HOMILÍA EN EL III DOMINGO DE CUARESMA

March 03, 2024


HOMILÍA EN EL III DOMINGO DE CUARESMA

 

«Jesús es el templo para conocer al Padre»

 

Muy queridos hermanos, hermanas, en Cristo nuestro Señor:

A todos les doy un saludo afectuoso, a ustedes que están aquí en nuestra Catedral y también a los que están siguiendo a través de las redes sociales esta Eucaristía; que todo sintamos la presencia de Dios, sintamos su bendición y su paz.

Hoy las lecturas nos invitan a pensar en nuestra vida y cómo vamos caminando en la presencia de Dios. En la primera lectura, del libro del Éxodo, se nos recuerda la alianza que hizo Dios con su pueblo. El pueblo judío tuvo la experiencia de caminar por el desierto después de que Dios escuchó sus clamores en la tierra de Egipto, donde estaban esclavizados, los liberó y se les prometió una tierra. En el camino que iban realizando Dios hizo una alianza con ellos y el elegido para ser el portador de esta alianza fue Moisés, que subió al Monte Sinaí, donde recibió las tablas de la ley, los diez mandamientos. Y entonces Moisés, como un signo de la alianza, de este pacto entre el pueblo y Dios, les presenta los diez mandamientos. Es lo que escuchamos en la primera lectura, la invitación a que sigamos esos mandamientos que dan vida y vida nueva, que se resumen en dos: en el amor a Dios y en el amor al prójimo.

Este pueblo pasó cuarenta años caminando por el desierto para llegar a la tierra prometida y podemos pensar cómo el ser humano sigue siendo el mismo, por el pecado, nuestra naturaleza humana, que también tiende al pecado, y cómo muchas veces este pueblo se alejó de Dios, se alejó de los 10 mandamientos. Por eso la Palabra de Dios es para todos los tiempos y se nos invita a nosotros a revisar nuestra vida para ver si nosotros como cristianos, que hemos hecho esta alianza, vamos por los caminos del Señor. Cuarenta años pasaron por el desierto y ahora cuarenta días se nos invita a vivir la Cuaresma. Hoy iniciamos ya el III Domingo, dentro de tres semanas estaremos iniciando la Semana Santa, el Domingo de Ramos.

San Pablo en la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, recuerda cómo Cristo fue crucificado y nos dice: «Anunciamos a ese Cristo», que muchas veces los demás no lo entienden, es una locura, es algo que no está en los parámetros humanos, que un Dios muera en la cruz; pero él les presenta a los habitantes de Corinto este Cristo crucificado. La cruz es necesaria para llegar a la resurrección. Cristo dio la vida por todos nosotros y es el camino que estamos haciendo ahora en esta Cuaresma, para que no perdamos la ruta, el camino de la conversión al Señor.

El Evangelio de San Juan este domingo nos presenta un pasaje poquito insólito, porque vemos que Jesús está enojado y hace un látigo con cordeles para expulsar a los vendedores del templo de Jerusalén: «Han convertido mi casa en una cueva de ladrones», en un comercio. El contexto de este pasaje del Evangelio es la Pascua. Cada año se reunían para celebrar ese paso de la esclavitud a la libertad, lo que sucedió con el pueblo de Israel, y por eso era la fiesta de Pascua. Y podemos ver que mucha gente iba al templo para celebrar este este acontecimiento, pero fue perdiendo su esencia, y había bueyes, palomas, cartas, había una serie de mercaderes y ya se perdía la cuestión de la alabanza a Dios. Ellos estaban orgullosos del templo, ese templo que construyó Salomón y que Herodes había embellecido para que en estas fiestas de Pascua pudiera tener más recursos, se había desvirtuado totalmente la casa de oración por una casa de comercio.

Por eso encontramos a Jesús, que tumba las mesas y expulsa a los vendedores del templo, y yo creo que es algo que impresiona. Los judíos no se quedaron con las ganas y fueron a reclamarle: «¿Por qué haces esto?», y Él les dice: «Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré». Ellos no entendieron, se estaba refiriendo al templo espiritual, al tercer día iba a ser la Resurrección del Señor, y Jesús es el templo para conocer al Padre.

En los primeros siglos de la Iglesia no había templos, la Eucaristía, la fracción del pan, se celebraba en las casas, y siglos después se fueron construyendo los templos como un lugar de culto, de oración, de encuentro con el Señor. Y también nosotros somos templo del Espíritu Santo, por eso vayamos caminando con Jesucristo, que es la cabeza.

Hoy también es un día importante para preguntarnos acerca de los templos, de las capillas, de los santuarios, de las catedrales, ¿realmente son lugares de oración? El Papa Benedicto XVI, de feliz memoria, decía que hay que embellecer los templos, «que los templos sean bonitos, sean dignos, porque es un lugar que debe ayudar para tener un encuentro con Dios». ¿Cuántos de nosotros no llegamos al templo con tantas preocupaciones, con dolores, con enfermedades, con angustias, y en el encuentro con Dios, en el templo, en el Sagrario, salimos renovados para enfrentar la vida? El templo debe ser un lugar de todos. En un templo no se les pide credencial, porque un templo es para todas las personas, para encontrarnos con el Dios vivo.

Pues que también nosotros colaboremos siempre en nuestras parroquias, en nuestros templos, para tenerlos hermosos, para tenerlos dignos, y que no sea un mercado, como el templo de Jerusalén, sino sea un lugar de encuentro con el Señor, pero también de encuentro con las personas. Qué bonito es llegar a una parroquia, un templo, una catedral, y encontrar amabilidad, fraternidad, preocuparse por la gente que llega, por la gente que viene, encontrarse con el Señor y encontrar una cara alegre, sonriente, una cara de acogida; todos podemos hacer eso. Que los templos sean lugares de fraternidad y de encuentro con el Señor. Así sea.


+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla