«Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo» Con este canto de entrada iniciamos esta solemnidad del Santísima Trinidad.
Queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús:
Les saludo a todos con cariño, con aprecio de pastor, deseándoles que el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo nos acompañen a todos; también a las personas que están siguiendo esta transmisión les envío un saludo, una bendición para todos ustedes.
Hoy fueron muy breves las tres lecturas, la lectura del Éxodo, la primera carta a los Corintios y Evangelio de San Juan, y nos hablan precisamente de la Santísima Trinidad. Podemos nosotros recordar que el pasado domingo celebramos la fiesta de Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo.
Hoy las lecturas hablan de la Santísima Trinidad. La primera lectura hace referencia al Padre. Moisés sube al Sinaí con las tablas de la ley y Dios se le muestra en una nube y le dice: «Yo soy un Dios misericordioso, un Dios cercano, un Dios que es amor». Moisés se pone de rodillas y le dice cómo el pueblo muchas veces es infiel, sin embargo, Dios es eternamente, infinitamente misericordioso. Por eso este Dios que nos ama nos envía a su Hijo Jesucristo, que viene a salvarnos y a mostrarnos el rostro, a revelarnos el rostro del Padre, por ello dice Jesús: «Quien me ve a mí, ve al Padre».
Y el Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo. Comentábamos hace ocho días cómo el Espíritu Santo muchas veces es el desconocido, pero es el que va guiando a la Iglesia en estos XXI siglos de la historia y eso nos debe dar mucha serenidad, mucho ánimo, saber que el Espíritu Santo nos acompaña.
Podemos decir una cosa muy importante, como decía al San Juan Pablo II, cómo Dios, la Santísima Trinidad no es una soledad, sino es una familia. Ciertamente la Santísima Trinidad es un misterio, que no se entiende a la luz de la razón, pero se entiende con el corazón y con la vivencia. Si yo les pregunto en cuántos dioses creen ustedes ¿qué me van a decir? En un solo Dios, ¿y cuántas personas? Tres. ¿Quién es la primera persona? El Padre, ¿la segunda? El Hijo, ¿y la tercera? El Espíritu Santo. Entonces es una familia, tenemos ahí la paternidad del Padre, tenemos la filiación del Hijo, y el Padre y el Hijo nos dan al Espíritu Santo, que es el amor, el amor que nos va guiando. También en la familia, cuando hay amor la familia va caminando por buen sendero.
Un día que Jesús estaba haciendo oración decía: «Que todos sean uno, como mi Padre y yo somos uno». Podemos pensar en esta frase, cómo también el Señor quiere que nosotros seamos uno y caminemos, no aisladamente, sino en familia, en comunidad, en comunión. En la segunda lectura San Pablo anima los corintios, a los habitantes de Corinto, para que vivan la paz, y les dice: «Tengan la experiencia del amor de Dios y, cuando se saluden, salúdense con la paz del Señor». Muchas veces nos saludamos y decimos: Buenos días, buenas tardes, buenas noches, pero qué bonito sería que cuando nosotros nos encontráramos también podamos decir: «La paz esté contigo».
Sería un saludo muy fabuloso lo que hoy Pablo les dice a los habitantes de Corinto: «Cuando se saluden digan: ‘La paz esté contigo’», pero la Paz del Señor, la Paz que da alegría, la Paz que da serenidad, porque hay que olvidar que los frutos del Espíritu son la colaboración, el respeto, la ayuda, la misericordia y la tolerancia, todos son frutos del Espíritu, pero cuando nosotros creamos división, cuando metemos la cizaña, cuando hablamos mal de una persona, esos no son frutos del Espíritu.
Por eso, más que entender el misterio de la Trinidad, debemos vivirlo, vivir experimentando la presencia de Dios Padre, de Dios Hijo y del Espíritu Santo, que nos conducen en la línea del amor. Pues que hoy todas las familias sintamos esa bendición de la Santísima Trinidad.
Fíjense en la celebración de la Eucaristía cuántas veces nombramos a la Trinidad, desde el inicio de la celebración: “En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, y termina la Eucaristía diciendo: “La bendición de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo”. Siempre la presencia de la Trinidad debe ser una experiencia en nuestra vida. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla