“Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta”
Esta es la respuesta de Moisés cuando le informan que además de los 70 ancianos que él ha elegido para el gobierno del pueblo, también hay otros dos jóvenes que han comenzado a ejercer el profetismo. “Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta”, esta expresión se ve cumplida en Jesucristo, al ser incorporados a Jesús por medio del bautismo y al hacernos como él, “Hijos de Dios”, podemos hablar en nombre de Dios, esta es la vocación de los discípulos de Cristo, ¡es nuestra vocación!, debemos ser profetas.
El profeta es aquel que habla en nombre de Dios. ¿Por qué no ejercemos este profetismo todos los cristianos? ¿Porqué no hablamos en nombre de Dios si hemos sido injertados en el Cuerpo de Cristo por el bautismo y después hemos recibido incluso el sacramento de la confirmación para el envío como apóstoles? Vamos a dar un recorrido a los elementos que la Palabra de Dios nos presenta.
En la primera lectura encontramos que: “el Señor tomó del espíritu que reposaba sobre Moisés y se lo dio a los 70 ancianos”, es decir, el profeta es un hombre que recibe el Espíritu de Dios, por tanto, no es un hombre aislado, es un hombre del Espíritu, una pieza importante en la comunión del pueblo de Dios porque hablará en nombre de Dios. Sin embargo, éste Espíritu que recibimos, ¡no basta!, eso es lo que quizá nos pasa a los cristianos que recibimos el bautismo y la confirmación y no nos basta, ¿qué nos hace falta?, nos hace falta la docilidad a ese espíritu de Dios, es decir, tenemos que aprender a dejarnos conducir por el Espíritu, es importante que aprendamos a interpretar a partir de los acontecimientos orientados por la Palabra de Dios, qué es lo que quiere de nosotros, para poder hablar en nombre de él, esto es lo que se llama ––capacidad de discernir––. El discernimiento espiritual, esto es lo que hace falta trabajar entre nosotros, en este tiempo.
Por ello, en esta Arquidiócesis, hemos llamado a sus puertas para integrarlos e invitarlos a que formen parte de pequeñas comunidades parroquiales para que aprendan a leer, a partir de la escucha de la Palabra de Dios, lo que sucede e interpretarlo en la docilidad del Espíritu, es decir, lo que pasa en mi vida, lo que sucede alrededor mío, entre los que me relaciono, si eso que vivimos es lo que Dios quiere para nosotros o al contrario, descubrir lo que verdaderamente nos hace falta promover, lo que es la voluntad de Dios para nosotros. Ser conducidos por el Espíritu es, aprender a discernir la vida, y esto es lo que nos hace falta en nuestro tiempo.
Hoy los textos nos advierten sobre una primera tentación que siempre tiene el profeta, cuando ya vamos aprendiendo la docilidad del Espíritu y vamos conociendo lo que debemos decir en nombre de Dios y vemos que hay otros que también están hablando y que tienen éxito y seguidores, surge el celo. Estamos llamados a ser profetas, pero no como profetas aislados, sino en comunión, de hecho, la historia del pueblo de Israel nos demuestra que así surgieron los profetas, no como hombres aislados, sino en comunidad, en escuela del profetismo y así también realiza Jesús su profetismo y les enseña a sus discípulos en comunidad, en escuela. No hay profetas que puedan ir por su nombre y de manera individual. Los profetas movidos por un mismo Espíritu, el verdadero Espíritu de Dios siempre tenemos que ir en compañía de profetas, es decir, no podemos hablar en nombre de Dios solos, sino tenemos como Iglesia, como pequeña comunidad, como Familia, como relación de amigos, tenemos que discernir y hablar en nombre de Dios. Este es el motivo por el cual Jesús llamó a sus discípulos para formar comunidad.
Además de esta alerta que nos da la lectura de la palabra de Dios, ––de no ser celosos, al contrario, compartir nuestro discernimiento con los demás––, también nos muestra que el profetismo tiene que hacer señalamientos muy difíciles pero necesarios, así vemos cómo habla el apóstol Santiago dirigiéndose a los ricos, diciéndoles: “que están en grave peligro de ser condenados”, ––descubriéndoles las causas––, “cuando defraudan el salario a sus trabajadores, cuando derrochan buscando solamente el lujo y el placer”. No condena a los ricos sino que condena estas actitudes de los ricos, esto es lo que tienen que cambian quienes escuchan este señalamiento. De esa manera se ejerce el profetismo, con mucha claridad, pero también con caridad, es decir, se habla fuerte y firme y se señalan las actitudes a corregir para darle la oportunidad de la conversión, el profeta no quiere solamente señalar la condena, sino advertir que si sigues por ese camino, vas a la condena, sin embargo, tienes la oportunidad de convertirte y de cambiar, el profeta siempre tiene que ser ¡“un profeta de esperanza”! Aunque hable duramente y diga con fuerza los señalamientos.
Finalmente en el Evangelio, Jesús se dirige a nosotros y nos dice: “hay que cuidar de caer en la tentación” y va señalando algunas de estas situaciones que pueden darse, por la vista, por la acción ––al hablar del pie, de la mano––, tenemos que estar atentos a nuestros movimientos y a nuestra manera de ver las cosas para no caer en tentación. Señala una con gran claridad: “que no seamos ocasión de pecado para otros, sobre todo para ésta gente sencilla que creé en mi, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar”. Tenemos que cuidar de no caer en la tentación, y estar atentos para no ser ocasión de pecado para los demás, especialmente para los pequeños, para los niños, para los sencillos, para los que aún no tienen mucha capacidad de discernimiento.
Pidámosle al Señor que nos ayude a ser profetas de nuestro tiempo, que nos ayude a ejercer nuestro bautismo, nuestra confirmación, a hablar en nombre de Dios, a formar comunidad de profetas y a seguir aprendiendo el discernimiento para poder hablar en su nombre interpretando lo que sucede a la luz de su Palabra. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla