«Este es el día del triunfo del Señor. ¡Aleluya!»
Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús:
Hoy es un día solemne, porque celebramos el triunfo de Jesucristo, por eso se llama la Pascua, porque la Pascua es el paso de la muerte a la vida. Esta verdad de la Resurrección del Señor nos debe llenar de mucha alegría, porque la Resurrección cambia el sentido de la vida, le da otra dimensión, porque sabemos que estamos llamados a seguir las enseñanzas del Maestro, seguir sus huellas, pero que nuestro destino final es la casa del Señor.
Con su muerte y Resurrección, con su sangre derramada en la cruz nos abre las puertas del Cielo, y es el camino que vamos haciendo nosotros. Hay familiares y amigos que se nos han adelantado a la casa del Padre y en todas las celebraciones de la Eucaristía pedimos por nuestros fieles difuntos, para que ya gocen de la Paz eterna.
Así como tuvimos todo un tiempo de Cuaresma que nos fue preparando para vivir la Semana Mayor, en especial el Triduo Pascual, la pasión, la muerte y la Resurrección, hoy iniciamos este tiempo de Pascua, que son 50 días que nos llevan hasta el domingo de la Ascensión del Señor a los Cielos y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.
Al escuchar la primera lectura el día de hoy, del libro de los Hechos de los Apóstoles, escrito por San Lucas, vemos que ya son capítulos que van avanzados, de tal manera que Pedro ya está predicando con la fuerza del Espíritu Santo, pero para predicar tuvieron que pasar algunos días.
Hoy precisamente se nos narra cómo María Magdalena va al sepulcro y encuentra la piedra removida. Ella pensó que habían robado el cuerpo del Señor, y regresó corriendo adonde estaban los Apóstoles y les dijo lo que había pasado: «La piedra está removida y no está el cuerpo del Señor». Y vemos cómo dos de los Apóstoles, Pedro y Juan, van al sepulcro. Era más joven Juan y se fue corriendo, llegó antes que Pedro y solamente se asomó, por respeto no entró al sepulcro, porque Pedro era el que coordinaba, por así decirlo, a los Apóstoles. Sin embargo, Juan se asomó y vio los lienzos. Un poquito después llegó corriendo Pedro también, entró al sepulcro y se quedó desconcertado. Después entra también Juan y al ver los lienzo creyó en la Resurrección del Señor.
Fíjense qué hermoso para todos nosotros este episodio que nos habla de cómo Cristo resucitó. Por eso hoy decimos: «¡Aleluya!», por eso estamos alegres, porque creemos en un Cristo vivo, que ciertamente murió en la cruz, pero resucitó. Tuvieron que pasar varios días, porque además de la piedra removida, el sepulcro, estaban los lienzos, Jesús se les apareció varias veces y les daba ese saludo que utilizamos en la Eucaristía: «La Paz esté con ustedes.»
Yo quiero invitarlos a que en este tiempo de Pascua tomemos la Sagrada escritura, ojalá que sea una costumbre más de los católicos, ya tenemos la Lectio Divina, pero que también tengamos contacto con el libro de los Hechos de los Apóstoles. Estoy seguro que la gran mayoría de ustedes tiene una Biblia en su casa, pero yo no sé cuántos la abran; ojalá que cada día en familia lo puedan hacer. Y el libro de los Hechos de los Apóstoles nos platica sobre este acontecimiento que cambia el rumbo de la historia de la humanidad y cómo la gente se fue convirtiendo y se empezaron a formar las primeras comunidades cristianas en torno a Cristo resucitado. Al estar leyendo este libro de los Hechos de los Hechos de los Apóstoles tenemos que retratarnos nosotros, cómo estamos viviendo nosotros como cristianos, ¿vivimos en comunidad?, ¿compartimos lo que tenemos?, ¿somos asiduos a la lectura de la Palabra de Dios y a la Eucaristía?, ¿qué tanto nos preocupamos por los enfermos y por los más necesitados, por las viudas, por los ancianos, por los migrantes, por los presos, por aquellos que sufren más? Es importante confrontarlos, porque siempre este libro nos enseña muchas cosas, cómo debemos vivir los cristianos.
De tal manera vemos cómo valientemente Pedro empieza a platicar lo que vio: «Fui testigo de que expulsó a muchos demonios, de que hizo milagros, de que predicó, de que murió en la cruz», y seguramente el también les dijo: «Lo negué, negué al Maestro, pero Él me perdonó porque me ama».
También la tarea del cristiano es, como les decía, continuar el camino de Jesús y evangelizar. Siempre les comento que evangelizar no es tanto como dar una clase, sino es compartir la experiencia, y era lo que hacía Pedro, los Apóstoles, compartían la experiencia del encuentro con Jesucristo. No tan rápido les cayó el veinte, pero ya con la fuerza del Espíritu Santo salieron a predicar que Jesucristo es el Señor, que Jesucristo resucitó.
Este Cirio Pascual que prendimos ayer en la noche, en la Vigilia Pascual, nos recuerda que Cristo es la Luz del mundo, que Cristo ha resucitado. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla