“Irá… para convertir el corazón de sus padres hacia sus hijos…”.
Con estas palabras describe el evangelista la misión que va a tener Juan el Bautista. Dice más adelante, al término del Evangelio que escuchamos: “Prepararle así al Señor un pueblo dispuesto a recibirlo”. Es interesante recibir esta expresión: “Para convertir los corazones de los padres hacia sus hijos”. La mayoría de ustedes aquí, tengo la impresión de que son papás ¿no les parecería más lógico que la misión fuera convertir el corazón de los hijos hacia los padres? ¿Por qué entonces la misión de Juan Bautista para preparar la llegada De Jesús, para abrirle el camino y disponerle el corazón de un pueblo dice: convertirá los corazones de sus padres hacia sus hijos?
Pues la razón la es muy clara. Lo que va a intentar Juan Bautista, para preparar el camino a Jesucristo, es abrir una experiencia que permita la transmisión del amor gratuito, del amor propio de Dios. Ustedes que son papás, saben que al amar a sus hijos, no lo hacen porque esperen de ellos recompensa, los aman desde que son bebés, y del bebé no se espera nada; lo siguen amando en los primeros años y no esperan nada; lo siguen amando aunque sean muy traviesos, aunque sean caprichudos (los niños son muy caprichudos), los padres siguen amando a sus hijos. Convertir el corazón de los padres a sus hijos es recuperar y tener esta experiencia consciente de que el autentico amor es el amor gratuito que no espera y no está sostenido por la respuesta, por la correspondencia de quien ama. El amor entre los esposos no es así, el esposo espera la correspondencia de su esposa y viceversa, es un amor humano, es un amor atraído por la sexualidad de ambos, que se va a ordenar en vista de los hijos. No es igual el amor de los esposos, aunque se quieran mucho, al amor entre padres e hijos. De esta manera podemos entender la indispensable tarea de transmitir la experiencia del amor gratuito. Así, de esa forma, se hace presente el amor de Dios Padre entre nosotros, y de esa manera se dispone la persona a abrirse en correspondencia a ese amor gratuito, y eso es lo que permite descubrir a Dios, la naturaleza divina.
Por eso es también, en esta misma línea, la reflexión de la segunda lectura del apóstol san Pedro en su primera carta, cuando dice: “Ustedes no han visto a Cristo Jesús…” a nosotros no nos ha tocado, no somos la generación que nos tocó verlo físicamente, no. Físicamente no lo conocemos, sin embargo dice san Pedro: “Ustedes lo aman”. De esa manera hoy, —porque el apóstol está tratando de decir que somos nosotros los actualizadores del camino de preparación para que Cristo more y viva entre nosotros— somos como Juan Bautista, que prepara el camino para que se conozca a Cristo. Dice san Pedro: “Los profetas, cuando predijeron la gracia destinada a ustedes, investigaron también profundamente acerca de la salvación de ustedes”. Ellos trataron de descubrir esta presencia de cuándo estaría el Mesías; y ahora, dice el apóstol, a ustedes también se les da esta tarea: descubrir a Cristo presente sin ser visto físicamente. Esa es la transmisión de la fe que hace posible que sigamos a Cristo, que haya discípulos de Cristo y que haya experiencia del amor de Dios Padre hacia nosotros, para que nosotros les descubramos a los demás esta presencia misteriosa de Jesús resucitado, que transforma, que cambia, que hace una creatura nueva. Para esto hemos sido llamados desde el seno de nuestra madre.
Este texto del profeta Jeremías, que nos fue proclamado en la primera lectura, se aplica así muchísimas veces para las vocaciones específicas, como para la vocación profética es el texto como para vocación del sacerdocio ministerial, pero en realidad se aplica para cada uno de nosotros. Todos desde antes de formarnos en el seno materno somos conocidos por Dios. Dios tiene un proyecto para cada uno de nosotros, y como ya bien lo dijo en una ocasión Moisés, cuando el pueblo atravesaba el desierto del Sinaí, le dijeron que había allí por algunos que se atrevían a profetizar, dice: quiero y deseo que todos sean profetas, esa es nuestra vocación, ser profetas como Juan Bautista, ser profetas como los antiguos profetas del pueblo de Israel, ser profetas que hagan presente a Cristo en el mundo de hoy. Para ello debemos entonces experimentar esta conversión del corazón de los padres hacia los hijos, para ello necesitamos siempre estar recordando —porque se nos olvida muy rápido—, que el auténtico amor, que es la naturaleza de Dios, es gratuito. Desde el seno de tu madre te conozco, te consagré, te constituí, y por eso te acompaño en la misión que yo te dé, no digas que eres incapaz, que eres un muchacho que no sabe hablar, no tengas miedo, yo estoy contigo dice el Señor, yo estoy contigo.
Si esto lo vivimos como comunidad, entonces preparamos un pueblo dispuesto a que Cristo viva en medio de nosotros.
Eso es lo que hacemos en cada Eucaristía, ponernos en esta comunión con el amor de Dios a través de Cristo Pan de la vida; y en esa comunión con Cristo, fortalecer nuestro espíritu para poder disponer nuestro corazón al amor gratuito y dar testimonio de él ante los demás.
Que el Señor pues nos haga crecer en esta consciencia porque hoy el mundo necesita muchos Juanes Bautistas. Necesita una comunidad como lo hacía Juan Bautista, tenía muchos discípulos y de entre ellos, hubo entonces quien siguiera a Jesús y entregara su vida. Así también entre nosotros surgirán muchos que entreguen cabalmente su vida a la causa de la proclamación del Evangelio. Pidámoselo así al Señor para que seamos capaces de convertir el corazón de los padres hacia sus hijos.
Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla