DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO
Queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús.
Abramos nuestro corazón, nuestro entendimiento para que la palabra de Dios llegue y de frutos. A todos les saludo con afecto, ustedes que están aquí en nuestra catedral y también a las personas que nos están siguiendo en esta transmisión. Que siempre el Señor sea nuestra paz y nuestra esperanza.
El pasado domingo escuchamos como Jesús se compadeció de mucha gente que lo seguía, y se compadeció porque estaban como ovejas sin pastor, y les enseñaba muchas cosas también curaba enfermos y hablaba de los secretos del Reino de Dios.
Este domingo, inicia el capítulo sexto del Evangelio de San Juan con un extraordinario milagro: la multiplicación de los panes y de los peces. Serán cuatro domingos que será el tema de “Yo soy el pan de vida”. Esa misma muchedumbre, esa multitud, que lo seguían, algunos porque su palabra llegaba a su corazón, otros por algún interés, por alguna necesidad, lo escuchaban, y también se compadeció porque tenían hambre. Él sabía lo que tenía que hacer pero le dijo a Felipe –¿Cómo le vamos a dar de comer a tanta gente?, y Felipe, ingenuamente, le dice ̣–ni con doscientos pesos o con doscientos denarios alcanza para darles de comer. Jesús les dice que se acomoden y hace la Acción de Gracias, y después empieza a repartir el pan. Alcanza. Porque había un muchacho que tenía cinco panes y dos pescados, y Andrés, el hermano de Simón, le dice a Jesús –ahí está un muchacho que tiene eso, y Él hace el milagro con esos cinco panes y dos pescados, y da de comer a la multitud. El Evangelio nos platica que eran cinco mil hombres, sin contar a los niños, a las mujeres que había; era mucha gente, y al final le dice a sus apóstoles que recojan los pedazos de pan que habían sobrado porque no hay que desperdiciar, y llenaron doce canastas.
Esta lectura tiene tres dimensiones para reflexionar brevemente, una dimensión es la profética-mesiánica, es decir, Jesús se va manifestando como el mesías, el esperado. Todvaía mucha gente, o la gran mayoría, o todos, no captan que es el mesías, sino que es un gran profeta, lo van descubriendo poco a poco. Pero también esta lectura tiene una dimensión Eucarística, porque dio de comer a tantas personas, pero ahora el Señor en la eucaristía, ¿Cuántas misas hay un domingo en el mundo?, y Él se nos da como alimento; por eso es una dimensión eucarística. Jesús antes de hacer el milagro realiza los mismos gestos que en la última cena, cuando da gracias a Dios y después les da el pan, donde Él les dice –este es mi cuerpo. Y también esta lectura tiene una dimensión eclesiológica, eclesial, es decir, quien viene a la eucaristía, debe haber también un compromiso, un compromiso de ir construyendo el Reino de Dios. No es venir a misa solamente y salir igualito, sino salir fortalecidos porque escuchamos, nos alimentamos con el pan de la palabra, y el pan de la eucaristía, y nosotros salimos al mundo, a nuestra familia, a nuestro entorno, pero debemos salir renovados, queriendo hacer el bien a los demás, compartiendo también lo que tenemos.
Jesús no quería que se desperdiciara nada del pan, y nosotros a veces desperdiciamos y no compartimos con el que tiene menos que nosotros, con los migrantes, con los necesitados. La Eucaristía debe ser algo muy grande para nosotros, debemos valorarla porque el mismo se queda con nosotros, Jesús está en medio de nosotros, se queda en nuestro interior; y eso debe hacer que nosotros busquemos hacer buenas acciones en nuestra vida. Pues que el Señor también nos de esa capacidad para admirarnos de este gran milagro que realiza la multiplicación de los panes, pero que también sigue alimentándonos a nosotros con Él mismo que es el pan de vida.
Así sea.
Mons. José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla