“El agua que o le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.
En este tercer Domingo de la Cuaresma casi ya a mitad del camino de estos cuarenta días liturgia nos presenta esta escena del diálogo entre Jesús y una samaritana. El Evangelio de Juan es quien nos da esta referencia. Los otros evangelistas no dan cuenta de este relato, es propio del Evangelio de Juan. Quienes interpretan y estudian las Sagradas Escrituras nos indican que es señal de que esta escena tiene una finalidad pedagógica, simbólica, muy fuerte, para hacernos ver el proceso de camino espiritual que plantea Jesús a sus Discípulos. La samaritana se convertirá como lo hemos escuchado en el texto en una Discípula misionera de Jesucristo. No es pues, un encuentro que pase como uno más, sin ni siquiera significar, ni dar ocasión a un cambio en la vida. Es un encuentro que transforma y que orienta la vida. Con estos elementos vamos a acercarnos a la dinámica de la narración que tiene esta bella escena del diálogo entre Jesús y la samaritana. Lo primero que tenemos que advertir es que el diálogo va llevando dos niveles. Jesús siempre habla de la realidad espiritual, y la samaritana en un primer momento no acaba de entender: ¿Cómo es posible que me pidas tu de beber que no tienes ni una vasija del pozo agua? Y ahora me dices que tienes la capacidad de dar agua viva que quita la siempre la sed de una sola vez. Es un ejemplo de este diálogo, de cómo Jesús va hablando de realidades espirituales, y la mujer va hablando de realidades materiales que se tocan. Y a aquí nos indica el camino de todos nosotros en nuestro proceso espiritual, nos cuesta trabajo adentrarnos en el interior nuestro y descubrir el dinamismo que tiene el crecimiento del espíritu. En cambio, el fisiológico, el que nos da el cuerpo humano, ese crecimiento, porque lo visualizamos desde niños hasta nuestra muerte lo contemplamos con facilidad y creemos que esa es nuestra realidad única de a persona humana. Jesús le hace ver a la samaritana y nos hace ver también a nosotros que este cuerpo es simplemente un instrumento para descubrir lo que verdaderamente nos lleva a la eternidad, a nuestro destino final… la espiritualidad, la vida del Espíritu. Este es el dinamismo final, y vemos como al final la samaritana finalmente reconoce: verdaderamente tú eres profeta y al mismo tiempo ella se reconoce como una necesitada de esa Palabra. Este es el dinamismo espiritual, mientras más conozcamos a Cristo, más nos conoceremos a nosotros mismos; mientras más escuchemos su Palabra, más entenderemos nuestra vida; mientras más intimemos con él más descubriremos donde está nuestra felicidad, donde está la verdadera plenitud del ser humano. Ese es el dinamismo general del diálogo.
Ahora, vamos a descubrir tres enseñanzas fundamentales. La primera es que esta agua que promete Jesús que va a ser un manantial en nuestro interior significa que nosotros mismos no solamente vamos a saciarnos, sino que ayudaremos a saciar a otros, cuando desarrollamos nuestro espíritu. El agua que Dios, a través de Cristo nos ofrece, es el Espíritu Santo; es como se desarrolla nuestro propio espíritu… con la ayuda del Espíritu de Dios. Nuestro propio espíritu por sí solo se apaga, no tiene la fuerza necesaria, solo en el encuentro con Cristo es que obtendremos la presencia del Espíritu Santo. Esta es la primer enseñanza.
La segunda enseñanza que vemos con claridad es que Cristo es el nuevo templo donde se adora en espíritu y en verdad. Jesús le dice a la samaritana: llegan días en que ni aquí en el monte donde ustedes los samaritanos adoran a Dios, no en el templo de Jerusalén será el lugar de la auténtica adoración en espíritu y en verdad. El nuevo templo es la persona de Jesucristo, por eso nosotros somos también al unirnos por el bautismo, con Cristo, somos templo del Espíritu Santo. Recibimos el Espíritu Santo, y unidos a Cristo formamos su cuerpo, cuerpo vivo, cuerpo orgánico, cuerpo con dinamismo, con vida. Adoramos a Dios en Espíritu y en verdad.
Y tercera enseñanza es que esto que vivimos, de ser testigos, nuestro interior, nuestro propio espíritu está creciendo, se está desarrollando en nosotros para ser un manantial de agua viva. El ser nosotros partícipes del templo nuevo, de formar parte con Cristo, eso es lo que anunciamos. Esa es la evangelización, la evangelización es más que una transmisión de conceptos sobre la fe. La evangelización es el testimonio que damos de nuestro propio proceso de fe vivida en Jesucristo. Por eso es que cuando se da ese testimonio atrae. No es que convenza por los discursos; es que convence por los hechos. Y eso es lo que sucede al final del Evangelio de hoy. La samaritana va y cuenta a sus paisanos que ha encontrado un hombre que ella empieza a decir: será el verdadero profeta que estábamos esperando; y sus paisanos van y hablan con Jesús; y dicen: ya no creemos por tus palabras, ahora creemos porque nosotros mismos hemos constatado que Jesús es el profeta que esperábamos.
Nosotros nos necesitamos unos a otros para el primer anuncio de la fe y de la vivencia de estas enseñanzas en Cristo, de esta vida en el Espíritu; pero luego, nosotros mismos nos convertimos en testigos de lo que está sucediendo al interior de nosotros. El camino de la Cuaresma es precisamente recuperar la orientación de nuestra vida. Por eso nos presenta este texto, este capítulo cuarto del Evangelio de San Juan a mitad de la Cuaresma. Cobremos entusiasmo y esperanza, como dice la segunda lectura: una esperanza que no defrauda. Empezaremos a experimentar en nosotros mismos la fortaleza interior que da estar en comunión con Cristo, y eso, es lo que hacemos cada Eucaristía.
Pidámosle a Dios que logremos en esta Cuaresma ser manantiales de vida eterna en nuestro interior. Ser miembros conscientes y partícipes del nuevo templo que es Jesucristo, ser evangelizadores dando testimonio de lo que Dios transforma en nuestro corazón, en nuestro interior. Que así sea.