“Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo”
Con estas palabras también Dios nuestro Padre nos envía este saludo: “Alégrate Iglesia de Tlalnepantla, estás llena de gracia, el Señor está contigo” ¿Qué decimos nosotros con semejante saludo? Al iniciar este año jubilar de la misericordia que el Papa Francisco nos ha convocado, para que como Iglesia mostremos el amor de Dios a todos y cada uno, ––no sólo de sus bautizados––, sino a todos los hombres en la Tierra. También quizá como María podemos oír estas palabras y llenarnos de preocupación, ¿cómo haremos que nuestra Iglesia de Tlalnepantla manifieste el rostro misericordioso del Padre? ¿Qué querrá decir esto para nosotros? también como a María nos dice el Señor, ¡no temas Iglesia de Tlalnepantla, has hallado gracia ante Dios, vas a poder ofrecer a mi hijo único, esa es tu misión!.
Presentar a Cristo que consuela porque perdona, que reconcilia porque ama, que se ha encarnado y se ha hecho hombre para mostrarnos el camino. María dijo ¿Cómo podrá ser esto? ¿Qué decimos nosotros? ¿Cómo lo podremos hacer? Si somos tan frágiles, si estamos tan acostumbrados a nuestros hábitos y muchos de nosotros hemos asumido una rutina en la que muchas veces nos olvidamos de los nueve de cada diez católicos que no vienen a misa los domingos, solamente uno de esos diez participa en el banquete eucarístico y nosotros estamos felices y contentos porque con ese uno llenamos nuestras Iglesias, pero ¿dónde están los otros nueve? ¿Cómo podrá ser esto?
Dios nos dice: “el Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con su sombre”, la asistencia del Espíritu Santo. Desde pequeños hemos aprendido que el Espíritu Santo conduce a su Iglesia, la enciende en el amor a Cristo, la preserva en la fidelidad, la hace caminar, ––quizá nos habíamos olvidado de esto––, no son nuestras fuerzas, no son nuestras capacidades y habilidades aprendidas, es la fuerza del Espíritu la que conduce a una Iglesia para mostrar a Jesucristo, el redentor. ¿Qué decimos nosotros? los invito a que hagamos nuestras las palabras de María, “soy la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho”.
Esta misión que hoy nos recuerda este año jubilar; ––de mostrar el Evangelio, de anunciar a Cristo redentor––, la podemos observar en la primera lectura, donde está el punto en el cual gravita que tantos hermanos nuestros no descubran esta presencia de Cristo en nosotros. Hay muchos que como Adán tienen miedo a Dios, dice el texto del génesis: “Dios llamó al hombre y le preguntó ¿Dónde estás?, este le respondió: oí tus pasos en el jardín y tuve miedo porque estoy desnudo y me escondí”. Cuántos están temerosos de Dios, desnudos porque no tienen nada que ofrecer y por eso se esconden, cuántos de nuestros propios bautizados han vuelto a ser “Adán”. Cuántas son como Eva en donde ese varón escondido y temeroso de Dios no acepta su propia responsabilidad de haber pecado, de haberse equivocado, entonces le dice a Dios: “la mujer que me diste por compañera me ofreció del fruto del árbol y comí”.
No es mi culpa, Dios tú tuviste la culpa porque me diste a ésta mujer, es tu responsabilidad, cuántos varones descargan su responsabilidad en la mujer y cuántas “Eva” cuándo Dios les pregunta por qué has hecho esto, también ella descarga su responsabilidad diciendo: “la serpiente me engañó y comí”, victimas del abandono en lugar de la solidaridad del hombre y la mujer, víctimas de la marginación, la mujer no le queda, ––aparentemente––, otra salida y tal como lo hizo el varón, también descarga su responsabilidad en el mal, en la tentación, en la caída.
Ante esto en la segunda lectura San Pablo nos dice: “Cristo que ha venido como hijo nos ha llamado para ser hijos y un hijo amado jamás siente miedo de sus Padres”, Jesús por ello se entregó hasta la muerte y muerte en cruz, porque confió siempre en el amor de su Padre. Bendito sea Dios que nos ha bendecido al elegirnos en Cristo desde antes de crear el mundo, así lo quiso Él, que fuéramos sus hijos en Jesucristo, herederos también nosotros como Cristo, para eso estábamos destinados, esa fue la voluntad del Padre a la que estamos llamados para participar de la vida divina, por eso constantemente nos pregunta ¿dónde estás?
Nosotros como Iglesia de Tlalnepantla estamos llamados a dar esa respuesta en nombre de Dios, estas invitado a participar de la misericordia de Dios, al atravesar esa puerta santa ––que hoy hemos abierto––, debemos tener siempre presente que no es sólo para mí que la atravieso y recibo su misericordia, sino que es también para todos y cada uno de aquellos hombres “Adán” y de aquellas mujeres “Eva” que se esconden de Dios, que tienen miedo, que no han descubierto el amor de Jesucristo.
Por eso quiero hacer mía para trabajar en éste año en la Iglesia de Tlalnepantla, la propuesta que encontré en un comentario a esta hermosa pagina del Evangelio, en donde nos recuerda porqué el Concilio Vaticano II dijo que María es modelo para la Iglesia. ¡Ella si supo decir que si!, si se entregó al plan de Dios, confió en el Espíritu Santo. Si nosotros también seguimos ese camino experimentaremos ésta conducción del Espíritu y ese fuego, esa pasión en nuestro corazón, por ello podemos aprender como María para ser la Iglesia que Dios quiere que seamos, para que alcancemos a ser una Iglesia más Mariana, Más como María que ella en la discreción pero en la obediencia, en la fidelidad muestra y da carne a Jesucristo, hacerlo de la misma manera.
La misión de la Iglesia es prolongar éste dinamismo de la encarnación de Cristo en nuestros cuerpos, en nuestras personas, Cristo esta desenado manifestarse a los demás en cada uno de nosotros cuando abrimos nuestra mente y nuestro corazón y cuando entramos en la acción, en la operatividad y en la comunión.
Queremos ser entonces una Iglesia mariana, una iglesia bajo el modelo de María. Una Iglesia que fomenta la “ternura maternal” hacia todos sus hijos e hijas, cuidando el calor humano en sus relaciones. Una Iglesia de brazos abiertos, que no rechaza ni condena, sino que recibe y encuentra un lugar adecuado para cada uno.
Una Iglesia, que como María, proclama con alegría la grandeza de Dios y su misericordia también con las generaciones actuales y futuras. Una Iglesia que se convierte en signo de esperanza por su capacidad de transmitir vida. Una Iglesia que sabe decir “sí” a Dios sin saber muy bien adónde la llevará su obediencia. Una Iglesia que no tiene respuestas para todo, pero que busca con confianza la verdad y el amor, abierta al diálogo con los que no se cierran al bien.
Una Iglesia humilde como María, siempre a la escucha de su Señor. Una Iglesia más preocupada por comunicar el Evangelio de Jesús que por tenerlo todo bien definido. Una Iglesia del Magníficat que no se complace en los soberbios, potentados y ricos de este mundo, sino que busca pan y dignidad para los pobres y hambrientos de la Tierra, sabiendo que Dios está de su parte.
Una Iglesia atenta al sufrimiento de todo ser humano, que sabe, como María, olvidarse de sí misma y “marchar deprisa” para estar cerca de quien necesita ser ayudado. Una Iglesia preocupada por la felicidad de los que “no tienen vino” para celebrar la vida. Una Iglesia que anuncia la hora de la mujer y promueve con gozo su dignidad, responsabilidad y creatividad femenina.
Finalmente; una Iglesia contemplativa que sabe “guardar y meditar en su corazón” el misterio de Dios encarnado en Jesús, para transmitirlo como experiencia viva. Una Iglesia que cree, ora, sufre y espera la salvación de Dios anunciando con humildad la victoria final del amor. Que nos permita el Señor, recorrer este camino como Iglesia de Tlalnepantla durante este año de gracia que nos ha concedido el Papa Francisco. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla