Homilía en el Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

September 10, 2023


Homilía en el Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

 

 Jesús corregía y cambiaba el corazón, pero el secreto es el amor.

Muy queridos hermanos hermanas en Cristo Jesús, a todos lo saludo con aprecio de padre y pastor. 

A ustedes que están aquí en nuestra Catedral Corpus Christi, y también a las personas que nos siguen a través de los medios digitales, tanto en nuestra Arquidiócesis, como en distintos lugares de México y del extranjero, a todos les deseo la Paz que da el Señor.

Queridos hermanos y hermanas, este domingo se nos habla de una manifestación del amor al que estamos llamados todos nosotros que es la corrección fraterna. El principal mandamiento de nuestra fe es el amor a Dios y el amor al prójimo, hay muchas manifestaciones del amor como el servicio, la generosidad, la solidaridad y hoy se nos habla de la corrección fraterna. 

La primera lectura que escuchamos del profeta Ezequiel es una lectura que nos habla de cómo Dios le dice a Ezequiel, el profeta, que corrija a su pueblo y muchas veces este pueblo, pues no obedece, porque tiene otros dioses; a él le tocó -a Ezequiel- vivir tiempos muy difíciles, le tocó el destierro en Babilonia, la destrucción de la ciudad de Jerusalén y también la destrucción del templo, precisamente Dios dio muchas oportunidades, pero no escucharon al profeta Ezequiel.

Ahora en el nuevo testamento, Mateo nos dice cómo nosotros tenemos que corregir a los demás, por eso la revisión es personal, la Palabra de Dios siempre nos cuestiona, nos interpela, para que también tengamos un cambio, una conversión, y nos dice que si alguien está mal hay que corregirlo. Sabemos que nosotros, por nuestra condición humana, pues tenemos defectos, limitaciones, errores, pero tenemos la oportunidad también de cambiar, de mejorar y una de las cosas importantes en la correcta corrección fraterna es la corresponsabilidad, somos corresponsables unos de otros. 

Podemos decir “bueno yo no tengo que ver nada”, pero en una familia, en un grupo apostólico, también hay veces que no seguimos el camino de la corrección fraterna y, más bien, murmuramos y podemos hablar mal de otra persona y el evangelio nos está diciendo pues que primeramente que corregirlo. El secreto es hacerlo con amor, en un ambiente de calidez y, si esa persona no se corrige, nos dice el Evangelio, hay que llamar a dos y si no, después a la comunidad, lo que se quiere es que esa persona vuelva al bien, al camino del amor.

Siempre el modelo para nosotros los cristianos será Cristo, que es el centro de nuestra fe, por eso podemos decir que Cristo está en contra del pecado, pero no en contra del pecador, una cosa es el pecado y otra cosa es el pecador; a aquella mujer Samaritana la corrigió confraternidad, a Saqueo, que era recaudador de impuestos, a la mujer adúltera y vemos muchos ejemplos en el Evangelio de cómo Jesús los corregía y cambiaba su corazón, pero el secreto, repito, es el amor.

Cuántas veces tiene que corregir el papá o la mamá al hijo, o entre los hermanos, o entre los familiares, pero hay veces que no somos sensibles, no somos finos para corregir y lo podemos hacer de una manera alterada o enojada y no funciona, lo que se quiere es el cambio del corazón. 

Hoy digámosle al Señor que es muy bueno que sepamos corregir porque es volver al bien a la persona, volver a los caminos del Señor y por eso debe haber mucha la alegría en el corazón cuando alguien corrige a alguna persona y él lo reconoce y cambia su actitud. 

Pues que el Señor nos ayude a caminar por ese sendero, en ese camino de sinodalidad, de caminar juntos, en ese camino de corresponsabilidad, de ser sensibles ante lo que sucede a nuestro alrededor con nuestros hermanos y, en pocas palabras, a vivir en el amor como Dios quiere. Así sea.

 

+José Antonio Fernández Hurtado

Arzobispo de Tlalnepantla