“No han recibido ustedes un espíritu de esclavos, sino un espíritu de hijos”.
Con estas palabras el apóstol san Pablo trata de instruirnos a la vocación a la que hemos sido llamados: a ser el pueblo de Dios, a ser la familia de Dios, a ser hijos de un mismo Padre, del Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Esta revelación, como bien nos dice la primera lectura, fue por iniciativa divina, se acercó Dios a la humanidad. Porque el hombre por sí mismo, aunque reconoce que debe de existir un ser superior que nos ha creado, que tiene esa sabiduría e inteligencia para crear el universo, para la organización de todos los elementos, especialmente de la especie humana, del ser humano; sin embargo, jamás el hombre por sí mismo hubiera imaginado lo que es Dios, quién es Dios, cómo es Dios, y ello es lo que revela Jesucristo en su persona. Quiere instruirnos, orientarnos y conducirnos a esta relación filial, a esta relación de Padre a hijo.
Instintivamente todo ser humano piensa en un Dios, que como es Todopoderoso, creador de todo, es justiciero; piensa el ser humano que castiga al que obra mal y bendice al que obra bien. Sin embargo, este no es el verdadero rostro de Dios. El rostro de Dios es el de un Padre misericordioso, como nos lo enseñó Jesús, es un Padre que siempre está preocupado de su Hijo, que lo ama aunque haya equivocado el camino, aunque haya rechazado incluso esa misma relación ofrecida por Dios Padre. Es un Dios que siempre va a buscar a sus hijos.
Ahora, ¿cómo nosotros podemos responder a este amor misericordioso de Dios? Reconociendo que Dios es comunidad, que Dios es la unidad de tres personas, realmente distintas: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Pero que se aman tan profundamente que, a pesar de tener todo el poder, no compiten unos con otros, sino lo comparten, cada uno en una misión concreta: el Padre atrae, el Padre llama, el Padre siembra inquietudes para que cada uno de nosotros descubramos ese amor suyo. El Padre nos da pues la vocación, el llamado, la vida. El Hijo tiene la misión y la ha cumplido cabalmente siendo el modelo a seguir: cómo responderle a Dios nuestro Padre en la vocación que nos ha llamado. Esta es la misión de Hijo. Y el Espíritu Santo, tiene la misión de conducirnos en ese amor, de ser él nuestra guía y fortaleza para corresponder al amor de Dios. Así podemos entonces clarificar que Dios es una comunidad de personas, y nosotros somos reflejo e imagen suya, porque así hemos sido creador por él. ¿Cómo podemos lograr esto? Nadie lo puede lograr aisladamente, nadie puede hacerlo individualmente, desconociendo a los demás. Por eso nos necesitamos los unos a los otros.
¿Qué es lo que nos ofrece la Iglesia que ha fundado Jesucristo, para que tengamos camino, para que podamos construir esas relaciones interhumanas entre nosotros? La iglesia nos ofrece la Comunión Eclesial, nos ofrece esta relación que garantiza que todos podamos integrar esta Iglesia misma de Jesucristo. Por eso es que debemos de cuidar con mucho esmero y responsabilidad la Comunión entre nosotros. El Obispo y los Presbíteros son los encargados de cuidar esta comunión, de conducir en esa Comunión Eclesial; y todos los fieles laicos, de integrarse activamente en esta misma comunión de la Iglesia. Con ello nosotros encontramos un camino para desarrollarnos como una comunidad a imagen y semejanza de Dios.
Por eso quiero hoy, en este día de la Santísima Trinidad, darle gracias a este Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, como cantábamos al inicio de la Eucaristía: Gloria a él. Porque nos ha hecho, como nos dice san Pablo, herederos y coherederos de Jesucristo. Tenemos esa herencia. Démosle gracias a Dios nuestro Padre, Hijo y Espíritu Santo, démosle gracias a él de que podamos vivir, conocer e intimar esta relación trinitaria entre nosotros, a nuestra imagen y semejanza haciendo la relación fraterna entre todos los miembros de la Iglesia. Allí está su fuerza, allí es su fortaleza.
Recuerdan ustedes que hace dos semanas los convoqué y salimos en misión. Fue la fuerza de la comunión, es una expresión viva de esta comunión de nuestra Iglesia particular. También hace una semana tuvimos el retiro al que también asistieron, a las distintas parroquias, católicos que estaban más o menos distantes y respondieron a la invitación de la misión. Es la fuerza de la comunión. Ese testimonio nos ayuda. Hoy están ustedes aquí, los de una asociación y un movimiento, particularmente vivo en medio de nuestra Iglesia particular: La Escuela de Pastoral. Nos sentimos alegres, entusiasmados, porque estamos en relación fraterna buscando al Señor, formándonos para poder servirle en su Iglesia, para servir a la Comunión.
Démosle gracias a Dios que nos siga conduciendo bajo la guía del Espíritu Santo y cumplir ese mandato que hemos escuchado de Jesucristo: “Vayan pues y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y enseñándoles a cumplir todo, cuanto yo les he mandado”. Eso es lo que estamos haciendo como Iglesia particular, con esa confianza de las últimas palabras de Jesús: “Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
¡Cristo vive —en medio de nosotros!
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla