“Dichosos los ojos que ven, lo que ustedes ven”
Esto es lo que les dice Jesús a sus discípulos después de elevar esta oración a su Padre, con la que lleno de alegría le da gracias porque sus 72 discípulos han descubierto la razón de su venida al mundo. Jesús fue enviado por el Padre para enseñarle a la humanidad el proyecto que Dios tenia para todos nosotros y para que se realice este proyecto era indispensable cumplir la profecía del profeta Isaías que escuchábamos en la primera lectura.
Jesús ve que en su discípulos, no solo en su persona como lo había dicho ya en la sinagoga de Cafarnaúm; “el Espíritu del Señor esta sobre mi”, sino ahora ve que sus discípulos se han llenado del Espíritu y han podido transmitirlo a la misión en la que los había enviado. “dichosos los ojos que ven esto”, la trasmisión de la fe y de la Buena Nueva por personas sencillas y humildes, ––dice Jesús––. Los sabios y entendidos quieren primero tener la claridad intelectual para creer, ––aquí es donde tropiezan y caen––.
La gente sencilla y humilde, abierta de corazón a la gracia, a la presencia de Dios es la que se dispone con mayor facilidad a recibir el Espíritu de Sabiduría y de Conocimiento, el Espíritu de Consejo y Fortaleza, el Espíritu de Piedad y de Temor de Dios, cuando ese Espíritu nos inunda, es cuando nosotros cumplimos la razón de ser “Iglesia”, la misión de Cristo, el anuncio de la Buena Nueva que consiste simplemente en describir la presencia de Dios entre nosotros.
Él está en cada uno de nosotros, de una manera sutil, escondida, que es imposible percibir con los ojos humanos, es una presencia espiritual, cuando creemos en ésta presencia espiritual, también recibimos el Espíritu que Cristo recibió para su misión y así también podremos cumplir nuestra misión en el mundo, ––como Iglesia, como comunidad de discípulos de Cristo––, por eso Jesús, después de haberse dirigido a su Padre, dándole gracias de que le permitiera constatar, verificar que en sus discípulos había operado el Espíritu, les dice: “dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven”, se está dirigiendo a sus discípulos, les está diciendo que se den cuenta, que descubran lo que ha sido esta experiencia de misión. Lo que ustedes han visto, que sucede en su interior y en su relación con los demás: “dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven”.
Esta es la transmisión que a través de los siglos nos vamos dando, de una generación a otra, por eso ¡todos tienen algo que hacer en las distintas etapas de la vida!, los niños; tienen que aprender que Jesús está en la Eucaristía, en la preparación para la primera comunión y para la confirmación, son pasos importantes y fundamentales para sembrar la semilla de la fe en la niñez. Los adolescentes; que tiene que descubrir que la sexualidad es una maravilla de Dios porque une a quienes se aman, en la intimidad donde se da la fecundidad de los hijos, ––hoy la sexualidad está deteriorada en su imagen y presencia––. Con los adolescentes y los jóvenes en necesario trabajar de una manera que descubran todo lo que Dios ha dejado, como su huella, aquí entra la sexualidad como su huella en cada uno de nosotros, ordenada según el proyecto de Dios nos asemeja a Él. Los adultos; cuando van tomado estabilidad en su estado de vida y poder transmitir ese amor, ––cuando se unen en matrimonio––, a sus hijos, transmitir su experiencia es fundamental, es ahí donde empieza a constatar la verdad de esta expresión de Jesús: “dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven”. Dichosos los hijos, que hemos tenido padres que se aman porque desde la primer infancia, cuando empezamos a tomar conciencia de nuestro ser, descubrimos el amor, es formidable tener papa y mama que se aman.
––Nunca me cansaré de darle gracias a Dios de esa maravilla que me tocó vivir––, y que ¡Dios la tiene pensada para todos!, pero depende de cada uno de nosotros. Dichosos los ojos que ven el amor en los adultos mayores, que profesan hacia los demás y que reciben de los demás. Es una enorme felicidad; sabernos ya cercanos al termino de nuestra existencia y sabernos profundamente amados por los que hemos cuidado, acompañado, querido y por los que nos hemos sacrificado, ese regreso del amor que recibimos de niños y que ahora profesamos a nuestros padres ya abuelos o ancianos, a nuestros sacerdotes mayores, a todos los que de una u otra forma nos han acompañado transmitiéndonos su fe y su esperanza, “dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven”.
Pidámosle al Señor que seamos una Iglesia capaz de transmitir lo que vemos, ¡experimentar esta hermosa gracia de Dios de descubrir su presencia entre nosotros!, de que seamos una Iglesia de tal manera que quienes nos vean descubran que Dios está aquí, y que por eso aunque tengamos que atravesar por momentos de adversidad de sufrimientos, de dolor o de tragedia, nuestra alegría y nuestra felicidad interna, nuestra paz no serán quebrantadas, somos hijos de un Padre que nos ama profunda y eternamente. Digámosle a Cristo: “Señor Jesús, transfórmanos en la Iglesia misionera que necesita nuestro mundo de hoy. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla