“Tengo el alma llena de una tristeza mortal…”
Son palabras de Jesús en el huerto de Getsemaní. Vamos a ubicarnos en esta escena y, desde ahí, tratar de tener algunos elementos de meditación, sobre todo de este relato de la Pasión de Jesús.
Jesús llega al huerto de Getsemaní, con una clara visión expectativa de que se aproximaba su muerte. Por eso dice el texto que empezó a sentir terror y angustia; y por eso dice: “Tengo el alma llena de una tristeza mortal. Quédense aquí velando”. Lo primero que podemos observar es que estas expresiones de terror, de miedo, son propias de un ser humano, no son propias de Dios. Por eso en este día la lectura segunda, del apóstol san Pablo, nos recuerda que al encarnarse Jesús, no se aferró a su condición divina sino que se anonadó, es decir, dejó como escondida la naturaleza divina en su persona y tomó todos los condicionamientos y limitaciones propias del ser humano. Ese es el sentido de esta expresión: terror, angustia ente la muerte, tristeza por lo que va a venir.
Teniendo pues estos elementos en donde se manifiesta que verdaderamente Jesús se hizo hombre, como cualquiera de nosotros, podemos entender todo lo que asumió en su Pasión, todo el sufrimiento hasta llegar a la muerte; pero esta escena del huerto de Getsemaní, nos ayuda a descubrir cómo –como un ser humano– puede él afrontar tan tremenda y dramática realidad. Por eso se vuelve para nosotros un modelo para seguir, un camino para prepararnos ante cualquier adversidad.
¿Qué es lo que hace Jesús? Primero, esos sentimientos que experimenta interiormente, los comparte con los amigos más íntimos. De los doce apóstoles que lleva al huerto de Getsemaní, dice el texto: “Eligió a Pedro, a Santiago y a Juan”, y a ellos les comunicó estos sentimientos que tenía. Entonces este es el primer elemento: nosotros cuando tenemos alguna situación de sufrimiento, no debemos de quedarnos sin manifestarlos, sin comunicarlos, sin expresarlos, debemos participarlos a aquellos que más queremos y que más nos pueden entender lo que vivimos.
Jesús, además de eso les dice: “Quédense aquí, velando”. Es decir, acompáñenme. ¿Y qué es lo que hace Jesús? “Se adelantó un poco, se postró en tierra y empezó a dirigirse a su Padre…” a Dios. Con mucha confianza dice: “Padre, tú lo puedes todo: aparta de mí este cáliz. Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”. Este es el modelo de oración –Segundo elemento–. Al compartir con los demás, tenemos que dar el siguiente paso: ponernos en las manos de Dios, de Dios nuestro Padre, y dirigirnos así como ha hecho Jesús, expresándole nuestro deseo, lo que nosotros quisiéramos, con toda confianza: “Padre, Tú puedes todo, aparta de mí este cáliz”. Pero la segunda parte, nos dice que además de expresarle lo que nosotros deseamos, en ese momento de dolor, decirle también que aceptamos la decisión de su parte: “Que no se haga lo que yo quiero, si no lo que tú quieres”. Esta es la síntesis de un modelo de oración para nosotros, abrirnos a la voluntad de Dios Padre. Y lo podremos hacer si vamos descubriendo en nuestra vida, –como lo hizo Jesús, que Dios lo ama entrañablemente, profundamente– es el amor el que se manifiesta en la oración, cuando se pone en manos de Dios. Así lo hace Jesús.
Sin embargo, también vemos, en el mismo texto del huerto de Getsemaní, que dice: “Volvió a donde estaban los discípulos, –a los tres que les compartió sus sentimientos– y los encontró dormidos”. No pudieron velar con Jesús, por eso les dice: “Simón, ¿estás dormido? ¿No has podido velar ni una hora? Velen y oren, para que no caigan en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Aquí nos da otro elemento muy importante Jesús. Tenemos que alimentar nuestro espíritu, el espíritu que llevamos dentro necesita ser desarrollado, estar en crecimiento, porque ese espíritu es el que recibe la fuerza de Dios, es el que ayuda a superar cualquier tentación. En cambio dice: “La carne es débil…” Efectivamente nuestro cuerpo nos exige muchas cosas y también nos da esa tendencia hacia cosas placenteras que solamente van a beneficiar al mismo cuerpo; pero no necesariamente al espíritu. Quien fortalece al espíritu, supera la tentación; quien solamente atiende a la carne, se vuelve débil y cae en la tentación. Aquí lo vemos claramente entre Jesús y sus discípulos.
Jesús, después de estos momentos de oración –dice el texto– se siente ya fortalecido, les dice: “Ya pueden dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora. Miren que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya está cerca el traidor”. Está plenamente confiado, ha superado los sentimientos de terror y de angustia; está dispuesto a aceptar el cáliz, está dispuesto a aceptar la voluntad del Padre y se siente fortalecido en su espíritu, y así lo vemos hasta el final, en la crucifixión. Toda la Pasión la asume porque confía en el Padre que lo ama.
En cambio, los discípulos ¿cómo los vemos? Dispersos. Llegan las fuerzas para arrestar a Cristo y quieren con la espada tratar de defenderse. Jesús les dice: no, no es ese el camino; aquí estoy arréstenme a mí, déjenlos a ellos libres. Los discípulos se dispersan, no han orado, no tienen la fuerza del espíritu, han caído en la debilidad de la carne. Una simple sirvienta le pregunta a Pedro: “Tú eres uno de ellos”. No, yo no. No tienen ni la fuerza para identificarse con el Maestro que ha seguido. Judas el traidor, termina su vida suicidándose. La carne es débil y si no se fortalece el espíritu se llaga a situaciones más dramáticas, más terribles. En cambio el Maestro, que se ha fortalecido en el espíritu, alcanza la plenitud de afrontar la muerte y por eso el Padre lo lleva a la victoria final de la Resurrección.
Evidentemente los discípulos, después de la Resurrección, aprenderán perfectamente la lección y podrán, como su Maestro, afrontar la muerte.
Hoy que iniciamos la Semana Santa tomemos esa frase, de la primera lectura del profeta Isaías, que nos dice que debemos, como buenos discípulos, cada mañana despertar nuestro oído y escuchar la palabra de Dios; cada mañana, dedicar un momento de oración para fortalecer nuestro espíritu, cada día tomar consciencia de que Dios nos ama y está con nosotros y nos lleva de la mano y está pendiente de nosotros.
Fortalezcamos nuestro espíritu, particularmente en estos días santos de esta Semana Mayor. Vivamos los días de la Pasión de Cristo aprendiendo, de Jesucristo, a conducirnos ante las circunstancias de nuestra vida, especialmente de las adversas, de las difíciles, de las que se vuelven un drama, para que siempre podamos tener el espíritu pronto, que estará en comunión con el espíritu de Dios. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla