HOMILÍA DEL V DOMINGO ORDINARIO

December 31, 1969


HOMILÍA DEL V DOMINGO ORDINARIO

 

Decidí hablarles de Jesucristo crucificado. Así nos dice san Pablo en la lectura de esta carta que escribió el apóstol a la comunidad de Corinto, recordando su primera presencia en esa comunidad en la que les llevó el Evangelio. No conocían a Cristo, y entonces, les dice el apóstol: no busque hacerlo mediante la elocuencia del lenguaje o la sabiduría humana, sino que, resolví hablarles de Jesucristo, y de Jesucristo crucificado. Esta decisión que tomó el apóstol ha quedado como un criterio muy importante para el anuncio del Evangelio en la historia de la Iglesia. Nosotros no podemos ocultar lo que es la fuerza de nuestra fe. A veces hay quienes nos critican porque, no entienden porque está Cristo crucificado al centro de todos nuestros templos; porque llevaos con frecuencia una cruz al cuello, porque tenemos en nuestras casas un Cristo crucificado; por qué mejor no poner un Cristo glorioso, un Cristo que sabemos resucitó de la muerte. En el fondo, lo que quiere el apóstol y así lo decidió es ayudar a caminar en esta vida terrestre. Es verdad que nos espera al final un Cristo vivo y glorioso en la casa del Padre, pero eso es la meta a la que vamos caminando, hacia donde queremos ir, donde nos espera nuestro Padre Dios. En el camino de esta vida estaos llamados a llevar nuestra cruz. Y la cruz se vuelve el símbolo de todo aquello que no funciona bien, que, presenta complejidad, adversidad, sufrimiento, dolor; todo aquello que implica la básica renuncia para poder entrar en una buena relación con los demás. Si cada quien pretende imponer a los otros lo que piensa que es la felicidad y lo que piensa que es un buen orden fracasará. Solamente cuando nosotros somos capaces de esas pequeñas renuncias, de tener esa actitud de abnegación para ceder un poco y poner en común lo que también el otro piensa y cree. Por eso, la Iglesia cree en el diálogo, en esa conversación donde no tratamos razonadamente de demostrar que tenemos la razón en todo lo que hacemos; sino, en ese diálogo en el cual ponemos la experiencia de vida y con esa experiencia de vida mostramos la fuerza de esta debilidad de la fragilidad humana. Esta es la sabiduría divina; y es la que predicó Pablo. En este sentido podemos entender tanto la primera lectura, como el Evangelio que nos han proclamado.

Dice Jesús que nosotros estamos llamados a ser: luz del mundo y sal de la tierra. Es decir, darle sabor a la vida, darle sentido y significación; y saber también el camino por el cual tenemos que transitar para llegar a la patria eterna. Es más, Jesús nos dice en el Evangelio que nuestras obras tienen que ser esa luz para los demás. Si nosotros seguimos el camino de la imposición tratando de someter a los otros, jamás lograremos ser luz, ser sal. Si nosotros en cambio como nos dice la primera lectura, el profeta Isaías: compartimos nuestro pan, abrimos nuestra casa, vestimos al desnudo, no le damos la espalda a nuestro hermano… entonces surgirá tu luz como la aurora, cicatrizarán deprisa tus heridas, te abrirá camino la justicia y la gloria del Señor estará detrás en tu marcha. Y todavía nos dice el profeta más, dice: clamarás al Señor y él te responderá, lo llamarás y él te dirá: aquí estoy. Es así como podemos encontrar a Dios, teniendo en cuenta que nuestro prójimo es nuestro hermano, teniendo en cuenta que la vida es para compartir, para poner en común, para buscar juntos los caminos de superación de cualquier problema o dificultad, por eso es tan hermoso tener la experiencia de una familia que se une solidariamente ante la enfermedad de uno de sus miembro; por eso es tan hermoso que un grupo, cuando hay una mala noticia, todos se preocupan de poder ayudar, en lo que está a su alcance. Por eso, es tan hermoso que cuando suceden estas emergencias o desastres naturales trágicos, de una y otra parte se acumulan ayudas y se hacen llegar a su destino. Esa es la solidaridad que proviene de reconocer que el otro es mi hermano. Entonces tu luz alumbrará a todos los hombres. Entonces, estas poniendo el sentido a la vida, estas siendo sal para los demás. Hermanos, recordemos pues a la luz de estas palabras, nuestra propia experiencia, ¿cómo ha caminado? ¿Hemos ido superando la tendencia habitual del egoísmo?, ¿de cerrarnos en nosotros mismos?, ¿hemos ido creciendo en esta conciencia de la dignidad de la persona humana? Y entonces, también nosotros podremos experimentar que llamamos a Dios; y él nos dirá: aquí estoy. Que así sea.