HOMILÍA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

December 31, 1969


HOMILÍA  DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

 

Miren a mi siervo, en Él he puesto mi Espíritu. Así nos dice el anuncio del profeta Isaías en la primera lectura. Las otras dos lecturas enfatizan que este siervo ha recibido en efecto el Espíritu Santo, el Espíritu del Señor. Este siervo, es Jesús de Nazaret. Dice la segunda lectura que hemos escuchado: Dios ungió con el Espíritu Santo a Jesús de Nazaret; y en el mismo Evangelio, se nos confirma cuando al describirnos el bautismo del Señor, al salir Jesús del agua, vio al Espíritu de Dios que descendía sobre Él. El bautismo de Jesús, es por tanto, y se nos quiere indicar la palabra de Dios hoy, que es un bautismo en el Espíritu Santo. El bautismo de Jesús es un bautismo para consolidar en Él la presencia del Espíritu, de forma que cumpla la misión para la cual fue enviado por Dios Padre. Jesús nació en Belén del seno de María, no simplemente como un ser humano más, sino como ese ser humano que debía de regenerar el proyecto que Dios tiene para todos ser humano, es decir, Jesús es enviado para ser el Camino, la Verdad y la Vida; por eso esta insistencia de que el bautismo del Señor es la recepción del Espíritu Santo. Nosotros cuando recibimos el bautismo, lo recibimos en el nombre de Jesús, lo recibimos con una doble finalidad: como purificación para el perdón de los pecados, para fortalecer nuestra fragilidad, nuestro barro humano; y segunda finalidad, la misma que tiene el bautismo de Jesús, para recibir el Espíritu Santo. En esto se identifica, en esta segunda finalidad, nuestro bautismo, con el bautismo de Jesucristo, no en la primera que es propia de nuestra condición pecadora. Jesús, entonces nos enseña el camino de, para qué recibimos el Espíritu Santo.

En la primera lectura encontramos algunos elementos de para qué hemos recibido nosotros y para qué recibió Jesús el Espíritu Santo; dice: no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea. Este primer elemento nos ayuda a entender que es el Espíritu de Dios, el que nos ayuda a descubrir que, así sea una situación difícil, terrible o una muestra de gran fragilidad en una persona, nosotros nunca debemos de apagar la mecha que aún humea, nunca debemos despreciar una caña que ya está resquebrajada, que ya parece no servir; mientras un ser humano tenga vida, ahí, en ese ser humano debemos de encender la esperanza. Todo puede ser restaurado en Jesucristo. Todo ser vivo, tiene el Espíritu de Dios; entonces, recibir el Espíritu Santo es, para que, nosotros aprendamos a valorar la dignidad de toda persona humana, para que aprendamos a valorar aún al que parece más desgraciado, o al que se vea incluso atado a esclavitudes y al pecado de forma que parece humanamente imposible de rescatar. Para eso recibimos el Espíritu Santo, para que, tengamos la confianza de que todo ser humano, por ser hijo de Dios, tiene una posibilidad real de renovarse.

Un segundo elemento que encontramos, es el de trabajar por la justicia y el derecho en la tierra: no titubeará, no se doblegará, promoverá con firmeza la justicia; y ya sabemos como es difícil aplicar la justicia en nuestro tiempo, en las condiciones sociales, políticas, económicas. Es muy difícil que esta justicia brille, y ante las injusticias nos desanimamos, nos desalentamos. Recibimos el Espíritu Santo para ser firmes, para no titubear, para no doblegarnos ante la injusticia, para hablar con sinceridad y franqueza, para eso hemos recibido el Espíritu Santo en nuestro bautismo.

Además, también nos lo dice la segunda lectura, que Jesús recibió el Espíritu Santo y paso haciendo el bien, porque Dios estaba con Él. También hemos recibido el Espíritu Santo, para hacer el bien, para ayudar, para dar una mano a quien lo necesite, para ser solidarios, para compartir lo que tenemos, para alegrarnos con los otros en sus momentos de éxito, de triunfo; para consolar a otros que se encuentran en una desgracia y dificultad. Pasar haciendo el bien porque Dios está con nosotros. Pero, cuál es la dificultad para que vivamos en esta orientación del bautismo del Señor, la presencia del Espíritu Santo en nosotros. La misma que vemos de Juan Bautista, insistía a bautizar a Jesús, ¿por qué? Porque se siente indigno, porque siente que él no puede bautizar a quien es mayor que él. Nuestra dificultad es siempre la resistencia a aceptar esta grandeza de nuestra vocación cristiana. Pensamos que son otros los que tienen que hacer ese heroísmo de ser conducidos por el Espíritu de Dios. Todos estamos llamados a vivir este don, que lo hemos recibido en nuestro bautismo; y lo hemos confirmado en el sacramento de la Confirmación. ¡Lo tenemos!, ¡está dentro de nosotros! Pero, como Juan Bautista, nos sentimos indignos, vemos nuestra fragilidad, vemos nuestra pobreza para poder hacer tantas cosas buenas, vemos nuestro egoísmo y decimos ¡no, no puedo, no creo, no tengo la confianza de que el Espíritu de Dios pueda hacer tantas cosas buenas en mí!; y entonces, nos marginamos, nos hacemos a un lado.

Hoy, en esta fiesta del bautismo del Señor, nos invita a que como Juan Bautista aceptó bautizar a Jesús, también nosotros aceptemos el don del Espíritu Santo que nos ha regalado, para ponerlo en práctica, y, como dice el mismo Jesús cuando ya aceptó Juan Bautista a bautizarlo: has ahora lo que te digo porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere. ¡Hagamos pues, también nuestra la experiencia de vivir conducidos por el Espíritu de Dios!, de aprender a relacionarnos con este Espíritu a través de la oración, de los sacramentos, de la catequesis, de la escucha de la Palabra de Dios. Hagamos esta experiencia, porque de esa forma cumpliremos lo que Dios quiere, y también Dios nuestro Padre, dirá como le dijo a Jesús: estos son mis hijos amados en quien tengo mis complacencias. Que así sea.