VISITA PASTORAL, PARROQUIA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN. MONTÓN CUARTELES.

December 31, 1969


VISITA PASTORAL, PARROQUIA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN. MONTÓN CUARTELES.

 

“He hallado a David, hombre según mi corazón“

Esta es la alabanza a la que se refiere la primera lectura cuando el apóstol Pablo recurre a la historia del pueblo, de su pueblo Israel, que Dios ha escogido para ser misionero, para anunciar al verdadero Dios. En esta relación que nos hace san Pablo —que lo recoge este libro de los Hechos de los apóstoles— podemos encontrar, por ejemplo, figuras que no son modelos de vida o modelos a seguir; o aun siendo figuras como David, hombre según su corazón, son personas también frágiles, que equivocaron camino en algún momento. Lo importante es, como hace el apóstol Pablo, ver que a lo largo de esta historia, las personas que van respondiéndole a Dios, son quienes logran esta ilación de la presencia de Dios, este tejido de salvación a lo largo de la vida de un pueblo.
¿Qué quiere decir esto para nosotros? Que cada uno tenemos la responsabilidad de responderle a Dios y, a través de nosotros, él va a actuar e intervenir; que a través de nosotros él va a ir cumpliendo las promesas para cada generación hasta llegar a la plenitud como sucedió en el caso del pueblo de Israel, para que surgiera el Mesías, Jesucristo. Así también nosotros el pueblo de Dios que ahora por Jesucristo sabemos que estamos destinados todos los pueblos y toda la gente, llevemos a la plenitud la historia de la humanidad.
La historia de la humanidad tiene dos alternativas, nos la plantea con claridad el Concilio Vaticano II: llegar a un fin feliz en plenitud en donde la humanidad se reconozca hermanos y miembros de una misma familia, y entonces se transforme en el esplendor de la gloria de Dios. Ese es el deseado y es el que plantea también el libro del Apocalipsis, hablando de la bajada de la Jerusalén celestial a esta tierra. Pero el otro camino es catastrófico, que también lo señala el Apocalipsis, porque está abierta la historia: depende de nosotros. El que haya agresión, violencia, guerras, exterminios, genocidios, muerte, culturas de muerte, llevarán a un final catastrófico a la humanidad, a un final de los tiempos no querido por Dios. Sino hecho realidad contra la voluntad de Dios por nosotros mismos al no responderle.
Por ello es tan importante dar a conocer a Jesucristo, porque es el que nos puede llevar en lo personal a la plenitud de mi vida, como en lo comunitario y en lo social a la plenitud de la historia.
¿Ustedes qué alternativa quieren seguir, la de la muerte, agresión, violencia y un fin catastrófico, o la de la plenitud y transformación en el esplendor de la gloria de Dios? Yo supongo que quieren igual que yo. Veo las caras, los rostros, dicen sí, queremos este último verdad. El camino de la transformación, de que de nuestra debilidad y fragilidad surja la fuerza del Espíritu y logremos esta fraternidad entre la familia del único pueblo, el pueblo de Dios.
Es un camino todavía a recorrer, pero estamos en tiempo para que vayamos, como les decía antes de la Misa, por los nueve católicos que no conocen a Cristo ni son beneficiados por el Espíritu que él nos regala. Tenemos que darlo a conocer. Este es nuestro paso como generación. Lo que nos toca hoy hacer es que no se nos dispersen nuestros hermanos que han sido bautizados como católicos. No podemos quedarnos tranquilos porque veamos que nuestra Iglesia, nuestro templo se llena. —Está lleno, vean ustedes, miren hacia a tras, hacia los lados, la capilla está llena; y podríamos decir: que a gusto estamos aquí, para qué nos intranquilizamos si somos un buen grupo que nos conduce y nos coordina nuestro párroco el padre Francisco—. No, tenemos que ir por los que todavía andan errados y pueden generar, o generan de hecho, características de la cultura de la muerte. A demás lo tenemos que hacer con plena confianza. Escucharon el Evangelio que nos dice: yo les aseguro, dice Jesús, “El que recibe al que yo envío, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado”. Vamos en nombre de él, vamos a llevar a Cristo a los demás, pero él nos necesita, quiere ir por medio de nosotros. Somos nosotros los mensajeros de esta buena noticia, de la presencia de Cristo en el mundo del hoy. No van a venir ejércitos de ángeles, no los invoquen porque no van a venir. Invoquen que ese espíritu que mueve a los ángeles nos ayude para que llevemos a Cristo a los demás.
Y ¿Cómo lo vamos a hacer? Dice Jesús: “Yo les aseguro, el sirviente no es más importante que su amo, el enviado no es mayor que quien lo envía”. Esa es la actitud que debemos de llevar. No se crean mucho porque van en nombre de Cristo, sino porque precisamente van a anunciarlo a él. Nosotros somos sus servidores, él nos ha llamado, quiere necesitarnos para anunciar su presencia a nuestros hermanos, sí, nos necesita nos quiere, pero nosotros no somos más que él.
Si tenemos esta actitud de humildad, de reconocimiento de que somos servidores del Evangelio, de la Buena Nueva del reino de Dios, el Espíritu de Dios actuará en nosotros, esa es la actitud que nos dice Jesús hoy en el Evangelio.
Vamos a pedirle pues hoy en esta Eucaristía. ¿Qué le vamos a pedir todos juntos? —Que nos haga una Iglesia misionera. Que nos haga una Iglesia misionera. Es el momento de hacerlo, el ofertorio. Cuando yo levante el pan y el vino para ofrecérselos al Señor, ustedes en su interior dicen: Señor, has de nosotros una Iglesia misionera, porque: ¡Cristo vive! – ¡en medio de nosotros! ¡Cristo vive! – ¡en medio de nosotros! ¡Cristo vive! – ¡en medio de nosotros!
Que así sea.


+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla