“Aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que puedan comprender que el Padre está en mí y yo en el Padre”
De esta manera se defiende Jesús, ante la acusación, de algo que ciertamente era algo inaudito: nadie se había hecho llamar con toda autoridad Hijo de Dios. El pueblo de Israel esperaba al Mesías, pero nunca imaginó que el Mesías sería el Hijo de Dios encarnado, que el mismo Dios bajaría a tomar la condición humana, a ser hombre con todas las limitaciones. Eso nunca había pasado por la mente de ninguno, ni de los profetas, ni de todos los miembros del pueblo de Israel. Por ello Jesús sabe la dificultad que tienen, sobre todo las autoridades, de entender su condición divina. Y lo van a juzgar, precisamente, por eso. Ciertamente a Jesús lo condenan por blasfemo, porque se atribuye cosas que no solamente son atribuciones ilegitimas, que no le corresponderían como hombre, sino que se está atribuyendo cosas divinas: la naturaleza de Dios.
Metiéndonos en esas circunstancias, quizá también nosotros, si nos hubiera tocado vivir en ese tiempo, hubiéramos hecho como los miembros del pueblo de Israel: cómo es posible que éste diga que es el Hijo de Dios. No es por eso tan fácil condenar a quienes condenaron a Jesús. Sin embargo, Jesús da una orientación para que tengan una brújula y puedan entender. Y por eso dice: “Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las obras”. Es decir, puede ser que no te podamos creer en lo que tú estás diciendo, pero como estás haciendo cosas que solamente en nombre de Dios y por autoridad de Dios las puedes hacer, entonces creo en ti. Esta es la indicación que da Jesús para defenderse y para abrirles un camino a su entendimiento. De ahí la importancia de las obras.
Las obras, cualquiera que hagamos, las obras más buenas que podamos hacer, no son merito nuestros. Nosotros siempre nos las queremos atribuir, somos humanos, nuestro orgullo nos hace sentir que gracias a nosotros se hizo esto, gracias a nosotros se hizo aquello; nos merecemos aplausos, nos merecemos reconocimientos, nos merecemos que la gente nos aprecie, es nuestra tendencia humana. Sin embargo, las obras, lo que tienen de grandioso es que manifiestas la intervención de Dios, cuando son obras buenas. Y por ello también el mismo evangelista nos cuenta que Jesús después de haberse defendido de esta manera, regresa al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado en un principio y se quedó allí. Muchos acudían a él y decían: “Juan no hizo ningún signo” –cuando el evangelista Juan habla de signos, se refiere a milagros– Juan Bautista no hizo ningún milagro; pero todo lo que Juan decía de éste, es verdad”.
Juan dijo que éste era el Cordero de Dios; Jesús es el Cordero de Dios. Juan lo señaló como el Mesías; Jesús es el Mesías. Y la gente empezaba a ver, en la persona de Jesús, lo que Juan habías señalado de él. Para eso nos sirven las obras, no para nuestro orgullo, nos sirven para expresar la intención de Dios en medio de nosotros. Esta es la manera como debemos también nosotros conducirnos.
Finalmente quiero referirme, en un tercer punto de reflexión, a la primera lectura del profeta Jeremías, que luego la hace suya Jesús, en su experiencia, en su encarnación. Pone toda su confianza en Dios, sabe que está haciendo lo que Dios le pide hacer, y aunque se le venga el mundo encima, y aunque sufre, –porque Jeremías es el profeta, de entre todos los profetas del Antiguo Testamento que más se asemeja, en su experiencia existencial, a Jesucristo– sufre constantemente la adversidad, el ánimo contrario de parte de los demás. Lo señalan siempre como falso profeta, eso es lo peor que le puede suceder a un profeta, que te señalen como no auténtico, como no verdadero profeta. Jeremías así fue señalado. Sin embargo nos dice el texto que él tiene toda su confianza porque “el Señor está a mi lado;… y por ello no podrán conmigo. Quedarán avergonzados de su fracaso y su ignominia será eterna e inolvidable… Porque tú Señor, conoces en profundidad los corazones”.
La confianza puesta en Dios, es fundamental en nuestro seguimiento de Cristo. Tener toda, toda nuestra confianza en que él nunca nos dejará de su mano. Pidámosle a Dios que, entonces de esta palabra que hoy nos ha sido proclamada, aprendamos como Jesús a defendernos con las obras; pero aprendamos también que las sobras son expresión de la presencia de Dios. Y aprendamos siempre a caminar, no esperando que todo sea fácil y que salga bien, sino porque tenemos puesta toda nuestra confianza en el amor de Dios, tenemos puesta nuestra confianza en que Dios nos acompañará a lo largo de nuestra vida. Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla