X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

December 31, 1969


X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

“Oí tus pasos… tuve miedo… y me escondí”


Esta es la narración del libro del Génesis en donde, con el primer hombre Adán y la primera mujer, Eva, se nos muestra siempre dónde está la falla inicial de nuestra relación con Dios. Tenemos aquí cómo Dios busca al hombre, Dios busca a Adán, pero es Adán el que le tiene miedo a Dios. Y le tiene miedo porque ha desobedecido lo que Dios mismo le había indicado. Nosotros somos creaturas de Dios, creaturas amadas por Dios, porque él tiene un proyecto para cada uno de nosotros, para eso nos dio la vida. Y ese proyecto es precisamente entrar en comunión con Dios. Dios no nos quiere separados, no nos quiere apartados. Piensen ustedes, lo que son papás, o los que son hijos, lo hermoso que es estar cerca de sus padres o los padres de sus hijos, el esposo de la esposa, especialmente cuando se ha cultivado el amor. Eso es lo que Dios quiere de nosotros. Pero el problema está en que no hemos clarificado el proyecto de Dios para mi vida, lo que llamamos en la Iglesia la vocación. Dios me creó, ¿para qué? Cuando en hombre descubre su vocación, y se entrega a ella, encuentra la felicidad, la felicidad.
Vamos ahora a pasar a la segunda lectura, que nos habla de esta manera de relacionarnos con Dios, de no quedarnos atorados como fue Adán y Eva, sino en crecer para lograr esa íntima amistad con quien nos ama. Dice san Pablo: “Poseemos el mismo espíritu de fe…”. Y empieza a hablar de una realidad que es fácil advertirla, pero también es fácil olvidarla. Dice el apóstol más adelante, al final de la segunda lectura: “Nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio, y lo que no se ve es eterno”. Este es el hombre espiritual, un hombre como el apóstol Pablo, que va aprendiendo a descubrir que lo valioso es lo que no se ve, porque eso es eterno, es decir, eso nos pone en comunicación con Dios que es eterno; pero lo que se ve, hay que tomar conciencia de que es transitorio. Y el apóstol sigue hablando justamente de la evidencia que tenemos en nuestro propio ser humano. Dice: “Sabemos que, aunque se desmorone esta morada terrena, que nos sirve de habitación, —nuestro cuerpo. Aquí estamos una buena mayoría de personas adultas, y sobre todo de adultas mayores, que sabemos cómo viene desgastándose nuestro cuerpo, lo que se ve; pero dice san Pablo que— Dios nos tiene preparada en el cielo una morada eterna, no construida por manos humanas”. Lo que no se ve.
¿Qué es lo que tenemos en nuestro ser que no se ve? El espíritu. El espíritu está dentro de nosotros, no lo vemos, pero eso es eterno, el cuerpo, sí lo vemos pero eso es transitorio.
Vean hoy en nuestro tiempo, nuestros jóvenes particularmente, la importancia que le dan al cuidado de su cuerpo, es algo que se ve, pero es transitorio, tenemos que caer en la cuenta que lo importante es crecer en el espíritu, porque al crecer en lo que no se ve, crecemos en la relación con Dios.
Vamos a ver qué otras cosas no se ven. ¿Ustedes han visto el amor? ¿Han visto la felicidad? ¿Han visto esa satisfacción interna? ¿Han visto la palabra? Todas estas cosas no se ven, se experimentan, porque son una realidad; pero no las han visto con sus ojos, porque son eternas. Si nosotros buscamos lo que no se ve, estamos buscando los auténticos valores que nos ponen en comunión con Dios. ¿Y qué es lo que más nos preocupa en nuestra cotidianeidad? Tenemos que revisar. ¿Será la comida, será el vestir, será la casa? Son cosas que se ven, son transitorias. ¿Y Serán nuestra preocupación principal? Si son nuestra preocupación principal debemos de hacer un examen de conciencia que nos permita rectificar nuestro camino. Lo más importante es crecer en las cosas que no se ven y nos ponen en comunión con Dios. Por eso es que Jesús dice al final del Evangelio: “El que escucha mi palabra y la pone en práctica, ese es mi hermano, esa es mi medre, ese es mi Padre, esa es mi familia”. Queremos ser la familia de Dios, escuchemos la palabra del Señor y veamos lo extraordinario que sucede cuando nosotros vamos intensificando este desarrollo, este dinamismo de nuestro propio espíritu. Se desgastará nuestro cuerpo si es cierto, porque es transitorio, será más limitado, será menos capaz de hacer cosas materiales; pero que nuestro espíritu crezca para que sea más capaz de amar, de entender a los demás, de saber valorar el perdón, la reconciliación, el saber crecer en la amistad, en las cosas que no se ven, pero que nos ponen en íntima comunión con Dios.
Ustedes ven aquí en la Eucaristía, una hostia blanca y un cáliz con un poco de vino. Eso es lo que se ve, pero detrás de esa realidad está Cristo Eucaristía, se hace presente aunque no se ve, porque él es eterno. Es lo mismo con nuestro cuerpo y nuestro espíritu, el cuerpo nos sirve durante esta vida terrestre, pero el espíritu permanecerá para toda nuestra eternidad. Pidámosle al Señor que nos dé esta conciencia clara, con este espíritu de fe en la resurrección del Señor, para que siempre sepamos asumir cualquier situación adversa, como dice san Pablo: “Nuestros sufrimientos momentáneos y ligeros nos producen una riqueza eterna, una gloria que lo sobre pasa con exceso”. Que así sea.

+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla