“Señor, sálvanos, que perecemos”
De esta manera acuden a Jesús, quien está tranquilamente durmiendo en la barca, y la tempestad se ha venido encima con riesgo de ser desbordada por el agua y hundirse. “Señor, sálvanos, que perecemos”.
Tanto el Evangelio, en esta escena que acabamos de escuchar, como en la primera lectura del libro del Génesis, son dos escenas de salvación. Vamos a tratar de descubrir cómo se obtiene esa salvación, porque también nosotros nos encontramos tantas veces en nuestras vidas con situaciones que consideramos o injustas, o situaciones que no comprendemos, que no nos gustan, y que no sabemos cómo superarlas. Por eso es importante descubrir de qué manera los discípulos de Jesús y también en este caso Lot, su esposa y sus hijas, se vieron salvados de una situación trágica, de una situación dramática.
En el caso de la primera lectura del Génesis, Lot, era sobrino de Abraham. Y si leemos el capítulo anterior de esta lectura, vemos cómo a Abraham, un mensajero de Dios, le comunica que viene la destrucción de las dos ciudades, Sodoma y Gomorra, donde habitaba Lot; viene la destrucción que va a ser terrible, y entonces Abraham intercede ante Dios, primero por toda la población y después finalmente, aunque sea por los justos que están en medio de ella, entre los cuales está Lot y su familia. Vemos entonces que es la oración de Abraham, la mediación que salva a Lot, y que lo rescata de la destrucción de esa ciudad.
En el caso de los discípulos de Jesús, ellos mimos despiertan a Jesús, sienten que no se ha dado cuenta del riesgo que están corriendo y le piden su ayuda: sálvanos Señor, que perecemos.
Vemos entonces con toda claridad que la salvación en el Génesis, ha llegado por un hombre de fe; en el caso del Evangelio, porque los discípulos se atrevieron a despertar a Jesús y clamar su auxilio.
También nosotros necesitamos, entonces, tener esta posibilidad de acudir al hombre de fe, como son sus pastores, sus párrocos, sus sacerdotes, sus obispos; sus mismos agentes de pastoral que ya han madurado como discípulos de Jesús, que hacen oración, que se encuentran con Jesús y que pueden, en ese diálogo, tener la oportunidad de rezar por quienes se encuentran en situaciones difíciles, de interceder, de unirse en comunidad para orar por lo que nos agobia, nos preocupa, nos angustia. Pero el Evangelio nos dice que quien salva es Jesús. Él es el que trae la calma, la paz, el que apacigua la tormenta y también nuestras tormentas. Por eso tenemos que acudir a él y buscarlo directamente. Quizá no para despertarlo, porque está más despierto que nunca, sino para abrirle nuestro corazón y que actúe en nosotros.
¿Cómo hacerle para tener este acceso a la persona de Jesús? Cuando nosotros hablamos con alguien y nos escucha y encontramos respuestas, decimos que hemos tenido un buen diálogo, una buena conversación. Hoy sobre todo los jóvenes se comunican digitalmente; es una palabra, es real aunque no vean al otro, quien les está contestando desde otra parte. Así es también con Jesús, como un correo electrónico en el cual podemos mandar nuestro mensaje y esperar la respuesta. ¿Cómo hacer nuestra whatsup a Jesús? A través de la Palabra que nos da en la Sagrada Escritura. Ven por qué la importancia de la lectura, y de hacerlo en comunidad, en un pequeño grupo compartiéndolo desde la vida; porque él actuará sin lugar a dudas dándonos la salvación.
Sin embargo tenemos también que ubicar este Evangelio, en el contexto de todo el Evangelio. La primera atracción que podemos tener para acercarnos a Jesús, conversar con él y dialogar, escuchar su Palabra y descubrir cómo nos responde realmente en las circunstancias de nuestra vida, puede ser ya un buen paso, pero no suficiente.
Los discípulos de Jesús, en este pasaje del Evangelio, están descubriendo la omnipotencia de Dios y piensan que Jesús todo lo puede y que lo va a hacer inmediatamente como ven que calma la tormenta en el lago; y nosotros también podemos estar con esa mentalidad de esperar una respuesta contundente de Jesús poderoso. Y a veces, nos defraudará porque no actuará así. Es la necesidad de que el discípulo camine con Jesús hacia la cruz, hacia Jerusalén, para afrontar las adversidades con la confianza, con la esperanza de que nuestro Padre Dios no nos dejará solos; pero hay adversidades, circunstancias que no las podemos evadir, sino recibir como le pasó a Jesús, la fuerza del Espíritu, para afrontarlas. Y esas serán de gran satisfacción. No es lo mismo que otro me resuelva el problema sin que yo meta mano, a que yo resuelva el problema directamente, hay una satisfacción por mi capacidad, hay una gran alegría de saberse capaz de resolver adversidades, y esto será posible cuando le decimos a Jesús: “Señor, sálvanos, que perecemos”. Con esa confianza de que nos dará la fortaleza para afrontar cualquier adversidad de la que saldremos adelante.
Que el Señor, pues, nos ayude a emprender este camino como Iglesia, de compartir la vida a la luz de la Palabra de Dios. Que nos ayude a tener acceso directo a Jesucristo, al escucharlo en el Evangelio como lo hemos hecho en este momento al escuchar su Palabra, y que también nos ayudemos como también Abraham ayudó a Lot y Lot a su familia para encontrar la salvación que necesitamos. Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla