HOMILíA DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

December 31, 1969


HOMILíA DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

 

“Cristo dio muerte en sí mismo al Odio”

Así nos dice el apóstol San Pablo en esta segunda lectura que ha sido proclamada como Palabra de Dios, para nosotros, hoy aquí reunidos, Cristo en sí mismo por medio de la cruz dio muerte al odio, de ahí la reflexión de San Pablo. ¿Por qué es nuestra paz? Cristo es nuestra paz, porque destruyó la barrera, destruyó ese obstáculo que no permite al ser humano darle la mano a su prójimo, Cristo dio muerte mediante su cruz, mediante la cruz, ese es el camino. ¿Qué significa mediante la cruz? Asumiendo la adversidad, la injusticia, asumiendo la rivalidad, la competencia, el celo y tantas otras, que no permiten superar el odio, todas esas adversidades suscitan en cada uno de nosotros cada vez que se presentan, que surja en nosotros esa vitalidad orientada a la venganza, a la violencia, a la agresión. Cristo vino entonces a enseñarnos el camino para poder llegar a la experiencia del amor, que nos constituye en personas en comunión con Dios mismo. No se trata simplemente de quitar un obstáculo, sino, de abrir un camino, quitar el odio de en medio como si fuera una puerta que abre, sino, quitar el odio, superándolo para abrir la experiencia del amor, esto es lo que ha venido a hacer Jesús.

Ustedes en estos días y sobre todo en su trabajo de formación, que gracias a este Movimiento del Encuentro Matrimonial Mundial, los hace estar aquí presentes, en este trabajo han descubierto cómo integrarse, esposo, esposa, padres e hijos, cómo caminar, y sin duda por eso están aquí, porque han descubierto que es una manera que los enriquece para vivir su sacramento del matrimonio. Sin embargo, me parece oportuno, a partir de esta afirmación y reflexión que nos propone San Pablo, volver a mirar nuestro pasado desde dónde he partido, mi experiencia de vida y la manera cómo yo voy también mediante la cruz haciendo morir el odio. La familia tiene esta gran misión, actualizar lo que Cristo ya hizo en medio de sus miembros, si tenemos la fortuna de padres que nos aman profundamente, con todas sus fuerzas, seremos personas capaces de ir hacia los demás con una gran valentía y fortaleza, para mostrar que el amor es posible. En la familia, en el seno de las relaciones, allí es donde hay que ir venciendo el odio, donde hay que ir apagándolo inmediatamente en el momento en que aparece, explicándolo hacia donde nos lleva y porque tenemos que superarlo.

Así han crecido ustedes. Estoy seguro. Porque la fe y el encuentro con Cristo, nos ofrecen esa experiencia en la propia vida, a partir de nuestra propia experiencia, como familia, como matrimonio, entonces quiero hacer una relación tanto hacia la primera lectura como hacia el evangelio, que nos complemente, para seguir creciendo en nuestra hermosa experiencia de familia cristiana, de familia comunidad de discípulos de Cristo, donde se aprende el camino de Jesús. En la primera lectura el profeta Jeremías se lamentaba que no había pastores que se preocuparan por su pueblo y es entonces cuando viene el anuncio en donde es formidable cuando dice: “yo me encargaré, yo mismo reuniré, en nombre de Dios lo dice el profeta, yo seré el pastor”. Este anuncio profético de Jeremías se ha cumplido en Jesucristo. Jesús ha venido como el Pastor, lo vemos en el evangelio, está preocupado por todos los detalles, mira a la gente y descubre en ella la sed de Dios y la necesidad de una enseñanza, de una orientación. Se compadece. Es un verdadero Pastor, no obstante que iba con sus discípulos con toda la intención de descansar, porque es un Pastor humano. Sabe que el descanso es indispensable, pero sabe que cuando hay una situación inesperada, también hay que atenderla. Jesús así mira la multitud que encuentra al bajar de la barca.

Ahora yo les pregunto a ustedes: ¿también han aprendido a mirar la multitud de matrimonios que han recibido el sacramento pero que no lo viven? ¿Con qué mirada los ven? Éste es el gran desafío de la Iglesia de hoy. El Papa Benedicto XVI, en una de sus últimas reflexiones y consideraciones, decía: “que se calculaba que, más del 50% de los matrimonios que habían recibido el sacramento, no lo habían recibido con fe, no sabían a que iban, no tenían conciencia de lo que significaba, del proyecto de vida que propone Jesús”. Por eso la pregunta es: ¿Cómo vemos esa realidad familiar, que en nuestro país, particularmente en México, se nos está desmoronando? Estamos contentos nosotros y alegres y le damos gracias a Dios de todo lo que nos ha dejado vivir a nosotros. Los sacerdotes también están alegres, como lo estoy yo, con nuestra experiencia hermosa, de ser un buen discípulo de Cristo, pero el discípulo que nunca dejará de serlo, tiene que constituirse en apóstol, en enviado, de ahí el llamado que nos está haciendo el Papa Francisco a dar este giro por la conversión pastoral ––que es este mirar la multitud, mirar nuestra Iglesia–– y decir desde nuestras pocas fuerzas o desde nuestras pobres fuerzas, tenemos que ir a quienes nos necesitan, una Iglesia en salida, una Iglesia misionera.

Es un llamado a todos y es urgente, el que nos hace el Papa, también nosotros desde las distintas instancias, es necesario replanteárnoslo, ¿De qué manera podemos ir y afrontar esta realidad? Para que podamos con Cristo y en Cristo darle muerte al odio, la violencia y la agresión que por todas partes parece desbardarnos en nuestra población en México, cuando nos confesamos ante un Instituto no Eclesial como es el INEGI, que somos católicos el 84%, y se pregunta uno: ¿Este 84% de católicos se habrán encontrado ya con Cristo? Si ya se encontraron, Bendito Dios, pero por qué no actúan como buenos discípulos de Cristo, sino se han encontrado, ¿Dónde está el Pastor que anuncia el profeta Jeremías que no le faltará a su Pueblo? ¿De dónde podrán surgir estos Pastores que en nombre de Cristo atiendan esta realidad? Por ello los invito a partir de esta palabra a que también nosotros nos cuestionemos, nos preguntemos y desde la posibilidad de nuestras fuerzas respondamos al llamado de ser Iglesia misionera.

Los encuentros Matrimoniales de este organismo mundial y los otros movimientos de familia que tenemos en México, son una gran riqueza y un gran potencial, pero tenemos que advertir cada uno de nosotros, si estamos en una zona de confort y ya no hacemos nada por los demás, porque estamos contentos por lo que hemos descubierto y hecho, y entonces preguntamos, ¿y si esto lo conocieran los demás? Y ¿si este tesoro de saber lo que son los sacramentos y la fuente de vida cristiana que nos dan, lo conocieran los demás? Los movimientos apostólicos, ––por eso llevan ese nombre, porque son para ser enviados––, una vez que llegan, se forman, se nutren, adquieren su consciencia y su vitalidad ¡son apostólicos! y esta fortaleza la tenemos que dar para que en cada uno de los rincones de nuestras Diócesis en este país, podamos anunciar que Cristo es nuestra Paz, que hay que conocerle, que hay que amarle, que hay que servirle.

Pidámoselo así al Señor en esta Eucaristía, que salgamos, porque los rostros que he visto al ir saludando a algunos, sobre todo a los sacerdotes, es un rostro de alegría, ––ustedes lo expresaban al ir ingresando nosotros en la procesión, en este recinto––, un rostro de alegría, con esa fuerza de quien sabe que es el camino de la vida. Tenemos que proponernos no quedarnos reducidos en nuestros propios círculos, sino abrirlos e ir más allá de la frontera de nuestro movimiento. La Iglesia los necesita, no sólo como ya están, sino también misioneros. Que así sea.


+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla