Isaías 25, 6. 7-9; Salmo2 2; Filipenses 3, 20-21; Evangelio de Sn Juan 14, 1-6
“Cuando me vaya y les prepare un sitio, volveré y los llevaré conmigo”
De ésta manera Jesús nos indica claramente que nuestro destino es compartir la vida con Él y con su Padre ––Dios––, acompañados y conducidos por el Espíritu Santo. Él personalmente nos va a preparar nuestro sitio, como una madre que prepara la cuna para quien va a nacer, con el cariño de quienes esperan la llegada de un ser querido, Jesús nos prepara un sitio en la casa del Padre, allá está nuestro destino. Aquí sólo caminamos con esa meta bien clara y Jesús nos lo recuerda en el Evangelio diciendo: “ya saben el camino para llegar al lugar a donde voy”.
De manera que Él nos promete que nos está preparando ese sitio, también nos pide que recorramos el camino, siguiendo su ejemplo y siguiéndolo. En la primera lectura descubríamos tres elementos que nos da el profeta Isaías, el primero; “el Señor del universo preparará un gran banquete, ––esplendido––, para sus hijos”, el segundo; “destruirá la muerte para siempre descubriendo el velo que la cubre”, y el tercero; “entonces se dirá aquí está nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara, alegrémonos y gocemos con la salvación que nos trae”.
Cuando vemos el recorrido de cada uno de los bautizados que es nuestra identidad y la certeza de que tenemos ese sitio preparado por Dios en casa de nuestro Padre, al identificarnos como hijos de Dios también descubrimos en éste camino elementos hermosos que Jesús nos ha dejado. El banquete del que habla el profeta Isaías lo podemos entender claramente, como siempre los Sacerdotes y los Obispos lo hemos enseñado, ––la sagrada Eucaristía––, ¡es el banquete que nos nutre para recorrer el camino!, es también su Palabra, su presencia Eucarística, la forma con que abrimos los ojos de la fe para ir develando ese velo que encubre el misterio de la muerte.
Es a través de la fe como percibimos que la muerte no es un término, sino un paso, un tránsito, un simple punto de llegada para comenzar una vida nueva, ––la vida eterna––. Al pasar por la muerte podernos decir, “aquí está nuestro Dios, gocémonos y alegrémonos”. Es hasta ese momento final que quedará plenamente descubierta la realidad de la vida terrestre y de la muerte, de esa vida terrena donde efectivamente necesitamos un cuerpo, nos lo dice el Apóstol Pablo no por despreciarlo, sino simplemente que en la comparación con el cuerpo glorioso que nos espera es: ––nada––, este cuerpo miserable se transformará en un cuerpo glorioso semejante al de Jesucristo en virtud del poder que tiene y que lo ha manifestado en su propia resurrección.
Cuando recogemos estos elementos de la Palabra de Dios y los aplicamos a la vida de un Presbítero y especialmente a la vida de un Obispo, podemos entender cómo vivimos este misterio de la Eucaristía, la presencia de Dios, el banquete preparado para nosotros, el descubrir la verdadera vida para decir que Jesucristo es el camino, esto sin duda lo sabemos nosotros Presbíteros y Obispos cada vez que en nuestras manos está Jesús Eucaristía, nos reconforta, nos alimenta, nos fortalece y nos llena de esperanza.
Por eso al despedir hoy a nuestro hermano Obispo Ricardo, sabemos que el sitio que le ha preparado Dios en su casa, ¡ya lo está disfrutando!, hoy sólo depositamos su cuerpo con el que transitó en éste mundo, que lo haremos con esa devoción y esa fe de que fue lo que le sirvió como instrumento, como herramienta para anunciar a Cristo, para hacerlo presente y para ayudar a las siguientes generaciones a descubrir el camino de la vida buscando la verdad y encontrándose con el Señor Jesús.
Hoy con gratitud, es hermoso entregarle al Padre a quien nos ha servido con gratitud, porque es hermoso decirle a Dios que reconocemos en la persona de Don Ricardo un fiel servidor y que así esperamos que ya lo haya recibido en su casa: “ven bendito de mi Padre, servidor fiel y prudente”, ––así me lo dijo en mi último diálogo que tuve con él––, ¡estoy cierto que llega el momento del encuentro anhelado con mi Señor, he hecho todo lo que tenía que hacer!, me lo decía con esa esperanza característica que le conocimos todos aquellos que le tratamos de cerca. El bellísimo salmo 26 que hemos recitado, es parte esencial de la vida de Don Ricardo y seguramente también es la nuestra, pidámosle a nuestro Señor Jesús que atienda nuestras necesidades y lo tenga gozando de su presencia. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla