“Si ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas”.
De esta manera culmina la escena del Evangelio que nos ha sido hoy proclamada como palabra de Dios. Y quizá a todos nos venga en mente la dificultad de perdonar, y también probablemente cuestionaremos por qué Dios nos condiciona su perdón a que nosotros perdonemos.
Vamos a tratar de adentrarnos en el corazón de esta enseñanza fundamental de Jesús. Estamos escuchando un texto del Evangelio, fundamental, central, es el corazón del discurso de la montaña donde expuso él su enseñanza básica para ser sus discípulos. En el centro de todo el sermón, que comprende desde el capitulo cinco hasta el capítulo siete del Evangelio de Mateo, encontramos este texto que hoy hemos escuchado. Vamos a tratar de entender por qué el perdón se vuelve clave, estratégico, prioritario en la enseñanza de Jesús.
Cuando comienza el texto dice que cuando nosotros hagamos oración no hablemos mucho, sino que confiemos en que el Padre lo sabe todo antes de que ya se lo pidamos. Y es entonces cuando Jesús propone la oración del Padre Nuestro. Y eso que acabamos de escuchar al final, que si perdonamos nos perdona, y si no perdonamos no nos perdona, está en el centro de la oración del Padre Nuestro. Fíjense bien, voy a ir repitiendo frases del Padre Nuestro es esta clave:
“Padre Nuestro que estás en el cielo”; tú que todo lo perdonas. “Santificado sea tu nombre”; que nosotros demos testimonio de este Padre bondadoso. “Venga tu reino”; el reino del perdón, donde hay reconciliación entre los hombres. “Hágase tu voluntad”; de que nosotros nos perdonemos los unos a los otros. “Danos hoy nuestro pan”; del perdón, cada día. “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. “No nos dejen caer en la tentación”; de la venganza, del no perdón. “Líbranos del mal”; de no perdonar.
Jesús pone en el centro de su enseñanza el perdón, porque es la puerta para entrar en la experiencia del amor. Quien no sabe perdonar no ha aprendido a amar. Es como el reverso de una medalla; la puerta de entrada al amor es el perdón, lo demás, todavía no es el amor como Dios ama. Ahora bien, nosotros estamos creados para participar de la vida divina en la eternidad, y nuestro peregrinar en esta tierra es aprender a amar. Y si para amar a la manera que Dios ama, es decir, sin esperar recompensa sino amar al otro porque es una persona, un ser humano que tiene dignidad y capacidad también a su vez de perdonar y amar, entonces, si nosotros aprendemos el amor de Dios, cumpliremos nuestra peregrinación en esta tierra y el Señor Dios nos abrirá las puertas de los cielos para toda la eternidad, porque estamos capacitados para participar de esta naturaleza divina que es el amor gratuito, es el auténtico amor, como ama Dios.
Ahora, sí creo que podemos entender que no se trata de una norma restrictiva, de poner una condición para que otra cosa se cumpla, porque siempre tenemos estas normas, esas condiciones que debemos de cumplir para obtener algo, a eso estamos acostumbrados en esta vida. Desde pequeños nos dicen nuestros papás: si te portas bien, te voy a llevar al cine, te voy a comprar tu helado; pero si te portas mal, no te voy a llevar al cine. Y aprendemos entonces a tener estos condicionamientos y tenemos que superarlos. Jesús al decirnos: El que no perdone no entrará en el reino de los cielos, no es un condicionamiento de esta naturaleza, es simplemente porque no estará capacitado para poder participar de la vida divina que es el amor entre el Padre el Hijo y el Espíritu Santo.
¿Qué dicen, están dispuestos a pasar esa puerta del perdón? Si nos conduce al amor, creo que estaremos siempre dispuestos a la reconciliación, a la comprensión y ustedes, por lo que acaba de referir el padre Diego, han pasado por esa puerta como comunidad, los felicito; y por eso están aquí, han pasado la puerta del perdón.
Ahora, la experiencia se vuelve creciente, se desarrolla. Y alcanzamos a recibir primicias de lo que será toda la eternidad, cuando empezamos a encontrarnos fraternalmente entre nosotros. Es apenas una probadita de lo que Dios nos tiene reservado. Y por ello se vuelve un aspecto básico para nuestra vida, el alimentarnos con la Palabra de Dios, con la enseñanza de Jesús. Ahí vemos el testimonio de Pablo en la primera lectura. Supo adaptarse a todas las comunidades, a esta —de la cual está tomada la primera lectura— es una comunidad, la de Corinto, en donde estaban profundamente divididos. Encontrados frontalmente, y por tanto —curioso que eso pase, pero así es— cuando estamos divididos es fácil engancharnos con cualquier oferta fácil que nos hagan, que nos haga salir de ese ambiente tan negativo que provoca la tensión, el enfrentamiento, la agresión, la violencia; somos fáciles presas de cualquier oferta, que no va a resolver nuestros problemas, sino al contrario, nos va a profundizar en ellos, sin superación y salida.
La fe, como dice Pablo, nace del corazón, dice: “Dios sabe que sí los quiero”. Eso dice Pablo al final de esta lectura, cuando les dice: Aunque no les haya pedido para su sustento y haya recibido de otras comunidades que le mandaban para sustentarse, lo hice, para tocar su orgullo y para hacerles ver que estaban en una posición equivocada.
A la luz de la experiencia de esta comunidad parroquial, creo que esta palabra de Dios viene a decirles: crezcan, anímense a seguir desarrollándose en el participar la vida en pequeñas comunidades a la luz de la palabra de Dios, a la luz de Cristo. Y encontraran un camino sorprendente, ¡sorprendente!, y una satisfacción profunda en sus corazones: Cristo es nuestra paz, Cristo es nuestra alegría; no las adversidades de los contextos que nos toca afrontar, tampoco los contextos de gozo por sí mismos, nos dan satisfacciones muy transitorias, pero el encuentro con Cristo y el seguimiento como discípulos como comunidad de discípulos de Cristo, nos afianza, nos consolida en la verdadera paz que es la paz del Espíritu.
Pidámosle al Señor en esta Eucaristía que, así como está el proceso ya visible y tangible su templo material, ya no nos mojamos, ya estamos aquí celebrando, ya estamos aquí celebrando, estamos en torno a este altar, así como está en proceso, porque no está todavía terminado, así está también nuestro caminar cristiano en proceso, pero ya está tangible, ya se pueden tocar las primicias de lo que es la vida e torno a Jesucristo. Pidámosle en esta Eucaristía, que no pierdan el rumbo, y seguramente no lo harán, porque lo más difícil fue encontrarlo. Cuando una cosa se encuentra y se valora, uno mismo está concientizado de que no debe de perderlo, y además tendrán aquí a su guía, a su párroco para conducirlos. Que el Señor los bendiga.
¡Cristo vive —En medio de nosotros!
Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla