“Llegaron estas noticias a la comunidad cristiana de Jerusalén”
¿Qué noticias eran? Las que nos dice la primera lectura: que después de la muerte de san Esteban, se desató una persecución contra todos los discípulos de Cristo y, así como mataron a Esteban, también pretendían encarcelar y matar a los que se profesaran discípulos de Cristo.
Como vemos –primera enseñanza– los discípulos de Cristo desde el primer momento también son perseguidos, tienen que afrontar una cruz. Dice el texto que se dispersaron. Aceptar una cruz no significa resignarse sin poder hacer algo por defenderse, por eso los discípulos de Cristo salvan su vida buscando ir a partes más seguras. Se van, salen de Jerusalén, se van muchos a Siria, otros a Turquía, otros a Grecia, otros a Chipre, otros al norte de Egipto en Alejandría, etc. Se van dispersando. Aparentemente es un signo negativo el tener que huir y buscar refugio en otra parte del mundo para poder sobrevivir.
Sin embargo, de esta dispersión encontramos qué es lo que hace crecer a la Iglesia. Llevan su fe a donde van, y también –segunda cosa– al ir a otra parte, no se van perdiendo la comunicación con otros discípulos de Cristo. Eso lo escuchábamos cuando dice el texto que comenzaron a dirigirse chipriotas, cirenenses en Antioquia que se iban convirtiendo, se iban haciendo discípulos de Cristo con los que habían salido de Jerusalén, y dice el texto: “Cuando llegaron estas noticias a la comunidad cristiana de Jerusalén, Bernabé, fue enviado a Antioquía”. Llegaron las noticias de Antioquia de que ahí se habían escondido, pero ahí crecieron y ahora eran muchos más los que se unían como discípulos de Cristo.
Nace la Iglesia, precisamente de situaciones adversas. Nace la Iglesia y crece, cuando con fe se busca la manera de seguir siendo fiel a Jesucristo. La Iglesia de Jerusalén, al saber estas noticias se alegra y les envía a alguien, a Bernabé, uno de los discípulos de san Pablo, para que estén en comunión. Y así, este texto que hoy nos refiere, el texto de los Hechos de los apóstoles, se va cada vez extendiendo a Grecia, a Roma, a Alejandría, a las distintas ciudades donde empezó a crecer la Iglesia.
¿Qué conclusión sacamos de esto?
Primero, que la Iglesia crece en la comunión, crece en la comunión. Si estos mismos discípulos de Cristo se hubieran ido, se hubieran desentendido de Jerusalén, donde estaban los apóstoles, Santiago el mayor, san Pedro, –san Pedro después se va a pasar a Antioquía, y después va a ir a Roma– si se hubieran desentendido, si no hubiera habido comunión, esos discípulos hubieran desaparecido; pero ellos no solamente siguen en comunión con Jerusalén, la comunidad inicial de los discípulos de Cristo, sino, van transmitiendo lo que creen a los demás.
¿No les suena esto a la Misión que vamos a hacer? Eso es lo que necesitamos para crecer y recuperar a nuestros bautizados que están distantes y alejados pero que se confiesan católicos; pero que se han alejado tanto que ignoran lo que es la experiencia de estar en comunión con la Iglesia y escuchar a Jesucristo. Este es el primer elemento que quisiera subrayar de la primera lectura.
De la segunda lectura, es interesante la pregunta o el cuestionamiento que le hacen al mismo Jesús. Dice el texto del evangelio de san Juan: “Jesús se paseaba por el templo de Jerusalén, bajo el pórtico de Salomón y entonces lo rodearon los Judíos y le preguntaron: ¿hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo claramente”. Es una interpelación a Jesucristo: ¡Dinos claramente que tú eres el Mesías!
¿Qué responde Jesús? Fíjense bien en la respuesta: “Ya se los he dicho, pero no creen. Las obras que hago en nombre de mi padre, dan testimonio de mí”. Es decir, Jesucristo no solamente les dice: ya se los he dicho pero ustedes no creen, pero todavía peor, ni siquiera viendo mis obras. Hay que discernir, a partir de las obras, la presencia de Cristo entre nosotros.
Quizá muchos de ustedes también se pregunten: ¡cómo quisiera también yo que Cristo se me apareciera y que me dijera que tengo que ir a la Misión Católica, que él fuera el que me enviara! ¡Cómo me gustaría que él fuera quien viniera aquí con mi esposo, con mi esposa, con mi tío, con mis familiares que no quieren creer ni comprometerse con la Iglesia; que venga y les diga claramente que él es la vida, que él es el Señor, que él es nuestro camino, que él es la verdad! A veces nos llega esa tentación. ¿Y qué tenemos como respuesta? Vean mis obras, vean lo que hago.
Nosotros también tenemos que vivir en comunidad, en comunión para poder manifestar las obras de la comunidad. Hay algunas a las que luego ya nos habituamos y las pasamos inadvertidas. Por ejemplo ¿Quiénes son catequistas, levanten la mano? ¿Qué tal la obra que hacen? ¿La hacen, la manifiestan, los niños vienen y se forman en la fe, y los demás dicen: ha son las catequistas, están haciendo una obra en nombre de Cristo? Nos habituamos a lo que vemos y pasamos desapercibido que allí se está haciendo presente el Espíritu de Dios. Lo tomamos como un quehacer más. Vean mis obras dice Jesús. Cuando nosotros nos comprometemos a cualquier acción de la vida parroquial, de la vida diocesana, y cuando entramos en comunión con los demás, allí está el Señor. Hay que abrir los ojos para poder crecer en la fe como les dice Jesús a estos judíos que le preguntaron, dínoslo claramente; pues claramente te lo estoy diciendo con mi palabra y con mis obras. Si hacemos esto, fíjense bien lo que promete Jesús: “Yo les aseguro que nadie las arrebatará de mi mano”. Así lo dice. Yo les doy la vida eterna y nadie arrebatará mis ovejas de mi mano.
A veces estamos preocupados de si realmente nos salvaremos y llegaremos al reino de Dios. Estamos preocupados y nos angustiamos porque a veces cometimos algún pecado, porque a veces nos sentimos que hicimos mal, que no actuamos debidamente. Si estamos creyendo en él, si estamos en comunión como Iglesia, ustedes son de las ovejas que él lleva de su mano, nadie las arrebatará. Eso no quita que caigamos en la cuenta que pecamos, que caigamos en la cuenta de que nos equivocamos, de que pidamos perdón, pero sabiendo que él no nos deja de su mano.
¿Qué siente un niño cuando va por la calle y de repente ya no siente la mano de su mamá? Miedo, angustia. ¿Dónde está? Y se siente perdido, pero si siente la mano de su madre, de su padre que le va dando la mano en la calle, ¿siente miedo? –No. No siente miedo, porque siente la mano de quien lo ama, de que sabe que está pendiente de él, de que estará dispuesto a cualquier cosa para que no le pase ningún riesgo. Y de la mano de quien me ama, eso es lo que nos dice Jesús: ustedes van de mi mano. Eso es lo que hay que anunciar, eso es ir por nuestras ovejas para que también ellas experimenten este amor de Jesucristo. Eso es lo que nos pide.
Por eso con mucho empeño, con mucho entusiasmo, esperemos este 17 de mayo con mucho ánimo, con muchas certeza de que el Espíritu de Dios nos va acompañar, y vamos a salir, –claro yo voy a salir allá en Tlalnepantla, no me verán ustedes; pero los obispos auxiliares, sus párrocos, todos vamos a salir después de la Misa de envío que ya tienen preparada, que hasta la camiseta ya traen. Y no tengan miedo de visitar, de preguntar ¿Tú eres católico? Si eres católico, ¿sabes de lo que te estás perdiendo, sabes de nuestra parroquia, sabes lo que hacemos? Y si no es católico, bueno, que bueno encontrar a alguien que también cree en Cristo aunque esté en otra iglesia. Somos también hermanos, y Jesús va a buscar también que estén en el mismo redil.
Por eso quiero, para entusiasmarlos y para decir al Señor que lo queremos manifestar en el mundo, que digamos este eslogan, este lema, que estamos promoviendo en la Arquidiócesis para la Misión, ¿ya se lo saben verdad?
¡Cristo vive!, – ¡en medio de nosotros! ¡Cristo vive!, – ¡en medio de nosotros! ¡Cristo vive!, – ¡en medio de nosotros!
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla