HOMILíA DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

December 31, 1969


HOMILíA DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

 

“No  le causen tristeza al Espíritu Santo”

Así comienza este trozo de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios que hoy la liturgia nos ha propuesto como segunda lectura. “No le causen tristeza al Espíritu Santo”.

Lo primero que observamos es el reconocimiento del Espíritu Santo como una persona. Mucha gente se imagina que el Espíritu Santo es un dinamismo, una energía, una fuerza, además, como lo ha simbolizado el evangelio, una paloma. El Espíritu Santo es una persona. Así lo aprendimos desde niños en el catecismo, Dios es Trino porque son tres personas y son un sólo Dios, por eso es que también podemos causarle tristeza al Espíritu Santo. Cuando causamos tristeza, nuestra relación con alguien se apaga, cuando somos objeto de situaciones lamentables, cuando causamos y provocamos situaciones negativas, causa tristeza a quienes perjudicamos, baja nuestra intensidad de amistad con esa persona o con ese círculo de personas. San Pablo nos está advirtiendo que, debemos crecer en la intimidad con el Espíritu Santo, porque es precisamente quien tiene la encomienda de parte de Dios Padre de fortalecer nuestro Espíritu antes las distintas pruebas y situaciones que vivimos. Es por tanto, una persona fundamental para nuestro caminar cristiano. Fue quien ayudó al mismo Jesús como hombre a cumplir su misión y es el que nos ayuda a nosotros en lo personal y en lo comunitario para construir esta familia de Dios y que en ella se exprese el Reino de los Cielos.

Sin su acción, sin su intervención esto es imposible, de ahí la importancia de que nosotros crezcamos en la intimidad y la amistad y no al revés; “No le causen tristeza al Espíritu Santo” ¿Qué es lo que nos dice Pablo en este mismo trozo qué le causa tristeza al Espíritu Santo? Ahí dice: “la aspereza, la ira, la indignación, los insultos, la maledicencia y toda clase de maldad”. Cuando asumimos cualquiera de estas actitudes en nuestro comportamiento, le causamos tristeza al Espíritu Santo, porque rebajamos nuestra condición de creaturas hijos de Dios a condición salvaje, agresiva, animal, en esa condición nos ponemos, igual que operan los perritos, los felinos y cualquier otro animal, nosotros no estamos creados para ese nivel, sino para el nivel de intimar con Dios. Ningún animal está llamado a esa vocación, sólo el ser humano está llamado para tener una relación de amistad, de cercanía y de amor con Dios. Por eso no nos debemos comportar como animalitos sino, como personas creadas a imagen y semejanza de Dios. Por eso Pablo luego dice: “sean buenos y comprensivos, y perdónense los unos a los otros como Dios los perdonó, por medio de Cristo”. ¿Cómo alegramos al Espíritu Santo? ¿Cómo crecemos en nuestra relación con Dios? Cuando somos bondadosos, comprensivos con los demás, tratar de entenderlos aunque hayan actuado mal, tratar de entender por qué llegó a eso, qué lo motivó, superar nuestros prejuicios sobre el otro y tratar de entenderlo para perdonarlo y amarlo. Y por ello concluye Pablo: “imiten pues a Dios, vivan amando como Cristo nos amó” Este es el modelo, Jesús es el estilo de vida que se nos propone para crecer en nuestra relación con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Las otras dos lecturas, nos dan más elementos para esta relación con el Espíritu Santo. La lectura del Evangelio nos dice que los judíos murmuraban contra Jesús, porque Jesús había dicho, “Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo”. Y ellos dicen: “si nosotros hemos visto que nació de María, su Padre es José, ¿cómo dice que ha bajado del cielo?”. Ponen en entredicho las afirmaciones de Jesús, porque no tienen más elementos y juzgan que no los puede haber para superar la manera de comprender a Jesucristo. Jesús, fue toda una incógnita para la generación de su tiempo por que revelaba una persona con dos naturalezas. ––Jesús al mismo tiempo que era el hijo de María, era también el Hijo de Dios que se encarnó––.

Aquí este Evangelio precisamente nos afirma ambas cosas; sus dos naturalezas, y Jesús ha ido descubriendo que aunque ha nacido de su madre María, el Espíritu Santo le ha venido acompañando para descubrir su segunda naturaleza que estaba oculta en él para poder encarnarse y hacerse hombre como nosotros, la va descubriendo y no la puede ocultar aunque sabe que para él es toda una sorpresa descubrir su naturaleza divina, pero es más sorpresa y mucho mayor enigma para quienes lo rodean, sin embargo, Jesús habla con toda claridad y dice: “No murmuren. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí”. Es decir, nuestra relación con Dios Padre, nuestro anhelo y deseo de conocer a quien nos ha creado, el descubrir que somos creaturas que venimos de la mano de Dios Padre, el aceptar a ese ser superior que me ama y por eso me ha dado la vida, me lleva a Cristo, a descubrir también en Jesucristo la presencia divina y aceptar que ha bajado del Cielo y que se convierte para nosotros con su estilo de vida en nuestro alimento, es nuestra brújula, es nuestra manera de recorrer la vida terrena y Jesús precisamente, volviendo al texto de Pablo, no ha sido agresivo, no ha sido maldiciente, era bondadoso, comprensivo con todo tipo de personas y perdonó incluso a quienes lo estaban crucificando. él es, con su estilo de vida el modelo a seguir. él es un pan para nosotros que se hace también presente de manera misteriosa en la Eucaristía. Por eso es tan importante estas dos mesas que tiene la celebración eucarística, la mesa de la Palabra, para escuchar al maestro, entender, recordar cómo es él y la mesa del pan, la mesa eucarística.

Ese es el pan que nos ofrece para caminar como Elías, aun cuando estemos agotados, aun para aquellos que se sienten vacíos en el sentido de su vida, para aquellos que ya no saben a qué vinieron a este mundo. La Eucaristía, la Palabra y el Pan de Vida nos dan el alimento que nutre nuestro Espíritu y nos pone en comunión con el Espíritu Santo, nos fortalece para ponernos de pie y recorrer nuestra existencia con grande alegría y esperanza.

Que el Señor nos ayude a valorar estos momentos de encuentro comunitario que es la Eucaristía ––particularmente Dominical––, y que nos entusiasme el saber que no estamos solos, que el Espíritu de Dios se encuentra con nosotros y procurar entonces crecer en la intimidad y amistad con el Espíritu Santo. Así sea.

 + Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla