“Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”
Jesús afirma, en el Evangelio que nos ha sido proclamado hoy, que él es un enviado. No vino por su cuenta, no tomó la iniciativa, sino fue su Padre el que le dijo: baja, encárnate y asume la condición humana para que rescatemos a la humanidad del camino perdido por el que van, camino de muerte.
Jesús es consciente de que este camino implicaba tomar con todas las limitaciones y condicionamientos, la vida humana, las circunstancias de todo ser humano. Por eso lo vemos que sufre injusticias, traiciones, infidelidades y la misma muerte decretada por la autoridad. Pero también lo vemos resucitado por el Padre, dando a entender con toda claridad que no lo ha abandonado, y que la misión que ha cumplido es una misión del agrado de Dios y por tanto del apoyo divino. Para ello, desde un principio Jesús, contó con el Espíritu Santo. Frecuentemente iba a realizar momentos de oración personalmente, o se presentaba en la sinagoga para, poder junto con su comunidad, orar y aprender a escuchar la Palabra de Dios en el texto de la Sagrada Escritura. Jesucristo cumplió así su misión, fue obediente hasta la muerte y muerte en cruz, con la fuerza del Espíritu Santo que siempre lo acompañó y lo condujo.
Este es el testimonio que tomamos de las lecturas de los Evangelios, y que ahora en esta escena, en esta fiesta de Pentecostés, nos recuerda que ese mismo camino, con ese mismo apoyo y fortaleza que recibió él, así ahora él nos envía a nosotros. Somos los discípulos de Cristo, por naturaleza misma, enviados, es decir, misioneros. Esta vocación, no siempre la sabemos descubrir, caminamos en la vida sin rumbo o con proyectos muy limitados, de corto alcance para nuestro bienestar o para nuestra sobrevivencia; pero llega siempre un día en que el Señor toca nuestro corazón y mueve nuestra voluntad para descubrir que hemos sido llamados a ser discípulos de Cristo, y como él, enviados a transformar nuestra persona y las personas con quien nos toca convivir en nuestra sociedad.
Esa es nuestra misión, pero esta misión, como lo hace Jesús desde un principio, no lo hace solo, llama a doce apóstoles, después a setenta y dos, y deja ya formada la comunidad en Jerusalén. También nosotros, nuestra misión, con la ayuda del Espíritu Santo, la debemos, y solamente así tendremos una misión fecunda, una misión con éxito, haciéndola en Iglesia, en comunidad.
Dice el texto que una vez que les dijo: “Así también los envío yo —les dijo soplando sobre ellos— reciban al Espíritu Santo”.
Y este Espíritu Santo, tiene fundamentalmente dos dimensiones de su actividad. Aquí nos dice la primera el texto del Evangelio: “Perdonar los pecados”. Bien sabe Dios de nuestra limitación y fragilidad. Nos da el Espíritu para poder liberarnos de la esclavitud de nuestros pecados en el pasado, en el ayer. Ese es el primer paso. Pero no nos deja de nuevo ante estas tentaciones solos, por eso hay una segunda dimensión del Espíritu Santo, que es la de la renovación interior, la que nos traerá el consuelo y la paz, la que nos dará la fortaleza para ir dando testimonio de que la vida es posible vivirla conforme al proyecto inicial de Dios nuestro Padre: en el amor. Es el Espíritu Santo el que nos da esta capacidad de fortalecer nuestro propio espíritu y poder cumplir la misión en nuestra vida como lo hizo Jesús en su momento.
Veamos un poco los otros dos textos de este domingo de Pentecostés. “Hermanos —dice el Apóstol san Pablo— nadie puede llamar a Jesús Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo”. Es el Espíritu Santo que nos muestra el señorío de Jesús. Y más adelante dice que: “En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. Con diferentes dones y carismas. Somos distintos; tenemos maneras distintas de complementarnos, de ayudarnos. Todo debe de ser orientado a un proyecto común, a un bien común, a una vida fraterna y solidaria. Para eso hemos sido bautizados en el Espíritu Santo.
La primera lectura nos presenta ese hecho, ese acontecimiento único de la primera venida del Espíritu Santo a la comunidad eclesial. Y en ella podemos ver que había, como nos dice el texto, de todas partes: galileos, de Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, Libia, etc., otros venidos de Roma. Podemos pensar ahora ¿de dónde venimos nosotros? Unos han nacido aquí en Tlalnepantla, en alguno de sus pueblos; otros han venido del Distrito Federal, otros de Michoacán, de Hidalgo, Guanajuato, San Luis Potosí, sean ustedes, sus padres o sus abuelos, vinieron también de Guerrero, de Puebla, de Oaxaca y algunos, que hay entre nosotros, que son extranjeros a nuestro país. Y sin embargo, acudimos todos juntos, estamos aquí, independientemente de nuestros lugares de origen de donde provenimos.
¿Qué es lo que nos da la unidad? Nuestra fe ¿Qué es lo que nos hace hermanos? Esta fortaleza en el Espíritu Santo. Las grandes ciudades, como este valle de México en que vivimos, tienden, por estos dinamismos actuales, al individualismo, al aislamiento, al anonimato, al no saber con quién convivimos en la plaza, con quién subimos al metro, al tren a los microbuses. Tenemos que reconstruir esa relación de que somos hermanos, de que somos miembros de una misma familia, por eso es el proyecto de la Gran Misión Católica que arrancó el domingo pasado. Hoy en las doscientas parroquias de la Arquidiócesis, se está llevando el retiro kerigmático para aquellos que respondieron a la visita en sus casas. Lo están tomando ayer y hoy, más de 10, 000 que respondieron en las distintas parroquias, es una gracias de Dios. Y así podemos ir, en este proceso de misión permanente, retocado los corazones de todos nuestros hermanos bautizados, pero que en la práctica desconocen a Cristo, y desconocen el proyecto de Iglesia, y sobre todo no tienen conciencia de cómo ser discípulos del Señor y de la necesidad de estar en comunión unos con otros compartiendo la fe.
Pidámosle al Señor que el Espíritu Santo que hoy nos regala, se derrame no sólo en nosotros que estamos aquí presentes, se derramé también sobre toda nuestra Iglesia particular de Tlalnepantla, sobre todo nuestro país, sobre toda la Iglesia como nos lo pide constantemente el Papa Francisco.
¡Cristo vive — en medio de nosotros! ¡Cristo vive — en medio de nosotros! ¡Cristo vive — en medio de nosotros!
Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla