Este día la Palabra de Dios nos presenta una escpena de la historia de Israel, de la historia de su pueblo elegido muy triste. Pero, no obstante la tristeza, deja una gran lección, muy importante, que nosotros podemos aprovechar. Nos narra la primera lectura que, la vecindad entre los filisteos y los israelitas era muy difícil, se querían someter unos a otros. Entonces, estaban en constantes guerras. En este pasaje se nos cuenta que perdió la batalla el pueblo de Israel, por tanto, quedaban en peligro de perder su libertad, su autonomía, su propia vida; y en esa situación, a los israelitas se les hizo fácil resolver el problema diciendo: traigamos del templo de Siló el arca de la Alianza del Señor para que vaya en medio de nosotros y nos salve de nuestros enemigos, es decir, creyeron que resolverían el problema trayendo una representación para ellos muy bien valorada, significativa. Era un arca donde estaban dentro las dos tablas de piedra de los diez mandamientos y el recuerdo de toda la elección de Dios de su pueblo elegido. Y pensaron que llevándolo les iba a traer mágicamente, automáticamente, la victoria sobre el pueblo filisteo. Pero, se convierte en una terrible derrota, incluso los filisteos se apoderan del arca y se quedan sin ese testimonio histórico que para ellos era invaluable y que fue definitivamente una pérdida en su fe y su vocación como pueblo de Dios.
¿Qué podemos sacar de esta situación? Que no podemos nunca, manipular a Dios. Es una terrible tentación. Ustedes dirán… ¿Cómo puedo yo manipular a Dios? Así como hicieron los israelitas con los filisteos. Pensando que con una cruz, un objeto sagrado vamos a doblegar a los demás, vamos a someter a los otros. Después, al tiempo va a aprender el pueblo de Israel todavía, duramente, en otra época, siglos después que, la única forma de entrar en concordia y en paz con otros pueblos y al interior de su propio pueblo es por la palabra, el diálogo, el entendimiento mutuo. ¿Cuesta más trabajo verdad? Es más fácil para los papás, por ejemplo, darle un castigo al niño para que se porte bien, que estarle aconsejando y diciéndolo porque se tiene que portar de un modo u otro. Sin embargo, el camino que Dios ha elegido y que tendremos que aprender nosotros, es justamente el de la palabra. La palabra aparentemente es débil, aparentemente, por qué, porque la estoy diciendo en este momento y la acabo de decir y desaparece… no me acordé que me dijiste esto. La palabra vuela, sin embargo, cada uno de ustedes, sobre todo los que ya llevamos más tiempo en esta vida podemos dar testimonio de que hay palabras que se nos han quedado en nuestro corazón y que siempre nos acordamos de ellas. Hay experiencias inolvidables, para bien, o para mal. A través de la palabra y en el diálogo que se produce por ella, se logra la concordia y la paz, pero tenemos que aprender porque también podríamos quejarnos como los israelitas en esta escena que la define muy bien el salmo que escuchábamos, cuando dice el pueblo a Dios: despierta ya, por qué sigues durmiendo. No nos rechaces más despierta Señor, por qué te nos escondes. Por qué olvidas nuestras tribulaciones y miserias. Cuántas veces no podemos decir eso a Dios, pensando que Él se ha ido. Y más bien el error, es nuestro que olvidamos la forma como Dios actúa. De ahí la importancia de escuchar la Palabra de Dios, y de poner en común a través del diálogo lo que llevamos dentro, lo que pensamos, lo que sentimos, lo que queremos, lo que anhelamos. Y esta es una de las cosas más importantes de la vida de la Iglesia. Eso es lo que estoy haciendo ahora con ustedes, compartiendo la Palabra de Dios a la luz de la historia de su pueblo elegido; y a través del testimonio más grande que nos ha dado Dios en la historia. Nos envió a su Palabra encarnada… Cristo se hizo hombre, para enseñarnos que es s través del mismo ser humano que Él se hace presente, a través de cada uno de nosotros Dios se hace presente. Nosotros somos creaturas que reflejamos la huella de Dios. Dios no se esconde. No está dormido. Los que estamos dormidos somos nosotros y por eso necesitamos constantemente despertarnos, recordar que somos nosotros los portadores de la presencia de Dios para los demás y para nosotros mismos. De ahí la importancia de entrar en comunión unos con otros. No debemos marginarnos nadie, unos a otros. No tenemos que excluirnos. Todos formamos parte del anhelado pueblo de Dios, del querido pueblo convertido en familia, en fraternidad, nadie debe excluirse de la comunión eclesial. Esa es nuestra meta… trabajar por la comunión tanto afectiva, es decir, que sintamos al otros nuestro hermano; como operativa, es decir, que actuemos en función de esa misma comunión. Eso es lo que estamos tratando de hacer con una metodología. La metodología prospectiva que ya ha sido anunciada a ustedes desde hace tiempo, y que ahora en la Visita Pastoral, la estamos haciendo entrar en articulación con todas las parroquias.
Es un gozo avizorar, en el horizonte, ese futuro que nos va a dar de una Iglesia en comunión. Imagínense ustedes la comunión al interior de todos los sectores de su parroquia, de todos los que nos identificamos como católicos, de todas las parroquias vecinas, que forman este decanato, de esta zona, de toda la Arquidiócesis. Allí experimentaremos como la presencia de Dios traerá sus frutos. Es así como actúa Dios. Es así como nos manifiesta que está bien despierto y atento a nuestras necesidades. Cuando nuestros brazos, cuando nuestras piernas, cuando nuestro cuerpo esta para servir al Señor. Y ese es el ejemplo que debemos asumir hoy.
En este Evangelio tan hermoso que hemos escuchado esa actitud del leproso que se acerca a Jesús y le dice: si tú quieres puedes curarme. No le podemos exigir ni manipula a Dios. Libremente va a actuar y nosotros lo único que le tenemos que decir es como este leproso: Señor tenemos estas llagas, estas heridas, estas situaciones conflictivas, estos problemas, estas angustias. Si quieres puedes sanarnos. Y Jesús nos dirá como a este leproso: si quiero, sana. Y se le quito la lepra. Es desde nuestra disposición para ponernos al servicio del Señor buscando cuál es su voluntad que Dios va a intervenir en nuestras vidas, sanando, restaurando, reconciliando y entonces diremos también nosotros: el Señor ha hecho maravillas en medio de su pueblo. Eso es lo que le pedimos en esta Eucaristía, que el Señor haga maravillas en esta parroquia de san Ignacio de Loyola. Que el Señor haga maravillas en medio de nuestra Arquidiócesis de Tlalnepantla para servir a la Iglesia Universal de la que formamos parte. Que así sea.