IV DOMINGO DE PASCUA

December 31, 1969


IV DOMINGO DE PASCUA

 

“Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas”

En este texto del Evangelio de san Juan, así llamado del Buen Pastor, Jesús plantea cómo el proceso de unidad entre todos los hombres, entre todos los pueblos, en torno a un solo pastor, es un proceso dinámico, activo, que está siempre presente en la historia de la humanidad, porque las respuestas de cada generación y de cada persona son libres. Por eso es importante respetar las opciones en torno a la fe que cada ser humano tiene en lo personal. Nunca podemos juzgar a los demás simplemente por el hecho de tener otra opción religiosa. A esto la Iglesia lo ha llamado: la libertad religiosa de todo ser humano.
Eso no significa que Jesús está queriendo que todos estemos en el mismo redil. Como lo dice en este texto: “Tengo otras ovejas que no son de este redil, pero es necesario que las traiga también a ellas”. ¿Cómo hace Jesús esta tarea? Lo realiza precisamente a través de nosotros, de las ovejas que ya lo hemos encontrado, de las personas que reconocemos en Jesucristo nuestro camino, reconocemos que es la verdad, y como lo dice hoy también en el Evangelio, es el que nos da vida, que nos ofrece vida.
Nosotros nunca tendremos que imponer nuestro modo de creer, nuestra manera de conducirnos como discípulos de Cristo. Ya el Papa Benedicto XVI –y ahora lo ha retomado el Papa Francisco con gran claridad– no podemos imponer la fe, sino atraer a los demás hacia la fe verdadera. Y por eso es tan importante el testimonio, el dar crédito de lo que nosotros profesamos, con nuestra propia vida. De allí la necesidad de estar siempre en comunión, la necesidad de estar reflejando la unidad que da el seguir a Jesucristo como discípulos.
Hoy, por ello, por este texto, por esta reflexión en torno al Buen Pastor, la Iglesia nos propone que oremos, que todos los cristianos oremos por las vocaciones específicas para poder realizar esta conducción en la comunión y en la unidad de la comunidad cristiana. Eso es lo que hacemos los sacerdotes, los obispos y el Papa. Es una hermosa, pero muy importante y difícil tarea que debemos realizar.
Hay símbolos que nos ayudan a descubrir esta conducción pastoral de la comunidad cristiana. Ustedes se fijan cómo el obispo, en estas celebraciones entra con el báculo, lo va llevando. No es un simple bastón, tampoco es un adorno litúrgico, es el signo del cayado del Buen Pastor. Cuando se hace una ordenación episcopal, es uno de los signos que se le entregan al sacerdote que se le ordena, que se le consagra obispo. Este cayado, –este báculo, como lo llamamos– el obispo lo vuelve a tomar siempre cuando se proclama el Evangelio. Ustedes lo han visto ahora. Es que el obispo, para realizar su conducción pastoral, debe estar siempre atento al Evangelio. El Evangelio es la pauta, es el criterio, son los elementos que tiene que tener siempre el obispo para realizar su función de pastoreo. También al final de la Eucaristía, le vuelven a dar al obispo el báculo, para poder dar la bendición. La bendición no la da el obispo en nombre propio, la da en nombre de Cristo, y por eso se invoca a Dios para que así sea esta bendición, que proceda de él, y que sea él quien bendiga a su redil, a su pueblo, a su Iglesia.
Hermanos, hoy por ello, yo como obispo con mis sacerdotes, preocupados de que estas ovejas sean auténticamente portadoras de la Buena Nueva del Evangelio, necesitamos, a los que ya estamos en la confesión como católicos, que nos decimos católicos, que lo seamos verdaderamente, es decir, que como ustedes aquí presentes, también vengan tantos católicos que no participan en la Eucaristía dominical.
Como se los he dicho en alguna ocasión: de cada diez católicos que tenemos, son dos millones de católicos los que están en la arquidiócesis de Tlalnepantla, de esos dos millones sólo el diez por ciento, doscientos mil, asisten habitualmente a Misa en domingo, en las distintas doscientas tres parroquias de la Arquidiócesis. Eso significa que detrás de cada uno de nosotros, hay nueve católicos, que aunque se confiesan tal, como católicos, no lo practican; y Jesús dice en este Evangelio que, las ovejas suyas lo conocen a él y él las conoce –a sus ovejas–. Este conocimiento de Cristo es lo que tenemos siempre que aprender y vivir, él es nuestro modelo. Si nosotros atendemos a su voz, daremos testimonio coherente y creíble ante el mundo de hoy.
En esta Arquidiócesis, por ello, el próximo 17 de mayo, vamos a ir –los católicos que participan habitualmente en las tareas de la Iglesia– a tocar puertas, las puertas de aquellos que están distantes y alejados pero que están bautizados como católicos, que ellos mismos se confiesan como tal. Quizá también nos encontremos con algunos de otras confesiones. Con respeto dialogaremos ante ellos también, para poder dar testimonio de nuestra fe, pero sin ninguna intención de imponer, ni de obligar. Es la atracción del Buen Pastor la que tiene que llevar siempre a la Iglesia a manifestarlo en el mundo de hoy en sus distintos contextos.
Para terminar quiero hacer una alusión a esta segunda bellísima lectura que nos fue proclamada del apóstol san Juan: “Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos”. No solamente hemos recibido un título, que esté allí escrito de que yo soy hijo de Dios, lo somos.
Y este caminar de hijos de Dios, es un poco a la misma manera como pasa con nosotros cuando nacemos y crecemos en la relación con nuestros padres. El niño bebé no se da cuenta que es hijo, ni se da cuenta quiénes son sus papás, sino que al ir caminando, aprendiendo a hablar, al ir recibiendo el cariño y el afecto de sus padres, aprende a ser hijo, aprende a decir papá, mamá; y en la vida sigue entonces creciendo esta relación de afecto y de generoso amor entre padres e hijos. Es lo mismo entre Dios nuestro padre y nosotros, somos hijos, pero tenemos que vivirlo, experimentarlo, relacionarnos con él. Eso es lo que hacemos aquí en esta Eucaristía, es lo que hacemos cada vez que oramos, cada vez que nos ponemos a leer el Evangelio y meditarlo, cada vez que actuamos y vivimos la caridad con nuestro prójimo en nombre de Dios, descubrimos el rostro misericordioso de un Padre que nos ama profundamente.
Pidámosle al Señor en esta Eucaristía para que caminemos en el redil de Jesús, para que demos testimonio de él y que, de entre nosotros, siga haciendo surgir nuevos sacerdotes, nuevos consagrados y consagradas para beneficio de la pastoral de la conducción de la Iglesia.
Que así sea.

+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla