“Todos me van a conocer…”
Son palabras que, en nombre de Dios, pronuncia el profeta Jeremías en el anuncio de una nueva alianza. Dios había hecho ya una alianza y quedó establecida con los mandamientos de la Ley en el monte Sinaí, de ahí surgen los Diez Mandamientos, quien los guardara recibiría la protección de Dios, quien no los cumpliera quedaba sin esa ayuda divina, quedando a sus propias fuerzas. La alianza entre Dios y su pueblo, a través de Moisés en el monte Sinaí, es una alianza bilateral, es decir, yo me comprometo a esto y, de la otra parte hay también un compromiso. Si se rompe ese compromiso de alguna de las dos partes, la alianza queda sin efecto, queda rota.
El pueblo de Israel, después de haber cruzado el desierto y llegado a la tierra prometida, no supo cumplir en las distintas generaciones, –como no los cuentan los libros de Josué y luego el de Jueces– no supieron cumplir lo que les tocaba hacer, no guardaron los mandamientos. Y por eso surgen los profetas como un primer intento de llamar la atención al pueblo de Dios. Los profetas una y otra vez recuerdan que son el pueblo elegido, el pueblo de la alianza, el pueblo que Dios ama; sin embargo, no logran mantener la alianza en vigencia. Por eso el profeta Jeremías, como lo hemos escuchado en esta primera lectura, hace el anuncio solemne de una nueva alianza, y dice: “No será como la alianza que hice con los padres de ustedes, cuando los saqué de Egipto. Ellos rompieron mi alianza…” Será una alianza nueva.
¿En qué consiste esta nueva alianza? Dice el profeta: “Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a grabarla en sus corazones”. La primera alianza, la de Moisés, se grabo la Ley en dos tablas de piedra. Ahora dice Dios, la voy a grabar en el corazón de cada uno de ustedes. Este es el primer elemento. Y el segundo elemento dice: “Ya nadie tendrá que instruir a su prójimo ni a su hermano, diciéndole: ‘conoce al Señor’, porque todos me van a conocer…” Este segundo elemento significa que el don más importante de esta alianza es que podremos estar en relación personal con Dios y no a través de alguien, que podemos relacionarnos con el Señor. ¿Pero cómo va a ser esto? Dice el mismo profeta: “Cuando yo les perdone sus culpas y olvide para siempre sus pecados”. Aquí nos da otro elemento más de esta nueva alianza. Si yo quebranto la alianza, la alianza no se va a romper, será por tanto esta nueva alianza, una alianza unilateral. Es una alianza que me favorece, y además deja toda la responsabilidad de su vigencia en Dios. Así lo quiere Dios, sabe de la fragilidad humana, sabe del barro que estamos hechos, y entonces dice: Lo único que, para mantener esta alianza, necesitan ustedes, es que cuando de esa fragilidad caigan, vengan conmigo para que yo les perdone sus culpas y olvide para siempre sus pecados.
Esa nueva alianza está anunciada aproximadamente seis siglos antes de la venida de Jesús, es una promesa. Pero esta alianza se verifica en la persona de Jesucristo. Él es el mediador de esta alianza. Jesús es entonces el garante de que esta alianza jamás se romperá. Se fijan ustedes en las palabras de la consagración del cáliz: “Esta es mi sangre, sangre de la nueva alianza”. Alianza eterna, nueva y eterna. Es en Jesucristo que está la garantía, que a pesar de nuestras fallas, pecados, caídas, fragilidades, el amor de Dios está garantizado.
Es como el ejemplo de un papá o una mamá que aman profundamente a sus hijos y, por el amor, perdonan. Por el amor reintegran al hijo, a pesar de lo que haya hecho; pero lo reintegran con la esperanza de renovarlo, de transformarlo, de volverlo a hacer ese hijo bueno que tuvieron en sus brazos y que educaron. Así es Dios, un Padre misericordioso. No nos perdona para que sigamos igual, nos perdona para que entremos en la hermosísima experiencia del amor para renovar nuestro corazón. Por eso dice que la va a grabar en nuestros corazones. Y esto es lo que hace justamente Dios mediante el Espíritu Santo que nos ha regalado en el sacramento de la Confirmación, que nos ha dado desde nuestro propio bautismo. Está ahí la presencia del Espíritu en nuestro corazón.
Hermanos, esta es la razón por la que Cristo es buscado. Vemos en el evangelio que griegos, es decir, no miembros del pueblo judío, personas totalmente ajenas, con una cultura totalmente distinta, quieren conocer a Jesucristo. Y eso es lo que debemos hacer, dar a conocer a Jesús para que, como dice el mismo Jesús en el evangelio de hoy, puedan seguirlo, puedan recibir el beneficio de esta alianza.
La misión de la Iglesia, por eso, es presentar a Jesús, que conozcan a Jesucristo, que aprovechen este mediador de la alianza de amor eterna que ha hacho Dios con nosotros su pueblo. Esta mediación de Jesús es la que hace que él se entregue incluso a la muerte. Que no la quiere, nos dice el segundo texto de hoy de la carta a los Hebreos; le pide a Dios que ojalá hubiese otro camino, que aparte de él este cáliz, y se lo dice con lágrimas, angustiado, con temor, y lo vuelve a decir en el evangelio: tengo miedo, y ¿me voy a echar para atrás cuando para esto he venido? Jesús acepta, con la fuerza del Espíritu, entregarse a la muerte para poder manifestar que él está para glorificar al Padre, lo cual significa que el hombre viva. La gloria de Dios es que el hombre viva.
Esa es la razón de la entrega de Jesús en la cruz, para manifestarse capaz de perdonar aun en ese extremo de ser sacrificado injustamente. Para mostrar el amor misericordioso del Padre que mantiene su alianza para toda la eternidad. Con esta confianza caminemos esta última semana de Cuaresma. Vayamos al sacramento de la Penitencia, de la Confesión, lleguemos con el sacerdote sabiendo que encontramos la misericordia del Padre y que volvemos a integrarnos en el pueblo elegido por Dios, en su Iglesia. Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla