“¿Por qué estas llorando? ¿A quién buscas?”
Es la expresión que nos narra el evangelio, en esta bellísima escena en la que María Magdalena va a visitar el sepulcro de Jesús y no encuentra el cadáver. Para poder descubrir algunos aspectos del mensaje que tiene este pasaje, es bueno recordar aquella otra escena del libro del Génesis en donde Dios busca a Adán y a Eva, ––en la escena posterior a la creación––, en ella sucede que el hombre se esconde de Dios y que cuando los afronta Dios en el Paraíso se comportan de manera esquiva y mintiendo. Han tomado del fruto del prohibido y lo han negado, y, al verse descubiertos fracturan la comunión entre Adán y Eva, sus respuestas son de echarle la culpa, el uno a la otra y la otra a la serpiente. Fruto de esta manera equívoca de relacionarse con Dios, el resultado es que son expulsados del paraíso. Esa es la escena del Génesis en el Jardín del Paraíso.
Ahora veamos una escena en el cual el evangelista San Juan de alguna manera hace indicio de que se trata de un nuevo jardín cuando nos dice: que Magdalena, al voltear y ver de tras a Jesús sin reconocerlo pensó que era “el Jardinero” ––el que cuidaba de esas tumbas y del arreglo entre ellas––. Este es un nuevo jardín, pero la escena es totalmente distinta. En la del Génesis se fracturó la comunión entre Dios y el hombre. En ésta, se renueva la comunión entre Dios y el hombre, entre Dios que lo representa Cristo, y el hombre que lo representa una mujer muy distinta a Eva, que habla con la verdad, que llora, que expresa lo que esta sintiendo en su interior. Hace poco el Papa Francisco en una de sus reflexiones decía que: “era bueno llorar, que nunca nos debemos de avergonzar por llorar”, ¿por qué? Porque al llorar, abrimos una ventana de nuestro interior a los demás, ¿Por qué lloramos? Lloramos de alegría o de tristeza, lloramos porque sentimos que un acontecimiento ha conmovido nuestro interior, de felicidad o también y más veces quizá de dolor. Lloramos y cuando alguien nos ve que lloramos sabe que algo está pasando en nosotros, y nos pregunta ¿Por qué lloras? Esto mismo le preguntó Jesús a María Magdalena. Fue la ocasión para inicial este diálogo redentor, este diálogo renovador entre Dios y su creatura, entre Cristo y su discípula. “¿Por qué estas llorando? ¿A quién buscas?” Magdalena le contesta: “Señor, ¿si tú te lo llevaste dime donde lo has puesto?”
Ella pregunta por un cadáver y tiene ante sus ojos al cadáver que está con vida, pero no lo reconoce, hasta que de nuevo el Señor le dice: “María” y en ese tono quizá propio de Jesús, en esa manera de hablar y de dirigirse a María Magdalena, María lo reconoce y le dice: “Rabbuní” que significa “Maestro” eres tú, estás vivo, has resucitado, eres tú el Señor. Si de por si María había quedado atraída y había hecho una transformación en su persona, descubriendo una doctrina que da vida, había visto en Jesús, su Maestro, un camino que la llenaba de esperanza y de felicidad. Imaginen ustedes, ahora que lo vio morir en la cruz, que vio como fue depositado en la sepultura, que precisamente su tristeza era porque no encontraba el cadáver para consolarse, en lugar de consuelo, encuentra al Señor su Maestro nuevamente vivo. La relación no se ha roto, no se ha suspendido, la muerte ha sido vencida, la relación entre Jesús y su discípula María queda restaurada para siempre. Ven la diferencia entre las dos escenas, del paraíso donde queda rota y el hombre expulsado de esta relación con Dios. A esta nueva en donde se crea una nueva manera de relacionarse, entre Dios y su creatura. El hombre, la mujer. Nace el nombre nuevo en Jesucristo, nace el proyecto que Dios tenía ya desde nuestra creación para reestructurarlo, reformarlo y rehacerlo nuevamente.
Esta es la acción que Jesucristo nos trae, que Jesucristo nos ofrece, pero, para ello necesitamos abrir nuestra ventana a los demás de nuestro interior, no tenemos que tener enterrado nuestro talento. Nos dice en una parábola Jesucristo: “siervo malo y perezoso, porqué enterraste lo que te di, para que diera fruto, ¿por qué?” nuestra interioridad la tenemos también que compartir, para eso es el matrimonio, para hacerlo de forma plena y total, pero también en la amistad con los demás, tenemos que abrir nuestra interioridad en la familia, tenemos que abrir nuestra interioridad en los grupos de Iglesia, en estas 45 comunidades de esta parroquia y en todas las de nuestra diócesis. Abrir la ventana de nuestra alma, para que demos testimonio de la transformación de nuestra persona en el proyecto que Dios quiere de mí. Para que desde la fragilidad que todos conocemos, personal, individual, quede testimonio de que de ese barro, Dios construye una persona nueva. Este es el proyecto de Cristo y es lo que nos ofrece, por eso lo tenemos que dar a conocer, sabiendo que nos tiene mucha paciencia, que nos tiene mucha tolerancia, porque tiene un gran amor por nosotros. Por ello, la lectura del libro del Éxodo cuando Dios comienza a prepararse el pueblo, donde va a nacer, vean cómo una y otra vez los consciente y les cumple aquello que le piden. Carne porque andamos en el desierto, hambrientos, estamos hartos de comer solo hierbas, queremos carne y llega la bandada de codornices. Pan, queremos pan y llega el maná, que cae del cielo, como nueve y se deposita en la arena del desierto y la recogen y les duran para dos días, cada vez que cae el maná. Son signos de cómo Dios pacientemente nos va dando lo que necesitamos para que descubramos el gran proyecto que tiene con nosotros como humanidad.
Necesitamos, por eso, poner a trabajar nuestra persona, abrirla, para que, juntos como comunidad, crezcamos. Por eso nos reunimos aquí, por eso estamos en ésta Eucaristía. Éste es el nuevo pan que nos da Jesús, su propio cuerpo en este signo del pan consagrado, de la hostia blanca, a través de la cual se hace presente en medio de nosotros, porque su cuerpo y su sangre fortalecen nuestro espíritu y nos participa la santidad de Dios a nosotros. Dios que baja cada vez que celebramos la Eucaristía, que está aquí con nosotros. Lo decían ustedes una y otra vez, cuando llegue al templo: ¡Cristo vive en medio de nosotros! Si está, se va con nosotros, nos acompaña, pero, nos quiere hermanos, nos quiere familia, nos quiere en una relación de fraternidad y de solidaridad los unos a los otros, por eso nos da éste pan del cielo.
Hermanos, juntos ahora hagámosle al Señor nuestra petición: “haz de nuestra Iglesia de Tlalnepantla, de esta parroquia también de San José Obrero, una Iglesia Misionera donde demos testimonio de tu presencia en el mundo de hoy”. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla