Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Así, escuchamos en el Evangelio que Juan Bautista da testimonio de Jesús. ¿Por qué le llama Cordero de Dios? Cuando nosotros revisamos el Antiguo Testamento, la historia del pueblo escogido por Dios, el pueblo de Israel, encontramos que la forma de relacionarse con Dios fue con el sacrificio de corderos, primero, en torno al cordero pascual, es decir, recordando aquel momento histórico del paso, la Pascua (significa paso), del paso del mar rojo, en donde encontraron la libertad, dejaron la esclavitud en el imperio egipcio; y, se encontraron en el monte Sinaí, con su Dios para establecer la Alianza entre Dios y su pueblo. Esta gesta histórica memorable que da un paso importante en la conciencia del Pueblo de Israel como pueblo escogido quedo como celebración anual de la Pascua, y siempre se sacrificaba un cordero por familia para ofrecerlo a Dios y comerlo en comunión con Dios y, mantener la conciencia, la vigencia de la Alianza entre Dios y su pueblo. Posteriormente, ante la conciencia de pecado, de haber faltado a los mandamientos que era el código de la Alianza, también se estableció en el templo de Jerusalén sacrificios expiatorios para buscar el perdón y la reconciliación con Dios, se ofrecían pues, corderos para pedirle a Dios que purificara a su pueblo. Estos son los elementos que nos ayudan a entender por qué Juan Bautista presenta a Jesús como Cordero de Dios. Esta simbología todavía va a crecer a la luz en la persona de Cristo, a la luz de su misión y de su presencia constante y continua a lo largo de los siglos, de la vida de la humanidad.
Por ello, esta exclamación: el Cordero de Dios nos ayuda a descubrir esta vertiente específica de la misión de Cristo. El domingo pasado celebrábamos el Bautismo del Señor y veíamos que consistía en la unción del Espíritu. El Espíritu Santo bajo en forma de paloma sobre Jesús. El Padre dio testimonio de que era su Hijo amado, y, Jesús comienza su misión en el mundo. Jesucristo recibió el Espíritu Santo no solo para Él, sino para transmitirlo a todos aquellos que aceptáramos ser sus discípulos y recibiéramos el bautismo en su nombre. La fuerza del Espíritu, ahora de Cristo en adelante, va a purificar nuestro corazón, va a obtenernos la reconciliación con Dios, el perdón de nuestros pecados, el perdón de nuestras faltas y va a lograr ese Espíritu de Dios, ese Espíritu Santo, a través de Cristo, va a lograr que nosotros nunca perdamos la comunión con Dios; que este es el gran pecado, el gran obstáculo para obtener la salvación. Por ello, Jesús es el Cordero de Dios.
Ahora, ¿Cómo vivimos esta realidad de Cristo, Cordero de Dios? La Iglesia tiene dos formas que le dejo Jesucristo para vivir esta realidad de Jesús Cordero de Dios, en favor nuestro; Jesús, Cordero de Dios, que nos da el Espíritu Santo; Jesús, que nos mantiene en la comunión con Dios; que n os mantiene en una comunión de todo hijo de Dios, con Dios Padre… a través de dos sacramentos: primero, el sacramento de la reconciliación, o, como popularmente se le conoce, la confesión. En este sacramento el sacerdote en nombre de Cristo, escucha nuestras faltas, escucha nuestros pecados, nuestras deficiencias en el cumplimiento de los mandamientos; y en nombre de Cristo nos da la absolución de nuestros pecados. A veces, ahí nos quedamos y eso es lo que buscamos en la confesión cuando apenas es el primer paso. El paso más importante de la confesión es cobrar conciencia de haber recuperado mi comunión con Dios, de que estoy en íntima relación con mi Padre Dios, y por eso; viene el segundo sacramento, que es la Eucaristía. Podemos acercarnos a esta presencia eucarística del pan de la vida. Ven ustedes como siempre el sacerdote antes de dar la comunión a los fieles presenta la hostia consagrada diciendo: Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Así es como nos mantenemos en la comunión con Dios, nos mantenemos en la reconciliación con Dios, pero que nos lleva a la reconciliación con los hermanos, el asumir la conducta de Jesús como la nuestra nos hace entrar en comunión con nuestros hermanos, nos ayuda a restablecer las relaciones rotas, fracturadas o las heridas que ha habido en esas relaciones, porque es Cristo que nos da la fuerza del Espíritu. Es el Espíritu de Dios el que hace posible lo que nuestra frágil voluntad no puede. Cuando sentimos que no nos es posible restablecer algo, superar una herida, superar una situación. Meditemos, ¿nos hemos dejado ayudar por el Espíritu Santo que nos regala Jesucristo a través del Sacramento de la Reconciliación, de la Confesión; y que nos confirma a través de la Eucaristía y de la Comunión Sacramental? Así es como se logra la unidad y la comunión de un pueblo.
Finalmente, entonces entendiendo éste paso que se da en Jesucristo de la historia del pueblo de Israel que ofrecía corderos. Ahora no necesitamos ofrecer corderos. En la Iglesia Católica jamás se han vuelto a ofrecer corderos, o sacrificios. Es solamente la celebración de que el verdadero cordero que quita el pecado del mundo se hace presente en medio de nosotros a través de estos sacramentos; y es en esta realidad de la presencia de Jesús que esperamos lograr la unidad y la comunión no solamente entre nosotros los que nos identificamos como católicos, sino todos aquellos que reconocen a Jesucristo y también aquellos que están distantes y no son creyentes. La verdad poco a poco irá abriéndose camino. Por eso es que la Iglesia en este tiempo, desde ayer hasta el día 25 la fiesta de San Pablo, celebra el octavario de oración por la unidad de todos los cristianos. Sabemos que hay muchas otras agrupaciones religiosas, algunas otras iglesias, de siglos, que se han separado de la Iglesia Católica, pero que reconocen a Cristo. Pidamos en la oración que volvamos a la unidad y a la comunión, abiertos siempre a la verdad y desde la experiencia de haber tenido cada uno de nosotros esta reconciliación con Dios y esta constante comunión con Él. Que cada vez que escuchemos al sacerdote decir: Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, también reavivemos siempre nuestra confianza en el perdón de Dios y en su amor que nos mantiene en su comunión. Que así sea.