“Alégrense siempre en el Señor; se lo repito: ¡alégrense!”
Es la recomendación que hace el apóstol San Pablo a la comunidad de Filipo, ¡que vivan alegres en el Señor!, y no crean que los de la comunidad de Filipo vivían en el paraíso, vivían en esta tierra, es una comunidad humana, que transita, ––como lo hacemos nosotros––. Por eso podemos preguntarnos ¿cuál es la fuente de alegría a la que se refiere San Pablo? Porque nuestro contexto humano social no es para alegrarnos, son tantas cosas que nos preocupan, son tantas las situaciones trágicas y dramáticas que constatamos semana tras semana, tantas dificultades familiares, personales, laborales, ¿por qué se nos invita a la alegría y no dejarla guardada para cuando lleguemos al cielo? Allá si que estaremos felices, ¿por qué el apóstol nos pide estar felices en medio de las dificultades? ¿En medio de las preocupaciones?
Primero busquemos la fuente de la alegría. Para muchas personas la alegría consiste en alcanzar aquello que les traerá felicidad, ––son sus proyectos humanos––, son esos grandes sueños e ilusiones en los cuales ponemos el objetivo de nuestras preocupaciones y esfuerzos personales, llega el cumplimiento de aquello que queríamos, pasa un poco de tiempo y se esfuma la alegría que nos produjo aquello que queríamos y ahora deseamos algo más, una nueva situación un nuevo proyecto. De nuevo lo alcanzamos y a los pocos días en que disfrutamos aquello que alcanzamos se esfuma de nuevo la alegría.
Pensamos que la alegría es que me relacione con personas con las que puedo ser feliz, lo alcanzo pero al paso de tiempo veo que no esta ahí mi alegría. El ser humano busca la alegría en lo que es transitorio. Todo lo que nos rodea y todo lo que podemos producir son satisfacciones transitorias, efímeras que pasan pronto, la fuente de la alegría a la que nos invita San Pablo, no somos las personas en sí mismas ni las cosas, ni los objetos y ni los animales que nos rodean.
Dice claramente: “Alégrense siempre en el Señor!”, es el Señor Jesús la fuente de la alegría. Sólo Él es quien puede garantizarnos no solo una estabilidad de estar siempre alegres, sino incluso en una alegría creciente, que va en aumento y que no alcanza limite en la medida en que lo vamos conociendo e intimando. De ahí la importancia de lo que hoy el Papa Francisco nos está pidiendo en este año de la misericordia, porque nuestro catolicismo había venido desarrollándose a la norma, a la ley y a la disciplina, ––nosotros fuimos educados y quizá seguimos educando como Padres de familia, como hijos de familia en aquellas cosa que había que cumplir––, venir a misa el domingo porque es precepto de la Iglesia, dar nuestra cooperación, hacer obras de caridad, tener honestidad, cumplir con estos preceptos de la vida cristiana.
Quizá porque estábamos en una cultura donde todos descubríamos la conveniencia de ese comportamiento, no nos dimos cuenta cuándo perdimos la brújula, cuándo perdimos la experiencia de intimar y de crecer en el conocimiento de Jesucristo, ¡la fuente de nuestra alegría!
Cristo nos da esta perspectiva única de la trascendencia, como en otra ocasión San Pablo lo recordaba: “la resurrección del Señor es el sentido de toda nuestra fe”, saber que la muerte no es el término de la vida y el saber que en ésta vida hemos venido a aprender pedagógicamente, lentamente ––porque así está el desarrollo de nuestra naturaleza––, lentamente aprendemos el amor. Amar al estilo de Dios, dándonos, sirviendo, ayudándonos, expresándonos esa solidaridad que parte del corazón. En este ámbito estamos siendo llamados en esta Palabra de Dios, cuando nos dice el apóstol: “el Señor está cerca”, y no porque esté cerca la navidad que nos ayuda a recordar esta realidad.
El Señor verdaderamente está cerca en el sentido que va de nuestra mano, es más, nosotros vamos de su mando, es decir, caminamos con él, si venimos a misa es porque reconocemos que necesitamos de la Palabra de Dios, que necesitamos a Jesús Eucaristía, que necesitamos descubrir de nuevo el horizonte de nuestra relaciones humanas, la manera de desarrollarlas y descubrir en los acontecimientos que no es el acontecimiento mismo lo que nos produce la alegría sino es la experiencia de amar en esos acontecimientos, sean gozosos e incluso dolorosos. Conocer el sentido del sufrimiento y de la Cruz sólo en Cristo lo tenemos.
¡El Señor esta cerca!, camina con nosotros, está dentro de nosotros, descubrámoslo, es el tiempo oportuno del adviento, por eso es bueno recordar estas respuestas que en el Evangelio Juan da a quienes le preguntan: ¿cómo disponernos para éste encuentro con el Mesías? ¿Qué debemos hacer?, a lo que responde: "compartiendo", cuando vemos a un necesitado, también realizando nuestras responsabilidades habituales con honestidad, como nos dice Juan: “no extorsionen, no corrompan, realicen lo que tienen que hacer. De esa manera nos disponemos para el encuentro con el Señor.
Hermanos en este III Domingo del adviento, la Iglesia nos invita ––como primer domingo después de la apertura del año de la misericordia––, a descubrir la generosidad y el amor de Dios ayudando a quienes hoy necesitan de nuestra compañía y de nuestra ayuda generosa. Pidámosle al Señor que nos de esa disposición, que nos dé ese Espíritu y que para todos nosotros sea alcanzable lo que Pablo vivió, lo que la comunidad de Filipo vivió y lo que la Iglesia en muchos tiempos ha vivido y que hoy lo necesitamos hacer presente, ––“manifestar la alegría en el Señor”––, hagamos eco de éstas palabras durante los días previos a la navidad, “Alégrense siempre en el Señor; se lo repito: ¡alégrense!” Que la benevolencia de ustedes sea reconocida por todos, ¡el Señor esta Cerca! Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla