HOMILÍA EN LA MISA DEL SANTO CRISMA

December 31, 1969


HOMILÍA EN LA MISA DEL SANTO CRISMA

 

“El Espíritu del Señor está sobre mí”


Jesús hace suyas las palabras del profeta Isaías, que estaban previstas para el siervo de Yahveh. Dice claramente, como único comentario a la lectura del texto: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que ustedes acaban de oír”. ¿Cómo es que llega Jesús a esta conciencia tan clara, de que el Espíritu del Señor está sobre de él? ¿A esa conciencia de su propia misión?
Jesús, según el Evangelio de san Lucas del cual está tomado este texto, hace así el inicio de su ministerio. Comienza propiamente el ejercicio de su misión, llevado por un discernimiento, sin duda iniciado desde aquella vez en que en el templo sus padres en peregrinación lo llevaron, y empezó a dialogar con los doctores de la ley. Un discernimiento que se prolongó por años; pero que llegado el momento, después de estar siguiendo a Juan Bautista, –quizá aconsejado por él mismo– se va a hacer su retiro en el desierto, por cuarenta días. Dialoga con Dios su Padre y llega a esta claridad: de que el Espíritu del Señor está con él. Este es el sustento para Jesús de todo el ejercicio de su misión, del cumplimiento de su vocación como Mesías.
Hoy este texto, la liturgia nos lo pone –en esta hermosa fiesta que realiza la Iglesia– para que nuestros sacerdotes ministeriales renueven sus promesas sacerdotales; y que el obispo pueda consagrar los santos oleos para el ejercicio de la administración de los sacramentos que hacen presente a Jesús en medio de su Iglesia. Por eso los invito, particularmente a ustedes los presbíteros, pero también a todo el pueblo de Dios, a recordar de qué manera nosotros nos hemos preparado para descubrir, como Jesús, que el Espíritu del Señor está en mí; para recordar la finalidad del regalo que Dios nos hace de este Espíritu, como dice el texto: “Para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, la libertad a los oprimidos y para proclamar el año de gracia del Señor”. ¿Cómo llego yo a descubrir, que he recibido esta vocación y esta misión y que por ello, se me regala el Espíritu que está hoy, hoy mismo sobre mí? Es indispensable que también nosotros hayamos realizado el discernimiento.
Discernir, dentro de la espiritualidad cristiana, significa clarificar la voluntad que Dios Padre tiene de mí, ¿para qué me ha dado la vida? Y para realizar ese discernimiento, es indispensable hacerlo en el ámbito de la oración. Una oración que no se refiere necesariamente a la recitación de plegarias, a la recitación de oraciones establecidas, sino a la conciencia de la presencia de Dios en mi vida. Ese discernimiento, esa oración, esa conciencia de la presencia de Dios, debe de estar orientado para leer los signos de los tiempos. Como nos dice el Concilio Vaticano II, para interpretar la realidad que vivimos, y descubrir en ella, tanto en lo doloroso, como en lo gozoso, lo que Dios nos habla a través de sus acontecimientos. Este discernimiento de esta fase de lectura, –de lo que sucede en nuestra realidad humana en todos sus ámbitos– la debemos de hacer a la luz de la palabra de Dios, escuchando lo que Dios nos ha dicho ya en la Sagrada Escritura. Y confrontando realidad con palabra de Dios descubriremos qué es lo que nos pide Dios hacer hoy, y para ello nos regala su Espíritu. Este es el proceso del discernimiento personal, pero que a su vez, debe realizarse también en el discernimiento comunitario.
Hace unos momentos les comunicaba a los sacerdotes, que ya están listos los subsidios para llevar a cabo este proceso en las pequeñas comunidades que ya han surgido en sus parroquias o que van a surgir a partir del proceso misionero; a partir de ir a visitar a los distantes y alejados, para hacer realidad lo que escuchábamos en la primera lectura del profeta Isaías: “Te he hecho siervo”, pero es muy poca cosa que te dediques sólo al diez por ciento de los fieles que se te han encomendado. Porque eso es lo que estamos haciendo hasta este momento, en nuestra Arquidiócesis de Tlalnepantla.
Las parroquias atienden habitualmente al diez por ciento de los católicos que habitan en nuestra Arquidiócesis. Y el profeta Jeremías dice: “Desde el ceno de materno te llamé, te escogí, te elegí”, pero es muy poca cosa que te dediques a tan pocos. “Te he hecho luz de las naciones para que vayas a todos”. Y esa es la razón por la que el Papa Francisco nos está pidiendo una y otra vez buscar la renovación de nuestra Iglesia, para que sea una Iglesia en salida, una Iglesia misionera, que pueda atender a todos sus bautizados, a todos los que han recibido la filiación divina y han sido incorporados a la Iglesia pero que están alejados, distantes de la práctica y del mismo conocimiento de la fe.
Por ello estas pequeñas comunidades, para quienes se ha hecho este subsidio de la lectio divina a lo largo del Evangelio de san Marcos, es fundamental. No basta, como yo siento que ya la mayoría de ustedes los presbíteros tienen, este ardor misionero, esta gana de traer a los distantes y alejados –porque así lo han manifestado en sus semanas de formación permanente– no basta que lo tengamos nosotros los pastores. Lo tenemos que comunicar a nuestros fieles que sí vienen, que sí participan, que sí valoran la fe y el ejercicio de la fe en la participación de la vida cultual y de la vida evangelizadora de la Iglesia. Por eso es tan importante que, también a ellos, no sólo nosotros, tengamos la sensibilidad de nuestra realidad que ya está manifiesta y expresada en los modelos de situación de cada una de sus parroquias; pero que no basta que estén allí los números y las estadísticas y los datos. Es necesario que esa realidad, confrontarla con la palabra de Dios. ¿Qué es lo que Dios quiere de ellos?, de esos elementos de nuestra vida diaria. Este es el proceso que deberán llevar las pequeñas comunidades parroquiales, para que a la luz de la palabra, este año primero del Evangelio de Marcos, puedan ir descubriendo la presencia del Espíritu que les dice: “Te he elegido desde el vientre de tu madre porque quiero que seas mi enviado, mi servidor”. Todos los bautizados, nos dice el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium, estamos llamados a ser discípulos misioneros. Sólo así podemos tener una sociedad cuya levadura, en todos los ámbitos de su vida, sea el Evangelio. Para eso vino Cristo, es la razón de su venida, es la razón de su misión, de su encarnación y de su redención. Y para ello nos dice el texto del Apocalipsis que vendrá, “porque es el que era, el que es y el que ha de venir...”
Que le entreguemos buenas cuentas, esta Arquidiócesis de Tlalnepantla, gracias a este presbiterio y a estos fieles laicos que en sus distintas parroquias se van a comprometer a iniciar el proceso misionero el próximo 17 de mayo. Que le entreguemos buenas cuentas a nuestro Padre Dios. Que nos sintamos satisfechos y que podamos, como lo decíamos en el salmo: “Proclamar sin cesar la misericordia del Señor”.
Cuando hagamos estos gestos de visita a las casas, a los hogares católicos de nuestras parroquias, experimentaremos sin duda esta alegría propia de quien lleva el Espíritu sobre de él. Que así, como Iglesia particular de Tlalnepantla, le respondamos al santo padre Francisco, que está esperando, que tiene ese sueño nos dice: tengo este sueño misionero para toda la Iglesia. Que esta Iglesia particular le digamos sí, y aceptemos el reto de esta transformación que es querida por Dios Padre, que es deseada por Jesús, el Señor que es, que era, y que ha de venir; y que es impulsada y acompañada por el Espíritu de Dios. Que así sea.


+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla