HOMILÍA EN LA PARROQUIA DE NTRA. SRA. DE GUADALUPE Y SAN MARTÍN DE PORRES, ZONA IV

December 31, 1969


HOMILÍA EN LA PARROQUIA DE NTRA. SRA. DE GUADALUPE Y SAN MARTÍN DE PORRES, ZONA IV

 

“Están en un error, porque no entienden las Escrituras, ni el poder de Dios”.

Con estas duras palabras, Jesús responde a esta tramposa pregunta que le hacen quienes no creían en la Resurrección. Pensaron en tener un argumento contundente en esta historia de una mujer que había tenido siete maridos, ahora dicen a Jesús: ¿Cuándo resuciten, esta mujer de quién iba a ser la esposa… ven que no hay resurrección de los muertos? Ellos pensaron —los saduceos que no creían ni en la resurrección ni en la vida eterna— que ahí acabarían con Jesucristo, porque a Jesús lo empezaban a seguir las multitudes, agradaba y convencía —como lo vemos también en esta ocasión— a quienes atendían su enseñanza. Les dice con dos argumentos muy claros: Esta vida no es la misma, exactamente que continuará en la eternidad. Diciéndonos así que hay muchas cosas que están proyectadas por Dios, para esta vida terrena, pero que no van a continuar en la otra. ¡Y qué bueno, imaginen ustedes si en la otra continuara la agresión, la violencia, la inseguridad, las enfermedades, el dolor moral ante los acontecimientos dolorosos, trágicos, dramáticos, no sería vida eterna!
Esta vida tiene ciertos elementos que son propios de este peregrinar, como preparación a la otra, y Jesús nos lo dice con toda claridad. Esta mujer, en la otra vida, ya no tendrá porque pertenecer a un marido, eso es para esta vida, para la complementariedad y la enseñanza del amor; es para la fecundidad y para la creación de nuevos hijos. Y la otra ya es eterna, ya no hay muerte, los que lleguemos ya seremos para toda la eternidad. Además, dice Jesús: “Dios no es un Dios de muertos”. Qué Dios es ese. Dios es de la vida, es el Señor de la vida. Él nos ha dado la vida. Para él todos vivimos, aunque hayamos muerto —nuestros parientes, abuelos y antepasados, ya murieron, en esta vida, pero no en la otra—.
Estos son dos argumentos contundentes, con los cuales Jesús se apoya, tomados de la misma Escritura. Por eso les dice: “Ustedes están en un error, porque no entienden las Escrituras, ni el poder de Dios”. Están pensando como humanos, están tratando de entender el misterio de la eternidad, sólo desde esta experiencia de terrestre. Jesús abre así un horizonte, un horizonte que nos ayuda a superar cualquier prueba, cualquier situación por más dramática y más dolorosa que sea.
Y la primera lectura que escuchamos hoy, precisamente nos narra dos personajes en un momento de dolor. Tobit que queda ciego, y Sara, en otra parte, en otra ciudad, en otro contexto, que ha tenido esta experiencia de que se ha casado siete veces y siete veces, en ese día de su matrimonio, se muere su marido. Está siendo insultada por sus propios servidores y ella se siente totalmente desesperanzada, a punto de quitarse la vida; pero ¿qué hacen estas dos personas, Tobit y Sara, en esas situaciones? Dirigen una plegaria a Dios. Una plegaria, una oración, una presentación de lo que están viviendo a quien puede intervenir para que los fortalezca y los ayude a salir adelante.
Y se entrelazan las vidas de estos dos personajes, porque el hijo de Tobit, va a encontrar a Sara, se va a casar con ella y serán un feliz matrimonio, y al regreso de Tobit para presentarle a Sara, su padre recuperará la vista. Aquí, nos dice el texto en la lectura que hemos escuchado hoy, dice que cuando hacían oración Tobit y Sara, “El Dios de la gloria escuchó las suplicas y envió al ángel para curarlos”.
Dios interviene cuando nosotros oramos, cuando nos dirigimos a él con sincero corazón, con actitud humilde, sencilla y cuando le presentamos nuestros problemas, nuestros conflictos. Al abrirse nuestro corazón así a Dios, Dios interviene; pero, atención, no siempre de la manera que pensamos que va a intervenir. Nos pasa igual que los saduceos en este tema de la resurrección, pensamos que el bien para nosotros, debe de ser de una determinada y precisa manera, y queremos que Dios nos responda en esa precisa manera en que nosotros creemos que sería los más feliz para nosotros. Y aquí es donde tenemos que aprender la pedagogía divina que nos hace caminar por sendas que aparentemente pensábamos que son un mal para nosotros y se convierten en un bien para nosotros.
Esto se produce cuando nuestro corazón está abierto a la acción del Espíritu Santo. Todo este caminar como buenos discípulos de Cristo es lo que pretendemos hacer ahora después de esta Gran Misión que nos ha traído tanto entusiasmo, de encontrarnos como hermanos, de darnos la mano y de encontrarnos a otros católicos que están distantes de su práctica de la fe. Y por ello nos hemos organizado en las parroquias por sectores parroquiales para poder en el seno de estos sectores, dentro de donde están sus casas, la convocatoria en pequeñas comunidades, para que empecemos a tener siempre presente al Maestro Jesús, que nos enseña y que nos ofrece su Palabra, la Palabra de Dios. Hemos diseñado unos subsidios para que puedan ustedes seguir adelante con la lectura orante, lectio divina, del Evangelio de Marcos. ¿Ya lo comenzaron? Levante la mano quién hizo del Agua al Espíritu. Lo hicieron a través del capítulo primero y segundo del Evangelio de Marcos… ahora hay que seguir adelante, el Evangelio no se acaba allí. Ya entendieron que hay que pasar del Agua al Espíritu; pero ahora hay que aprender cómo caminar en el Espíritu, y eso es lo que les hemos preparado para su propia formación, para aprender a orar como oraba Jesús. No como nosotros imaginamos que tenemos que orar. Qué quiero decir con esto: que nosotros por instinto pensamos en hablar, hablar y hablarle a Dios cosas que nos preocupan. Y la oración que hacía Jesús era más bien ¿qué quieres Padre que yo haga, cuál es tu voluntad, cómo tengo que conducirme en estas circunstancias?, ayúdame. Esa oración de Jesús es la que tenemos que aprender en nuestra propia vida. Por eso nos necesitamos los unos a los otros y por eso en pequeña comunidad tenemos que leer la Palabra de Dios, para que sea fecunda. Aunque lo podamos hacer de manera personal, individual complementariamente, es interesante cuando ponemos la vida en común a la luz de esa Palabra. Este es el caminar que nos espera. Los invito a que con esperanza, también nosotros le digamos sí a nuestros párrocos. Aquí están no solamente su párroco, sino también otros párrocos vecinos de este decanato, que también están invitando a formar comunidades en sus propios sectores parroquiales.
Caminemos, así como los encontré en la entrada, alegres, felices, entusiastas, porque en realidad Cristo vive en medio de nosotros, Cristo vive en medio de nosotros. Y hay que corresponder a esta presencia de Cristo aprendiendo su forma de ser, su forma de vivir y su forma de crecer en el camino del Señor.
Que así sea.

+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla