¡No teman! Sé que buscan a Jesús, el crucificado; no está aquí, ha resucitado. Así el ángel le dio la buena noticia a María Magdalena y a la otra María, discípulas de Jesús para que fueran con sus hermanos. Para que les anunciara a todos los que habían acompañado Jesús. Que supieran que después de la crucifixión y de sufrir la muerte, había resucitado: allá me verán, en Galilea. Hermanos… esto que el ángel le dijo a María Magdalena y a María, hoy la Iglesia nos lo dice a nosotros. ¡No tengan miedo! Ya sé que buscan a Jesús crucificado. No está aquí, en el sepulcro. Ha resucitado como lo había dicho.
Estas palabras del Evangelio de hoy podemos entenderlo con mayor claridad a la luz de todas estas lecturas que hemos ido recorriendo en esta noche de Vigilia, de este Sábado Santo, de esta Víspera de Domingo de Pascua. Santa noche hemos cantado. Noche en la que Jesús venció la muerte. Así proclamábamos en el Pregón Pascual.
Y luego las siete lecturas que hemos escuchado del Antiguo Testamento, iniciando por aquella que nos recuerda el proyecto de Dios para nosotros, que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, para ser su reflejo, para que a través de nosotros se manifiesta la misericordia y el amor de Dios en el mundo.
Siguió después la elección del patriarca Abraham, padre en la fe, por su gran confianza y obediencia a Dios.
Luego, continuamos con la tercera lectura con Moisés, quien obedeciendo al Señor, sacó a los esclavos de Egipto y de allí, formando el pueblo de Dios, el pueblo elegido.
Estas tres lecturas nos dieron paso a los profetas. Al profeta Isaías del cual leímos dos lecturas. Una, de la que nos recordaba el Señor que nos ha amado con amor eterno y que jamás se olvidará de nosotros; y que por ello, hace una alianza permanente, eterna, duradera, hasta el fin de los tiempos, porque nos ama entrañablemente.
En la siguiente lectura del profeta Isaías, escuchábamos como nuestros pensamientos de ordinario, no coinciden con los pensamientos de Dios, nuestros planes no coinciden con los planes de Dios. El discípulo de Cristo, el discípulo que forma parte del pueblo de Dios tiene que ir acostumbrándose a caminar en el misterio, para que Dios lo sorprenda a través de los mismos acontecimientos de su vida y de quienes lo rodean. Por eso, nos da la clave para poder hacer ese recorrido en el misterio de la vida… su Palabra, que baja como la lluvia, para fecundar, para producir fruto. Su Palabra, enviada por Dios, baja para que dé fruto, fecundándonos a cada uno de nosotros.
En la sexta lectura el profeta Baruc nos decía que la clave de la Sabiduría es que no nos alejemos de esa fuente que es la voluntad de Dios expresada en sus leyes y en sus mandamientos. Así podremos formar siempre parte de este pueblo elegido por Dios.
Finalmente, para confirmar que este camino y que este proyecto de Dios que tiene para nosotros, culminábamos con la lectura del profeta Ezequiel. Yo les daré un corazón nuevo, y les infundiré un Espíritu Nuevo, para arrancarles ese corazón de piedra, y hacerlo de carne. Para que sean sensibles y nos reconozcamos como hermanos para ser el pueblo elegido de Dios. Yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo.
Hermanos, todo esto se ha hecho realidad en el bautismo que hemos recibido. Por eso, San Pablo nos dice que a partir de ese sumergirnos en el agua. A partir de recibir la filiación divina, nosotros quedamos para siempre incorporados al pueblo de Dios, incorporados a los discípulos de Cristo, incorporados a la Iglesia. Por ello, es que esta noche, lo hemos escuchado ésta noche es santa porque Cristo está vivo y porque, esa presencia viva de Cristo hace que ese proyecto de Dios desde toda la eternidad se prolongue, no se detenga, continúe a través de nosotros.
Si así están ustedes dispuestos entonces haremos esta renovación de las promesas de nuestro bautismo. Renovaremos nuestro propósito de decirle al Señor que queremos ser sus hijos, parte de su familia, porque Él así nos ha invitado y así nos ha consagrado en el bautismo que hemos recibido. Pasemos pues, a este hermoso momento, después de la escucha de la Palabra de Dios, a darle nuestra respuesta a ese Dios que nos ama con amor eterno. Que así sea.