación de comunidades donde se comparta la fe, porque eso es lo único que nos va a hacer crecer, en nuestra propia conciencia del valor de ser discípulos de Cristo. Compartir la fe, lo hacemos en los sacramentos, lo hacemos en las misas dominicales; pero tenemos que llegar a abrir este espacio, que yo lo atribuyo a siglo y medio de una insistente filosofía liberal en que ha metido la fe en la intimidad y privacidad de la persona, y nos han enseñado, desde el siglo XIX  a la fecha, que las cuestiones religiosas las debe de vivir el individuo en su interior, lo cual es cierto. Pero lo que nos han evitado hacer es la explicitación a los demás de nuestra fe. Ese pensamiento lo tenemos que romper, tenemos que descubrir que la riqueza de nuestra fe está en el compartirla.

Yo creo que san José no se quedó en silencio con María, sino que compartió con María y de ahí empezó a surgir su serenidad y su paz. Yo creo que José y María compartían lo que veían de ese niño, de ese bebé, de ese niño de cuatro años, de ese niño de doce que se les perdió en el templo, que se quedaban consternados: “Tu padre y yo te buscábamos”. Compartían e iban descubriendo en su hijo, algo que veían más allá de un hijo ordinario.

Compartir la fe es la riqueza de la Iglesia Católica, dejarla en la intimidad, discúlpenme si hiero alguna sensibilidad, pero dejarla en la intimidad es una tendencia que nos proviene de la reforma protestante del siglo XV y XVI, precisamente Martín Lutero que la promovió. Pensaban que cada hombre era capaz de relacionarse con Dios en su conciencia y que eso bastaba. La Iglesia Católica nace, la Iglesia de los Hechos de los apóstoles, la Iglesia del primer siglo, y la Iglesia de los primeros cuatro siglos, y la Iglesia sucesivamente a lo largo de la historia, siempre que ha puesto en común su fe, entre quienes son miembros de la Iglesia, salen adelante.

Recordarán ustedes la vida de san Francisco de Asís. ¿Se quedó callado? No. Su experiencia de Dios la compartió y la quiso llevar hasta Jerusalén y hablar con el sultán  para ver si podía rescatar los territorios, de la Tierra Santa, que recordaban la vida de Jesús, y lo logró, porque tenía su fe, no para guardarla como nos dice la palabra de los talentos, no para enterrarla y dar cuentas al final del tiempo, no. San Francisco y los grandes santos compartieron su fe porque eran cinco o diez o los talentos que fueran, pero había hacerlos que produjeran fruto. Nuestra fe va a producir fruto en la medida que lo compartamos.

Por eso los invito a ustedes, hoy ¡hoy! Cuando regresen a su casa, –porque estoy viendo que aquí hay muchos matrimonios,  esposo esposa, están por ahí– compartan lo que esta palabra de Dios y lo que esta Eucaristía les deja, y compártanlo con los hijos. Se ha perdió mucho este compartir la fe en la familia. El Papa, hoy san Juan Pablo II, él le dio esta manera de describir la familia: Iglesia domestica. Para que sea Iglesia domestica la familia, compartir la fe, y compartirla con la familia ampliada, y compartirla con los amigos, y compartirla en los círculos de relación. Eso es la misión. Tenemos que abrir y romper ese paradigma, de que la fe es el talento enterrado en el corazón de cada uno de nosotros, no. Es el talento que Dios nos ha dado para compartirlo con los demás. Por eso la Eucaristía es el centro y culmen de la vida cristiana, pero para que una cosa sea culmen, tiene que haber un trabajo previo para llegar a ese culmen. Ese trabajo previo es el compartir la fe en los distintos ámbitos de mi vida. Pidámosle a Jesús que nos dé esa fortaleza, esta fuerza, este ánimo de crecer y de desarrollar nuestra fe en beneficio nuestro, pero sobre todo buscando el beneficio de los demás. Que así sea. 

 

+Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla