“¿Cómo pueden decir ustedes los escribas que el Mesías es hijo de David?”
Con esta pregunta Jesús enseña. A veces estamos más acostumbrados a que las preguntas las plantee el alumno y no el maestro. Es sumamente interesante cuando la pregunta la plantea el maestro, porque normalmente tiene la respuesta; y el caso que vemos hoy en esta escena del Evangelio, donde Jesús confronta la enseñanza de los escribas de su tiempo, es decir, de los especialistas. No le está hablando al pueblo en general, sino a aquellos que estaban adoctrinados y se consideraban maestros del pueblo de Israel. Es una pregunta provocadora. Les dice: “¿Cómo pueden decir ustedes los escribas que el Mesías es hijo de David?” A veces a nosotros nos puede pasar lo mismo que a los escribas, que aprendemos trozos del Evangelio o de la Biblia, y los repetimos tal cual, sin darnos cuenta de lo que afirmamos. Simplemente la tomamos así y por tradición la seguimos transmitiendo a los demás, y lo peor, como una gran verdad.
Jesús les explica que el mismo David, inspirado por el Espíritu Santo, ha declarado: “Dijo el Señor a mi Señor. Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?”. Es decir, Jesús toma esta expresión de uno de los salmos considerados mesiánicos, que hablaban del futuro Mesías y, que les hace ver, que David le habla a su descendiente prometido como Mesías, como mi Señor. No es usual que un papá le diga a su hijo mi señor. ¿O han escuchado ustedes esto en sus familias? —No. Verdad que no. Normalmente se le dice mi hijo, mi pequeño, mi creatura, pero no mi señor. Es un argumento que tiene su profundidad en la respuesta. Vamos a tratar de descubrirla, eso nos toca a nosotros.
¿Qué pretendió Jesús cuando confronta a los escribas, de que el Mesías era hijo de David?
Es a lo largo de la Biblia que se afirma que el Mesías será un descendiente de David. Se toma de esa tradición, de la promesa que Dios realiza mediante el profeta Natán a David diciéndole que su dinastía, que su casa reinante como rey, se continuará y que tendrá la descendencia que complace a Dios. Ahora bien, cierto que Jesús viene en la línea humana, su padre José, su padre adoptivo, pero al fin y al cabo padre, viene de la línea davídica, algunos otros estudiosos han mostrado que también la Virgen María viene de esa línea davídica, de la tribu de David, de la dinastía de David. Pero lo que trata Jesús de decir, no es que no sea él hijo de David en cuanto al linaje, a la sangre, sino que el Mesías será considerado por David, mi Señor.
¿Por qué pone por encima a su hijo, David que es el padre, que es el ascendiente? Porque en la época de Jesús había muchos que esperaban al Mesías como un nuevo, rey al estilo de David, que se iba a imponer por la fuerza de las armas y que iba a independizar al pueblo de Israel del dominio romano, esperaban a un Mesías político. Y Jesús entiende que su misión no es esa. El pueblo está confundido, incluyendo a sus maestros los escribas. Por tanto el reino que él predica no es un reino que se impone por las armas, que se impone por la autoridad, que se impone por encima de los demás quieran o no quieran. Su reino es distinto, es un reino de Justicia y de paz, pero generado por la fuerza del Espíritu que nos hace hermanos. Es un reino muy distinto que nace por la convicción de que debe pertenecer a la familia de Dios. Por eso David dice ya, a quien va a ser el Mesías: mi Señor.
Pero hay otra razón, además de esta. Jesús como persona humana, como creatura nacido de María, como alguien que se encarna, se hace hombre en todo semejante al hombre menos en el pecado, por tanto se hace semejante al hombre en su manera de ir adquiriendo el conocimiento. El niño Dios que nace en Belén, el niño que crece en Nazaret, el niño que se hace joven y que va a la sinagoga a aprender la palabra de Dios, el niño que crece y se hace adulto y toma la consciencia de su vocación, entiende que en ese crecimiento humano, va descubriéndose algo que va a terminar de revelarse el día de su resurrección. Que además de ser un ser humano, es el Hijo de Dios, una naturaleza divina la del Hijo. Jesús entiende por eso que su mesianismo es divino, y su reino es el reino del Padre, del Padre de misericordia.
Vean pues lo que provoca una buna pregunta que hace un maestro. Y lo que tenemos que aprender de esta respuesta del Señor Jesús. El texto del Evangelio termina diciendo: “La multitud que lo rodeaba, que era mucha, lo escuchaba con agrado”. ¿Cómo escuchamos nosotros esta escena de la vida de Jesús? ¿Qué nos dice a nosotros, en qué me interpela? ¿Cómo he pensado yo que ha sido la consciencia mesiánica de Jesucristo? ¿Qué me dice a mí como un llamado a ser un discípulo de Cristo?
Para terminar quiero referirme a esta emotiva primera lectura, desenlace de esta historia tan hermosa del libro de Tobías, para invitarlos a que cuando nosotros nos encontramos con la palabra, palabra que nos ilumina, palabra que nos fortalece y que nos consuela, —porque es la confianza puesta el Dios— terminaremos, también, en ciertas etapas de nuestra vida, como vemos en esta hermosa escena en que Tobit, su esposa Ana, su hijo Tobías, y su esposa Sara, están llenos de alegría porque el Señor ha estado grande con ellos; y su corazón se desborda en llanto, pero alegre llanto, que provoca el encuentro de dos seres que se aman: padre e hijo, madre e hija, padres y nuevo matrimonio, una bendición descubren en ese encuentro y no hacen más que abrir su corazón para agradecer a Dios…
También nosotros no podemos quedarnos con nuestros gozos y esperanzas, escondidos en nuestro corazón, los tenemos que compartir, no podemos, porque se ahoga nuestro corazón cuando está lleno de alegría, cuando nos desborda la tenemos que compartir. Muchas veces esa alegría es tan grande, cuando antes hemos vivido dolorosas situaciones dramáticas, como las que vemos en este libro de Tobías que le suceden a Tobit y le sucede a Sara, que les suceden a Ana y al mismo Tobías.
Los desenlaces felices de situaciones muy dolorosas, son siempre la ocasión propicia de descubrir la mano de Dios en nuestro itinerario, en nuestro recorrido, en nuestra vida.
Pidámosle al Señor que aprendamos también nosotros a compartir lo que vivimos. Para ello les decía antes de la Eucaristía, es que debemos de vivir en pequeñas comunidades, donde sea posible poner en común lo que nos pasa, lo que descubrimos que nos dice Dios en ellas y la forma como queremos responderle. En esta Eucaristía pongamos en el altar, el pan y el vino, la esperanza que tenemos como Iglesia de renovarnos en Cristo palabra y en Cristo pan de la vida.
Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla