“Tobías se fue a buscar a alguno de nuestros hermanos pobres…”
Hoy comenzamos a escuchar este hermoso libro, del Antiguo Testamento, llamado Tobías; Tobit, el padre, Tobías el hijo. En esta historia se trata de poner ante nuestros ojos cómo un hombre que confía en Dios se mantiene en su conducta, no obstante le vaya bien o le vaya mal. En esta historia, a Tobit, primero le fue bien, después fue desterrado, volvió a tener carencias, volvió a recuperar su esposa y su hijo —que habían quedado separados por el destierro— volvió a tener los juntos, y también volvió a tener bienes, pero luego tuvo enfermedades, en fin pasa de un momento de alegría y de gozo a un momento de tristeza y angustia; y sin embargo se mantiene fiel al Señor, confía en su Dios, confía en esa misericordia del Padre.
Este pues es el ejemplo de este hombre, Tobit, que incluso, arriesgando su vida, —como nos cuenta hoy la lectura— sepulta a quienes fueron injustamente asesinados, y que por designio decreto de la autoridad para escarmiento de los demás, tenía que permanecer el cuerpo sin ser sepultado, sino comido por los animales. Y Tobit, desafiando la autoridad, pero para cumplir como buen creyente, en la noche, sepulta los cadáveres, dándoles así el descanso.
Este ejemplo nos debe de ayudar a nosotros que nos toca vivir tiempos difíciles, que nos toca tener situaciones que no podemos resolver por nuestras manos. Ninguno de nosotros, como persona, puede resolver las situaciones de agresión, de violencia, de inseguridad, ninguno de nosotros tiene la capacidad para hacerlo; pero no por eso vamos a dejar de confiar en el amor misericordioso del Padre, en la fortaleza que nos da con su Espíritu, y en el modelo a seguir que nos da su Hijo Jesucristo. Creemos en él y debemos, en las buenas y en las malas, mantenernos en fidelidad a su amor. Eso es lo que cuenta finalmente. Llegaran días y si nosotros correspondemos a ese amor, y nos mantenemos en la comunión eclesial, podremos ser levadura de cambio y de transformación de nuestra sociedad.
Por eso es interesante ver también el Evangelio de hoy en este contexto. Una parábola en la que Jesús narra lo que le va a suceder a él. Se han enviado profetas, lo narra en forma de parábola: un dueño de la viña tiene empleados, los manda para cobrar la renta, los frutos de su viñedo, pero los asesinan y no le dan ni un centavo. Sigue él enviando más mensajeros hasta que al final sólo le queda su hijo y dice: a él si lo respetarán. Pero no lo respetan y le dan muerte, pensando en quedarse con la viña. ¿Qué nos quiere decir esta parábola? Desde luego, en su contexto, el Evangelio trata de hacer ver que son los profetas que Dios ha enviado al Antiguo Testamento que no han sido escuchados por el pueblo elegido de Israel, y que viniendo el Hijo amado, Jesucristo, no lo entienden, no lo quieren aceptar , no lo declaran su Mesías, sino que le dan muerte como blasfemo.
Ahora en el contexto que veníamos explicando, de Tobit, de la primera lectura, podemos ver que también nosotros llamados a ser fieles, estar en la esperanza siempre en las buenas y en las malas, explicarnos ¿por qué si Dios quiere el bien para nosotros, por qué no sucede en medio de nosotros? Si queremos el bien ¿Por qué sigue creciendo el mal entre nosotros? Y encontramos aquí justamente la respuesta: por la falta de la correspondencia al proyecto de Dios. De ahí la importancia de nuestra respuesta, de nuestros trabajos como Iglesia, y sabiendo que Dios, la única herramienta que va a buscar siempre, es el diálogo, es hablar a nuestro corazón. No es un Dios que quiera castigar, que quiera penalizar, que quiera quitarle la vida a alguien porque está haciendo daño, sino es el Padre que está esperando que su Hijo recapacite, que está esperando que su Hijo vuelva al seno de la familia, al seno del hogar. Y está dispuesto a enviar a su Hijo amado, aún a sabiendas, como de hecho sucede, que le dan muerte. Así también nosotros, tenemos que estar convencidos de que si así es el proyecto de Dios, de dialogar, de dar a conocer qué es lo que Dios quiere de nuestra sociedad, tener esa convicción que llegará un día en que esta respuesta se dé, porque de parte de Dios, ya la tenemos, nos la ha mostrado en amplitud con la entrega de su Hijo Jesús. Ahora queda pendiente la nuestra.
Por eso para terminar y como para afianzar este compromiso, quiero renovar su anhelo y deseo y su promesa de hacer de nuestra Iglesia una Iglesia misionera. Digamos pues con mucha esperanza, con mucha confianza lo que queremos para nuestra Iglesia de Tlalnepantla, que manifieste a Cristo:
¡Cristo vive! — ¡En medio de nosotros! ¡Cristo vive! — ¡En medio de nosotros! ¡Cristo vive! — ¡En medio de nosotros!
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla