HOMILÍA EN LA VIGILIA PASCUAL

December 31, 1969


HOMILÍA EN LA VIGILIA PASCUAL

 

“Con amor eterno me he apiadado de ti, dice el Señor, tu redentor.”


Así encontramos esta afirmación en la cuarta lectura que hoy nos ha sido proclamada, dentro de esta noche. Una noche en que hemos recordado, a través de la palabra de Dios, una historia de amor. Una historia de amor, desde cómo nos construyó nuestra casa, de cómo la habitó, y de cómo, a través de los personajes como Abraham, Moisés, David, llevó el acompañamiento de su pueblo querido. Esta historia fue el preludio, la preparación de la plenitud, de la expresión del amor de Dios por nosotros en su Hijo Jesucristo.
El profeta Isaías nos dice más adelante, en esta misma cuarta lectura: “…mi amor por ti no desaparecerá y mi alianza de paz quedará firme para siempre. Lo dice el Señor, el que se apiada de ti”. Un Dios que es amor, un Dios que ama lo que ha creado, un Dios que está siempre pendiente para levantar al caído, para acompañar al que se encuentra en tinieblas, para mostrarle la verdad, para decirle por qué lo ha creado.
Por eso nos dice también el texto: “Tú, la afligida, la zarandeada por la tempestad, la no consolada: …yo mismo te pondré con piedras finas, zafiros, esmeraldas, rubíes, murallas de piedras preciosas”. Todo lo imaginable lo presenta el profeta para, de alguna manera, hacernos entender lo que Dios tiene preparado para nosotros. Para ello, lo único que nos pide es que le correspondamos en el amor. El amor es de dos partes, el amor de Dios espera ser correspondido por nosotros su pueblo. Por eso también el texto dice al final: “Todos tus hijos serán discípulos del Señor”. Allí está nuestra respuesta: ser discípulos del Señor; aprender de Jesucristo, de su enseñanza y sobre todo de su testimonio de vida. Cómo fue fiel hasta la muerte, y por eso Dios lo resucitó, su Padre no lo dejó en la sepultura, lo levanta de allí y le dice: Hijo, gracias, adelante, sigue dando vida. Y al dar la vida, rompió el velo de la muerte, ese misterio insondable para todo ser humano, ¿qué hay más allá de la muerte? Cristo nos lo ha revelado. Más allá de la muerte nos espera el amor; pero no es el amor como una teoría, como una palabra, es el amor de una persona, el amor del Padre, el amor del Hijo, el amor del Espíritu Santo. Por eso, al inicio de este texto del profeta Isaías, pone este ejemplo entre el esposo y la esposa. El que te creó te tomará por esposa. Con ese amor que espera el esposo de la esposa, y la esposa del esposo, la correspondencia de ese amor, esa es la que espera Dios de nosotros.
Es el mismo profeta Ezequiel, en la última lectura que, nos ha dicho que no tengamos miedo, porque si se endurece nuestro corazón, si nuestro corazón pierde ese rumbo para el que fue creado, entonces el Señor nos da su Espíritu para transformar nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, para purificarnos, para rehabilitarnos, para redimirnos. “No tengas miedo”. Dice al final el profeta Isaías. “Destierra la angustia, ya nada tienes que temer; olvida tu miedo, porque ya no se acercará a ti”.
Todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, espero, que hayamos ya tenido la experiencia de ser amados. Cuando un padre y una madre aman a sus hijos, le dan esa experiencia hermosa. La experiencia de ser amado, es fundamental en la vida humana, y eso es lo que nos da Dios. La experiencia de ese amor paciente, siempre misericordioso y pendiente de nosotros. Cada uno de nosotros, cuando hemos experimentado que alguien nos ama, somos felices.
La felicidad no procede de lo que las cosas nos dan, sino de esta relación del amor. Eso es lo que ha hecho que Jesucristo –dolorosamente sí, porque tuvo tristeza mortal, porque tuvo ese llanto en el huerto de Getsemaní, porque tenía miedo de la muerte que venía– le dijo a su Padre: “Padre, si te es posible aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Y porque él se sabía amado del Padre, tuvo la valentía y la fortaleza de seguir hasta la muerte dando el testimonio del verdadero Dios, por quién se vive. Esa es la razón de que esta noche es especial. Esta noche es la Vigilia Pascual; esta noche recordamos cómo la humanidad, que estaba en tinieblas, ha encontrado la luz en la persona de Jesucristo. Y la siguen encontrando cada vez que encontramos al amor de Dios. La sigue encontrando cada vez que nos acercamos a Jesús en su palabra, a Jesús en la Eucaristía, a Jesús en la presencia de cada uno de nuestros prójimos.
Por eso, con ese ánimo renovado, los invito para que ahora que pasemos a la renovación de nuestras promesas bautismales, hoy esta noche, al recibir esa agua bendecida en recuerdo de nuestro bautismo; el bautismo que nos hizo de la misma condición que Jesucristo: hijos de Dios. Somos hijos en el Hijo. En esa condición renovemos nuestras promesas bautismales y así renovemos nuestra correspondencia al Señor. Al decirle sí, el Señor, en su rostro estará sonriendo, estará feliz de que cada uno de nosotros le digamos: Señor, creo en ti, creo en tu amor, creo en tu redención, creo en tu Iglesia, creo en esta familia de Dios, creo en este pueblo que es la humanidad a la que tú quieres unida en la que no quieres violencia, agresión; en la que quieres que se respete al Hijo que tanto amas, a todo ser humano. Que así sea.

 

+Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla