HOMILíA DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

December 31, 1969


HOMILíA DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

 

“Lo que mancha es lo que sale del corazón del hombre”

 Este domingo, las tres lecturas que nos presenta la liturgia, nos dan tres pasos importantes de nuestro proceso para ser un buen discípulo de Cristo y seguir estas enseñanzas que Jesús nos deja en el Evangelio y que por la tradición de la Iglesia, hemos ido desarrollando las distintas generaciones a lo largo de XXI siglos. Jesús dice con toda claridad que lo que hace mucho daño, lo que mancha y verdaderamente tenemos que cuidar que no suceda en nosotros, es lo que sale del interior de nuestro corazón.

Aquí al hacer esta afirmación Jesús, nos está indicando la necesidad de cuidar nuestro corazón, nuestro interior, por eso es tan importante lo que la Iglesia ha llamado a lo largo de los Siglos “el examen de conciencia”. Dedicarle unos minutos al día, particularmente antes de ir a acostarse, antes de dormir, unos minutos en los cuales nos preguntemos: ¿qué ha estado en mi corazón? ¿Qué pensamientos?  ¿Qué afectos? ¿Qué sentimientos traigo en mi interior?  Ya sea que hayan aparecido ese día, o que hayan estado en mi interior, reconociendo que ya vienen presentándose desde días anteriores. Hay que descubrir estos pensamientos y sentimientos, de inmediato, tratar de darnos cuenta de ello y buscar la manera de que no nos hagan daño, de desecharlos, de tener elementos para nosotros mismo decir:  “esto no tiene razón ¿a dónde voy a llegar si sigo con estos pensamientos? ¿Dónde voy a parar si tengo sentimiento del odio? ¿Voy a ir hasta matar a una persona para que se me quite ese odio? Tengo que revisar, ––eso es el examen de conciencia––.

 Desechando así lo dañino, le dejamos el espacio en el corazón a lo que nos beneficia y esto es lo que nos dice la segunda lectura del apóstol Santiago, es lo que nos da el Señor, lo que viene de arriba y es Palabra de verdad, la Palabra que se siembra en nuestro corazón. Esa palabra es a la que le damos el espacio en la liturgia, siempre que celebramos la Eucaristía, esta primera parte que hemos ya vivido, ha sido darle oídos a esa Palabra. También lo podemos hacer de forma personal o en pequeños grupos cómo lo estamos promoviendo en nuestra Arquidiócesis, pequeñas comunidades para meditar en Lectio Divina los evangelios, para que esa Palabra que es Cristo entre en nuestro interior. Así lo que va a producir esa Palabra en nuestro corazón es bondad, bondad incluso extrema, ––como nos lo dice el apóstol––, hasta llegar a la sensibilidad y la solidaridad con los huérfanos, con las viudas necesitadas, con aquél que está pasando una situación difícil,  que se enraíce en nuestro corazón, que se anide ahí lo bueno para que salgan cosas buenas de nosotros y de esa manera nos libramos del mundo corrompido en el que vivimos.

 Tercer elemento que nos complementa nuestro proceso, porque solamente cuando ya se ha ido viviendo estos dos elementos anteriores, entonces tendremos la fortaleza y sobre todo la visión clara de ¿qué es lo dañino? Y ¿Qué es lo benéfico? ¿Qué es lo que nos aprovecha? Y ¿Qué es lo que nos hace daño? Mientras estamos en ese proceso y caminamos en ese proceso de purificación interna, viene la primera lectura y nos dice: que el Señor para eso nos ha dado los mandamientos, “cumplan los mandamientos del Señor que yo les enseño”, estos mandamientos, son un parámetro, son una referencia, no se trata de cumplirlos por cumplirlos, sino cumplirlos con la conciencia de que ahí está lo que Dios quiere que hagamos.

 Los mandamientos por tanto, mientras no llevemos el proceso de purificación interna, serán para nosotros una exigencia y hasta una carga que a veces decimos: ¿por qué tengo que cumplir estos mandamientos de Dios? Pero cuando nuestro proceso va avanzando de purificación linterna de nuestro corazón, entonces ya no nos acordaremos de los mandamientos como algo que cumplir sino que iremos constatando que lo hacemos con una gran espontaneidad, que ya no necesitamos revisar ese cumplimiento exacto de los mandamientos de Dios. Brotarán de nuestro corazón por la fuerza del Espíritu, seremos unos auténticos discípulos de Cristo, fortalecidos en el Espíritu, viviendo el amor de Dios. La bondad, la generosidad aparecerán espontáneamente ante los acontecimientos que nos rodean.

 Este es el camino que nos propone el Señor y que hoy nos recuerda su Palabra, como dice Santiago: “un don perfecto que viene de lo alto del creador de la luz en quien no hay ni cambios ni sombras”  ¡No tengamos miedo de recorrer este camino, es el camino de la verdad que nos conduce a la experiencia del amor y de la paz! Que así sea.  

+ Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla