«La Iglesia en esencia debe ser una Iglesia de fe, esperanza y amor»
Muy queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús:
A todos les saludo con afecto en este domingo, a ustedes que han venido aquí para participar en nuestra Eucaristía, pero también a las personas que a través de estos medios electrónicos, digitales, llega la celebración, a muchos lugares en el ámbito de la Arquidiócesis, pero también en otros lugares de la República Mexicana y del extranjero; que todos experimentemos el amor de Dios y que esas palabras que nos dice hoy, «No tengan miedo», nos animen a ser personas que proclamemos las maravillas del Señor.
Ciertamente. Si uno va analizando las distintas etapas de la historia de la Iglesia, podemos ver que en cada etapa hubo desafíos muy grandes, problemas, dificultades. Podríamos decir que ahora es el tiempo más difícil, pero cada tiempo tiene lo suyo.
Nosotros encontramos ahora en la primera lectura al profeta Jeremías, que también le va “como en feria”, como decimos, porque es una persona joven. Nos dice la lectura que entre sus propios amigos, entre comillas, le querían poner zancadilla, porque él anunciaba el proyecto de Dios. Un profeta siempre anuncia las maravillas del Señor, los secretos del Reino, pero también denuncia aquello que va en contra de los proyectos de Dios.
Por eso hay momentos en que Jeremías quiere dejar todo, como se dice, tirar la toalla, pero comprende que es una vocación, que el que lo llama es Dios, y que si Dios está con él va a salir adelante, por eso también es un profeta de esperanza.
La Iglesia también tiene que ser una Iglesia de esperanza en nuestro tiempo. En medio de las vicisitudes, en medio de todos los problemas sociales, de todo lo que estamos viviendo en nuestros días, la Iglesia está por encima de ello, porque tiene a Cristo y Él siempre ilumina el camino y nos da esperanza para vivir.
De tal manera que Jeremías, después de estar muy desanimado, recobraba la alegría y el ánimo, y no importaba que no les gustara el mensaje, porque sabía que quería ser fiel a Dios. En la historia ha habido tantas personas de esperanza, pero la Iglesia en esencia debe ser una Iglesia de fe, de esperanza y de amor.
Quiero compartirles a ustedes que hace unas horas llegué de Roma. Esta semana tuve un encuentro muy hermoso que se llama: La visita ‘Ad Limina Apostolorum’, que consiste en ir a la tumba de los Apóstoles, a las tumbas de San Pedro y San Pablo, para recordar los orígenes de nuestra Iglesia, las grandes columnas de nuestra Iglesia.
Estuvimos 44 obispos del sur de México y del centro, los obispos del Estado de México. Fueron cinco días muy intensos, de lunes a viernes, donde visitamos lo que se llaman los Dicasterios, que son las oficinas del Vaticano, donde ordinariamente hay un Cardenal como coordinador, generalmente, que ayuda al Papa en el gobierno de toda la Iglesia universal. Está el Dicasterio para la evangelización y catequesis, el Dicasterio para el clero, de la vida consagrada, para la familia, para los jóvenes, para la vida, el Dicasterio para la comunicación, para la pastoral social, que son dicasterios con los que nosotros tuvimos un diálogo muy profundo para ver qué es lo que sucede en México, pero también ellos nos iluminaban con experiencias a nivel universal, a nivel de todo el mundo.
Además, en estos días tuvimos la visita a las cuatro Basílicas romanas, que son: San Pedro; San Juan de Letrán, que está dedicada a San Juan Evangelista y San Juan Bautista; Santa María la Mayor; y San Pablo. Yo tuve la fortuna de presidir la Misa en San Juan Laterano.
Uno de los momentos más importantes de nuestra visita fue el encuentro con el Papa Francisco. Había cierta inseguridad, porque tiene días que lo operaron, pero a veces no es muy obediente, a pesar de que el médico le dice que esté en reposo él quiere seguir en la tarea de la evangelización. Nos encontramos con el Papa para platicar y qué bonito que él estuvo animándonos a ser una Iglesia de esperanza, una Iglesia sinodal, una Iglesia en la que vamos caminando todos juntos, donde nadie es excluido, donde todos tenemos una palabra como Pueblo de Dios. Él nos decía que debíamos tener mucha cercanía, nos decía: “tener cercanía con sus sacerdotes, sus sacerdotes, con la vida religiosa, con la vida consagrada, con todo el Pueblo de Dios, pero de manera particular con la viuda, con el huérfano y con el migrante.
Nos platicaba el Santo Padre cómo sus papas se vinieron de Italia a Argentina, a él ya le tocó nacer en Argentina, pero cuando antes salían como migrantes era para tener una mejor vida, y ahora salen para subsistir, y de parte de nosotros tenemos que tener esa sensibilidad para apoyar al pobre, a la viuda, al huérfano, al migrante.
Por eso tenemos que ser esa Iglesia de esperanza, para que, después de estos años tan complicados de pandemia, la gente regrese. Decía un obispo: “Yo veo que ahora hay más gente que antes”. Ojalá que todos podamos decir lo mismo, que viene más gente presencialmente, aunque hay gente que no puede, pero que en nuestras parroquias encuentren un ambiente más fraterno, encuentren un ambiente de comunión, donde uno se sienta contento de participar en la asamblea de los domingos.
Así es que el Papa estuvo animando y estuvimos dialogando por esta Iglesia de esperanza, porque “quien pierde la esperanza, pierde todo”. Nosotros, a pesar de las dificultades, sabemos que puede haber un mañana mejor. También les echó porras a las catequista, porque son un tesoro para nuestra Iglesia. En los pueblos indígenas hay más hombres que mujeres como catequistas, pero en general son más mujeres que hombres catequistas en la Iglesia. Ciertamente en nuestra Arquidiócesis es una bendición que haya catequistas, catequistas para niños y niñas, catequistas para adolescentes y jóvenes, y también queremos tener catequistas para adultos, porque todos necesitamos la formación.
Ojalá que todos salgamos hoy muy contentos porque tenemos un Papa que tiene 86 años, que está muy cansado, que su salud no es tan buena, pero que tiene una lucidez extraordinaria y sigue luchando en la línea de la sinodalidad, de una Iglesia no clerical, sino sinodal, donde caminamos juntos y, como Pueblo de Dios, vamos construyendo el Reino de Dios.
Que todos pensamos qué puedo hacer yo para que mi Iglesia sea mejor, para que se una Iglesia más amable, una Iglesia más cercana, una Iglesia donde nadie se sienta rechazado, sino encuentre la misericordia y el amor de Dios. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla