“Sin que él sepa cómo, la semilla germina, crece;… y da fruto”
Con este ejemplo del campo, de la vida rural, del producto de la tierra, quiere Jesús explicar la dinámica del Reino de Dios. Utiliza esta parábola diciéndonos con toda claridad lo que nos toca a nosotros hacer, y que nosotros seremos solamente testigos de lo que hace Dios.
Lo que nos toca a nosotros hacer es, como el sembrador, sembrar la semilla. En otra parábola, Jesús ya había explicado que se refiere a la semilla de la palabra de Dios. Esa es la responsabilidad de los discípulos de Cristo: sembrar la palabra de Dios, que la gente conozca los Evangelios, la Sagrada Escritura, que sepa escucharla, que sepa con ella iluminar su vida, que sepa a partir de ella darle gracias a Dios por lo que va viendo que esa palabra fecunda y da fruto.
¿Qué le toca a Dios, según este ejemplo que pone Jesús, esta comparación? La semilla por sí sola germina, crece y produce fruto —primero los tallos, luego las espigas, y luego los granos en las espigas—. Es decir, a Dios le toca transformar el corazón del hombre. ¿Quién se quedó con la más difícil parte? ¿Qué es más fácil, dar a conocer la palabra de Dios a los demás, o transformar el corazón duro, de piedra, insensible, que no reconoce al otro como su hermano, en un corazón nuevo que pueda ser capaz de amar, de olvidarse y superar los odios, las heridas de los conflictos, de los problemas y hacerlo capaz de amar? Seguro que están de acuerdo conmigo en que Dios tomó la más difícil parte de la dinámica del reino. A nosotros nos tocó la más fácil. Por eso debemos de estar animados y entusiasmados de hacer lo que nos corresponde, con toda esta esperanza —que nos dice en esta segunda parábola— que hoy el Evangelio también nos transmite de mano de Jesús, de boca de Jesús: “El Reino de Dios. Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña; pero una vez sembrada, crece y se convierte en un mayor arbusto y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.
Nuestro trabajo es pequeño como la semilla de mostaza, pero gracias a la fuerza del Espíritu, de la parte que Dios obra, aunque sea muy pequeño nuestro aporte se volverá significativo, capaz de, cómo un buen árbol, dar sombra, como un buen árbol cubrir del sol, de la fatigas y sobre todo, como un buen árbol, dar cobijo para que ahí anidemos y podamos encontrar reposo, tranquilidad, descanso. Esto es el Reino de Dios.
Hermanos, por eso debemos de estar alegres y esperanzados. Porque realizando esto que nos toca a nosotros, como nos dice la primera lectura y sobre todo el salmo con el que le hemos respondido a esa lectura: seremos esos árboles, al alcanzar a ser justos, seremos siempre alegres; siempre, a pesar de ser ancianos y grandes, jóvenes, porque la esperanza es la que siempre refresca el corazón de todo ser humano. Máxime si tiene en cuenta lo que nos dijo san Pablo en la segunda lectura: tener siempre claro que nuestro camino, nuestra patria es el cielo, llegar a esa meta con Dios nuestro Padre que nos ha creado, por él fuimos creados y para él fuimos creados. Las personas mayores cuando han crecido a la luz de la palabra de Dios, son siempre alegres. Qué hermoso es el testimonio de un adulto que transmite la frescura, la alegría y la esperanza a las nuevas generaciones, a pesar de que su cuerpo ya no tenga la fuerza y el vigor de la juventud física.
Hoy estamos recibiendo un testimonio magnífico. El Papa Francisco tiene 78 años de edad. ¿Qué está haciendo en el mundo y en la Iglesia? Es un árbol frondoso que está cubriendo con su sombra, para que nosotros encontremos reposo y fortaleza; nos está alegrando al renovarnos en la Iglesia, dándole esperanza, porque es un hombre que ha vivido a la luz de la palabra de Dios, ha seguido los consejos de la palabra de Dios, y hoy él es testimonio de lo que todos nosotros también podemos alcanzar, y yo creo que lo vivimos. Cada uno de ustedes que son papás, pregúntense cómo animan a sus hijos, cómo los cubren, cómo les ayudan cuando están agobiados, cómo les dan esperanza cuando se encuentran frustrados.
El testimonio de las personas mayores es fundamental para nuestra sociedad. Por eso dice el Papa Francisco que allí se encuentra una veta maravillosa para refrescar y renovar a nuestra sociedad. No nos consideremos que ya quedamos marginados, considerémonos al revés, como personas que pueden abrir el camino, alentar a las nuevas generaciones y llevarlas conforme la dinámica del Reino de Dios. En este día la palabra de Dios nos alienta a ser esos árboles frondosos, como el cedro, para que seamos esas columnas que sostienen a nuestra sociedad.
Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla