“Nos dio a conocer el misterio de su voluntad”
Así empieza esta carta del apóstol San Pablo a los Efesios, diciéndonos que el plan de Dios quedaba revelado, descubierto para todos nosotros y que consiste en que Cristo llegue a ser que todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, estén en Jesucristo como cabeza y nosotros como cuerpo formando una unidad, un organismo, un organismo vivo, nosotros podemos preguntarnos si Cristo ya cumplió este proyecto de Dios. Entonces nosotros ¿qué tenemos que hacer? Efectivamente, Cristo hizo lo que tenía que hacer, se encarnó, se hizo hombre, enseñó el camino, mostró la misericordia del Padre, nos enseñó a contar no sólo la muerte, sino también la injusticia de la misma muerte y a tener ésta esperanza solida, firme de la resurrección.
Cristo ha cumplido, ha realizado el proyecto de Dios en su persona, pero éste proyecto de Dios no es impuesto así como el mismo Jesús tuvo que aceptar la voluntad de su Padre, asumirla con toda voluntad y realizarla, eso es lo que ahora nos toca hacer. No se nos impone el plan de Dios, no es algo al que estamos realizando de forma automática, sino, necesita de cada uno de nosotros la libertad y el conocimiento de lo que hay que hacer, aceptarlo con plena libertad y no nada más diciendo ––estoy de acuerdo, sino además, descubriendo que esa es la manera de darle sentido a mi vida, que es lo que más me conviene, descubrir todo el beneficio que me aporta unirme al plan de Dios, porque para eso fui creado.
Tenemos dos ejemplos, en la primera lectura y en el evangelio que nos ayudan a entender mejor como dar nuestra respuesta. En el evangelio nos dice el texto de San Marcos, que “Jesús llamó a los doce, los envió de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos”. Con ésta afirmación nos deja ver que Él mismo, en el cumplimiento de su misión, no lo hace solo, llama a otros, incluso llama a doce, significando con ello las doce tribus de Israel, significando con ello la plenitud a la llamada a toda la humanidad, Jesús incorpora, pues, en su experiencia de misión a sus discípulos, no los tiene como meros testigos para que vean lo que hace Jesús, sino dice el texto: a ellos mismos los envió para que fueran a los pueblos de Galilea, recorrieron como lo habían hecho con él, pero ahora solos, pero, de dos en dos. Es importante éste señalamiento por que nos necesitamos de la misma manera que Jesús necesitó a sus discípulos en su experiencia. También cada uno de nosotros, si lo necesitó Jesús, con mayor razón no podemos ir solos en el cumplimiento del misterio de la voluntad de Dios para mí. Por ello la espiritualidad que tiene y necesita el discípulo de Cristo no es una espiritualidad intimista, es decir, que la pueda desarrollar de forma vertical, Dios y Yo, sino que la necesita realizar de forma horizontal, Yo y los Demás, para llegar a Dios.
Por esto, es que podemos entender que cuando somos católicos que solamente vivimos nuestra espiritualidad y nuestro caminar independientemente de los demás, somos muy frágiles, muy débiles, caemos constantemente en el pecado, en la división, en el conflicto. Cuando nosotros nos apoyamos y ponemos en común nuestra fe, nuestra acción, entonces se fortalece nuestra propia voluntad porque como dice el texto de San Pablo: “hemos sido marcados con el Espíritu Santo prometido, que es la garantía que nos va a llevar al cumplimiento de nuestra misión. Éste es el primer aspecto que nos ayuda a entender cómo hacer, y lo tenemos que hacer juntos. De ahí viene entender el porqué los estamos llamando a formar pequeñas comunidades, a integrarnos, a leer la palabra de Dios y a compartir la vida, para eso no necesitamos como dice el texto del evangelio: “Ni dinero, ni bastón, ni mochila”, sino lo que necesitamos es poner nuestra experiencia en conocimiento de mi pequeña comunidad
Por otra parte, la primera lectura, nos recuerda éste hermoso texto del profeta Amós, que cuando él empieza a hablar en nombre de Dios, señalando el camino, descubriéndole al pueblo lo que está bien de lo que está mal, es increpado por un sacerdote, Amasías, que servía en el Templo de Betel, pero que no le importaba lo que hiciera el pueblo, sino lo que le importaba era servir al Rey y quiso desterrar al profeta Amós, y Amós le dijo; “yo no soy profeta ni hijo de profeta”, es decir, yo no recibí el profetismo por la sangre, sino el Señor me sacó de entre el rebaño y me dijo ve y profetiza a mi pueblo Israel. Es decir, es un llamado de Dios, es una vocación, esto el Concilio Vaticano II, hace 50 años, lo clarificó, que nuestro propio bautismo es una llamada al profetismo, el hecho de constituirnos en hijos de Dios, nos convierte en mensajeros, en fuerte testimonio de lo que Dios quiere de nosotros. Es como un miembro de una familia, un buen hijo habla bien de su familia, nosotros que somos la familia de Dios, hijos de Dios por el bautismo, debemos dar testimonio del amor de Dios, de su misericordia en el mundo de hoy.
El profeta habla en nombre de Dios y desde esa experiencia de ser hijo y de tener un Padre que es Dios mismo, podemos ayudados por el Espíritu Santo, distinguir lo que va bien, lo que está acorde con la voluntad de Dios de lo que está mal. Hoy día, en nuestra sociedad, necesitamos muchos profetas que indiquen lo que está bien de lo que está mal y no pensar que todo está bien si cada uno lo acepta, que eso es lo que hoy se está divulgando en medio de nuestra sociedad, ––tú eres libre y si aceptas eso y así lo quieres, está bien, cuando en realidad está mal. Si tú quieres puedes drogarte, es tu libertad, lo aceptas, está bien ––no, la droga es muerte y así hay muchas cosas en este tiempo que se nos divulgan por los medios de comunicación, por la televisión, por la radio, por la influencia de las redes sociales, que parece que son inocuas ––inofensivas, no dañinas, y que simplemente las puede aceptar una persona, pero nos daña, son camino de muerte.
Hoy necesitamos profetas, que a la luz de la Palabra de Dios, descubramos lo que quiere Dios de nosotros, para lo que nos ha creado y evitemos tantos extravíos de nuestros hermanos hijos de esta misma familia de Dios. Pidámosle al Señor que, como Iglesia, podamos realizar éste camino, que como pequeños grupos podamos fortalecernos en la fe, que podamos ser levadura de un buen pan y podamos ser Luz para los que caminan en tinieblas, en caminos de muerte. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla