“¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?”
Este era el pensamiento que llevaban María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé. Iban cargadas de perfume para embalsamar el cuerpo, el cadáver de Jesús. Iban buscando a un muerto, iban por amor al muerto. Su problema era la piedra que era muy grande. ¿Cuál sería su sorpresa? Primero, que la piedra ya estaba quitada a pesar de ser muy grande. Todavía allí, sin lugar a dudas, pensaron: alguien se nos adelantó, alguien vino antes que nosotros, a pesar que –dice el texto– ellas fueron muy de madrugada. Sin embargo tienen ese valor para entrar al sepulcro. Recordarán ustedes que los sepulcros, en la época de Jesús, eran cuevas, no son como los de hoy día, y por tanto se puede entrar varias personas a los sepulcros. Está la cueva abierta, ellas entran y ¿qué encuentran? Dice el texto que, “Entraron en el sepulcro y vieron a un joven, vestido con una túnica blanca, sentado en el lado derecho y se llenaron de miedo”. ¿A qué le tuvieron miedo estas mujeres? ¿Al joven? ¿A que se les hayan adelantado? ¿O al simple entrar en una zona en donde uno no sabe qué ha pasado, qué está pasando y qué pasará?
Entrar en el misterio. Dice el texto que este joven, seguramente percibió el miedo de ellas y les dijo: “No se espanten. Buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. No está aquí; ha resucitado. Miren el sitio donde lo habían puesto”. Ahora podemos comprender en esta escena, la transformación interior de las mujeres. Ellas iban para embalsamar a un muerto, el muerto ya no está; pero no es simplemente que se hayan llevado el cadáver, el muerto está vivo, ha resucitado. Y todavía el joven les dice: “Ahora vayan a decirles a sus discípulos y a Pedro: Él irá delante de ustedes a Galilea. Allá lo verán, como él les dijo”.
Esta transformación de la escena, las mujeres evidentemente quedan sorprendidas, pero como lo narran otros evangelios, ellas cumplen el mandato, van a buscar a los discípulos y a decirles: “El Señor ha resucitado, está vivo”.
Nosotros, preguntémonos, ¿cómo hemos vivido esta Semana Santa? ¿Mirando a un crucificado que muere? ¿Hemos visto a un Jesús del que nos hemos compadecido? ¿Nuestros sentimientos han sido de tristeza porque Jesús muere en la cruz? ¿Cómo hemos vivido la Semana Santa? Nosotros ya sabemos. Es la transmisión de nuestra fe. Cristo muere en la cruz, sí, efectivamente, es sepultado, sí; pero Cristo no está muerto.
¿Vivimos entonces en la expectativa de ver una víctima que ha sido injustamente crucificado? ¿O estamos en la expectativa correcta de la alegría, de ese sentimiento de felicidad de quien ha descubierto el velo de la muerte y le ha dado muerte a la muerte? Nos ha abierto ese velo para que nosotros tengamos la certeza de a dónde vamos, de quién nos espera, de quién nos acompaña para llegar a nuestro destino. ¿Creemos en este Jesús que está vivo? Vayamos a Galilea, él está vivo.
¿Qué significa ir a Galilea? Galilea es donde comenzó Jesús su ministerio, muy cerca de Nazaret, a las orillas del lago de Genesaret. Galilea es el primer amor, Galilea es toda la serie de ilusiones y proyectos hermosos que surgen desde nuestra juventud en busca del bien y de la verdad. Galilea, como dice el texto del Evangelio en algunas ocasiones, Galilea de los paganos, es la tierra donde hay muchos que no conocen que él está vivo, y que él nos ofrece una vida nueva, una transformación de todo aquello que nosotros hemos visto frustrado; en todo aquello donde nos experimentamos caídos, debilitados, derrotados. Jesús nos dice: levántate, camina, vive, porque la muerte ha sido vencida; tú no estás destinado para la muerte, tú estás destinado para la vida. Y la vida siempre comienza. Retomamos ese primer amor, esa primera ilusión, esos primeros proyectos que nos daban el ánimo de vivir, y así lo hacemos hasta el final porque creemos, porque sabemos, porque conocemos a Cristo el Señor que vive en medio de nosotros. Por eso estamos aquí. Por eso es la alegría de este domingo. Porque Jesús se hace presente a través del Espíritu; porque entra dentro de nuestro corazón, porque nos transforma, nos rehabilita, nos restaura, nos redime cada vez que lo necesitamos. Cristo está vivo para bien de nosotros, para fuerza de nosotros.
Eso es lo que hoy celebramos hermanos, esa es la alegría de la Pascua. Ese es el gozo del cristiano, del discípulo de Jesús. Por eso dice san Pablo: “Busquen esos bienes de arriba…”, los que dan vida. No nos quedemos miopes contemplando solamente nuestras circunstancias actuales, ellas son solamente herramientas de nuestro camino, de nuestra peregrinación. No nos enamoremos de las cosas que no nos dan sino solo la sobrevivencia de nuestra existencia corporal. “Busque los bienes de arriba…” Eso es lo que san Pablo nos dice con esa experiencia de quien conoce al Maestro. Los que hemos comido y bebido, nos dice el primer texto de los Hechos de los Apóstoles, somos los que ahora podemos dar testimonio de que el Señor vive en medio de nosotros.
Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla