“Abran las puertas para que entre el pueblo justo”
Así escuchábamos en la lectura del profeta Isaías, y quizá nosotros como Felipe ––en la lectura de los Hechos de los Apóstoles––, también debemos preguntarnos: ¿de qué puertas habla el profeta? Podemos descubrir que en este canto se señala con claridad una ciudad de Dios y también una ciudad que orgullosa de sí misma, se ha elevado, se ha considerado excelsa desconociendo a Dios, es decir, el profeta nos presenta esta alternativa; o construimos una ciudad de Dios o construimos una ciudad sin Dios.
El destino de la ciudad de Dios es que las “puertas se abren para que entre el pueblo justo”, el pueblo que cree en este Dios que ha sido la roca sobre la que se construye la casa, que se mantiene eternamente y las características de esta ciudad que hemos escuchado en el mismo texto son; primero: la fidelidad del pueblo, la segunda: el ánimo firme para conservar la paz, ––no la violencia, no la agresión, no la guerra, no el conflicto que termina en muerte, sino la Paz––, y la tercer característica: el pueblo que en ti confió, la “confianza”. Las circunstancias que nos toca vivir y que en la humanidad en general le ha tocado vivir a lo largo de los siglos es que esta alternativa de una ciudad fundamentada sobre la roca de la Palabra de Dios, sobre el proyecto que tiene para nosotros, no se separa de la edificación de este hombre imprudente que nos dice el Evangelio que: “construyo sobre arena”.
La arena es ese orgullo humano que no nos deja ver nuestra dependencia de Dios y queremos quitarlo de en medio porque nos estorba para hacer nuestros caprichos y vivir según nuestros deseos. Esa cuidad que el profeta Isaías, ––lo dice con toda claridad––, a la ciudad excelsa Dios la humillo hasta el suelo, la arrojó hasta el fondo donde la pisan los pies, los pies de los humildes.
La humildad al hablar negativamente de la ciudad sin Dios nos permite ver otra característica de la cuidad que se construye en la roca de la Palabra de Dios, la humildad que nos lleva a reconocer, que somos creaturas, hechura de Dios, no creadores, por tanto a él nos debemos porque de él venimos y hacia él caminamos, este es nuestro destino porque es nuestro origen. Esta ciudad que se construye sin Dios, ––nos dice el profeta Isaías––, es destruida por los pobres, ellos son quienes la van destruyendo, pisoteándola, porque precisamente quien vive la pobreza tiene su corazón abierto y sus manos extendidas, se sabe creatura, está dispuesto a reconocer la acción divina.
Estas dos ciudades no es que estén separadas, no son Tlalnepantla y Naucalpan, y vamos a escoger una de las dos, sino que es la misma sociedad que va construyendo hombres imprudentes que dejan de lado lo que Dios quiere de nosotros. Los que asistimos a la Eucaristía nos podemos incluir en los hombres prudentes que queremos, al escuchar la Palabra, aplicarla. La parábola que nos presenta Jesús, habla de dos hombres; el prudente y el imprudente, haciendo lo mismo, construyendo una casa y teniendo las mismas circunstancias adversas, las dos casas se ven atacadas por el viento, la lluvia, las crecientes, hay constante amenaza de destrucción, pero quienes construyen la casa de Dios sobre roca no queda destruida, quienes edifican la casa sin Dios, su destino es que quedan arrasadas completamente, como lo menciona el Evangelio. Hermanos, ¿porqué debemos construir esta casa sobre el proyecto de Dios? porque de esa manera queremos ser fieles, tener animo firme, constante para conservar la paz, vivir con confianza entre unos y otros y sobre todo ser humildes, reconocer en Dios nuestro origen y nuestro destino.
¿Qué tenemos que hacer para esta aplicación de la Palabra de Dios, ambos hombres escuchan la palabra de Dios, no debemos por tanto confiarnos simplemente porque escuchamos esa palabra, sino es necesario llevarla a la práctica y para aplicarla, con gran claridad nos ha dicho el papa Francisco en su carta ––la alegría del Evangelio––; “es indispensable el discernimiento pastoral”. En la segunda lectura vemos que eso es lo que hace Felipe con este gobernante ministro de la reina de Etiopia, él está escuchando la Palabra de Dios, incluso la está leyendo, pero no la entiende. Quizá esto pasa con muchos de nuestros católicos, escuchan la Palabra de Dios pero se vuelven hombres imprudentes que construyen sobre arena. ¿Qué quiere decir esto?, el profeta Isaías habla diciendo el siervo de sí mismo o de otro, Felipe con gran claridad le explica que ese siervo que va llevado como oveja al matadero es Jesús, es el que ha entregado su vida para que entendamos el camino. Este discernimiento y explicación de la Palabra necesita de pastores, esto es lo que nos llena de alegría en este momento, porque integramos dos nuevos pastores al servicio de nuestra Iglesia de Tlalnepantla para hacer este discernimiento pastoral.
Por eso tantos años de estudio y de preparación para llegar al sacerdocio, para poder explicarle a nuestro pueblo como aplicar la palabra de Dios, cómo vivirla, cómo construir la cuidad sobre el proyecto de Dios, para que nuestra sociedad sea fiel, viva y conserve la paz, viva en plena confianza los unos con los otros siempre en un actitud humilde que reconocer lo que recibe que la acción de la gracia de Dios. Esta es nuestra responsabilidad de los Obispos, Presbíteros y diáconos que recibimos el sacramento del orden, este ministerio es para servir a nuestro pueblo, no para apacentarnos a nosotros mismos, sino para interpretar la Palabra de Dios y juntos construir la casa.
Pidámosle al Señor que nos conceda constantemente volver a nuestro origen vocacional, recordar con qué ilusión descubríamos que queríamos ser sacerdotes, con qué pasión esperábamos este día de nuestra ordenación. Ahí esta la fuerza de Dios en nuestra propia historia, ver cómo el paso de Dios ha estado en nuestras vidas y cómo esta nuestras propias comunidades parroquiales, entregándonos al estilo de Jesucristo el Buen Pastor, unidos en comunión, sosteniéndonos los unos a los otros para así sostener a nuestras propias comunidades. Por eso necesitamos la oración como nos dice el Papa Francisco; “constante” de nuestros fieles por sus pastores y de nosotros los pastores por nuestros fieles. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla