HOMILíA VISITA PASTORAL EN LA PARROQUIA SAN GABRIEL ARCáNGEL ZIV D4

December 31, 1969


HOMILíA VISITA PASTORAL EN LA PARROQUIA SAN GABRIEL ARCáNGEL ZIV D4

 

“¡Ay, hija mía! ¡Que desdichado soy!”

Esta primera lectura que hoy nos propone la Palabra de Dios, en medio de su dramatismo y su tragedia, es una enseñanza muy importante también para nosotros y no sólo el recuerdo de esta página de la historia del pueblo de Israel. Jefté, uno de los jueces, es decir, de las autoridades con las que empezó a organizarse el pueblo de Israel en el inicio de tomar posesión de la tierra que Dios les había entregado, tuvo que librar una batalla con los amonitas e invoco a Dios, probablemente ––no lo dice el texto––, sintió que no los iba a poder vencer, y en medio de su temor, de su angustia de verse derrotado, quizá muerto, hace un juramento a Dios, ––recuerdan–– que el segundo mandamiento de la ley de Dios que dio a Moisés  y que es parte de los mandamientos que rigió al pueblo de Israel, “no juraras en nombre de Dios en vano”, Jefté sabía que no tenía que jurar, además el contenido de su juramento todavía es peor cuando dice: “si me entregas a los amonitas, al primero que salga de mi casa para recibirme, cuando vuelva victorioso de la guerra contra los amonitas, te lo ofreceré en holocausto”.

Está hablando de un sacrificio humano que ya el pueblo de Israel había entendido con el sacrificio que le pidió Dios a Abraham en su hijo Isaac y que no lo dejo que lo inmolará en ofrenda sagrada como acostumbraban los pueblos del entorno de Israel, donde surgen Abraham, Isaac, Jacob. Los sacrificios humanos que ustedes recordarán también aquí en nuestro País, nuestros antepasados lo hacían. ¿Porqué lo hacían? Normalmente porque concebían que debían darle lo más importante a Dios para que los bendijera, pensaban que había que comerciar así con Dios. Esto estaba prohibido ante Yahvé, sin embargo, Jefté no solamente hace el juramento, sino que hace el juramento de sacrificarle a la persona que lo reciba. ¿Quién será esa persona que lo recibe? ––Dice el texto––, su hija única que sale alegre porque ha escuchado la noticia de que su Padre salió victorioso de la guerra y por eso es que Jefté le dice: “¡Ay, hija mía! ¡Qué desdichado soy! ¿Porqué tenias que ser tú la causa de mi desgracia?”

Cuando equivocamos el camino y proyectamos lo que nos manifiesta nuestra mente, nuestra ideología, nuestra religiosidad natural, siempre nos saldrán mal las cosas. Es importante  aprender lo que Dios quiere, reconocer la voluntad de Dios Padre y eso es lo que ha venido a hacer Jesucristo, revelarnos en su persona el proyecto de Dios para nosotros, así, es necesario confrontar aun nuestras creencias religiosas naturales, las que surgen espontáneamente de nuestro corazón y de nuestra mente, confrontarlas con el Evangelio. De otra manera correremos el gran riesgo de equivocarnos, Jefté no quería contraponerse a Dios, hizo ese juramento para asegurar que Dios le diera la victoria, sin embargo, hace algo que a Dios le desagrada, la inmolación de una vida humana. Jefté incluso cumple su promesa dice el texto y ofrenda a su hija única.

Aparentemente cumple lo que le ofreció a Dios, sin embargo no era lo que Dios quería. Tendremos que revisarnos también nosotros ¿si en ocasiones le hemos ofrecido a Dios cosas, desde nuestro corazón generoso? pero no es lo que Dios está esperando, no es lo que Dios quiere. Ven la importancia de leer los santos Evangelios, para poder entrar en una relación positiva de crecimiento con Dios nuestro Padre. Esto es lo que hizo Jesús, esta es la enseñanza de la primera lectura.  

El Evangelio, por su parte, nos recuerda con una parábola que todos estamos invitados a vivir en fiesta, a estar contentos, a estar alegres. Esta vida terrena que tiene todo; tristezas y alegría, angustias y esperanzas, satisfacciones y frustraciones, es camino y preparación a una vida eterna que será la gran fiesta, a la que estamos todos invitados. Quizá alguna vez experimentaron tristeza porque no fueron invitados a una fiesta que querían ir, les dijeron tú no estás invitado, a esta fiesta estamos todos invitados, pero lamentablemente dice la parábola: “no todos aceptaron”, la parábola continúa diciendo: “salgan, pues, a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren” porque su padre Dios quiere esta fiesta, quiere este banquete de bodas, quiere esta alegría para todos, no está reservada para unos cuantos, es para todos. ––Ven porque tenemos que salir a tocar puertas––.

Este banquete de la Eucaristía es apenas una primicia de lo que será la vida eterna, es para todos, de ahí el sentido de nuestra misión, pero Dios espera su correspondencia a esta invitación, por eso es que al final del texto ––nos puede parecer una exageración si lo tomamos en sentido literal por eso es importante verlo en sentido profundo––, dice: que ya cuando estaban todos los convidados y lleno finalmente el banquete “el Rey entró a saludar a los convidados pero vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta? Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados: átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación”. ¿Qué quiere decir esto? Que  la fiesta no es para malvados, la fiesta no es para ir a la fuerza, la fiesta no solo es una oportunidad de comer, es mucho más que eso, ¡es compartir la vida! y hay que estar dispuestos a compartir, si no estás dispuesto a compartir tu vida con Dios y con lo demás, quedarás excluido de la fiesta, ven la importancia de responder también nosotros.

Es algo compartido entre Dios y nosotros, pues Dios nos está abriendo las puertas, nos esta propiciando su entrada, nos está invitando a todos pero no para que seamos piedras calladas, silenciosas que no hacen nada, sino para ser participes de esta alegría y compartir con los demás. Ese es el plan de la Iglesia. Pidámosle al Señor que sepamos entender en esta Palabra de Dios; primero, que tenemos que conocer a Cristo y el Evangelio para poderle responder como Él espera. Segundo, que aceptando e invitando a otros a que vengan ––porque la fiesta es para todos––, que todos llevemos ese vestido de fiesta adecuado para compartir el banquete del Reino de los Cielos. Que así sea.

+Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla