“Al entrar al mundo, Cristo dijo: me has dado un cuerpo para hacer tu voluntad”
De esta manera la segunda lectura nos indica algo que en nuestra experiencia personal podemos fácilmente entender. Cristo reconoce que ha recibido de Dios un cuerpo, ––ha nacido, se ha hecho hombre––, interpretando el salmo dice: “Dios no quiso victimas, ni ofrendas", no quiso regalitos, sino quiso que Cristo su hijo le obedeciera hasta hacer su voluntad.
Si preguntamos a los padres de familia: ¿prefieren que su hijo les mande siempre algún regalito? o ¿prefieren ver que su hijo va por buen camino y haciendo el bien? Evidentemente la respuesta es ver que su hijo va por buen camino, por tanto, Cristo es el hijo amado en el que el Padre se complace, porque entendió perfectamente desde el inicio de su misión que si Dios le había pedido encarnarse en el seno de María, fue para cumplir la voluntad de su Padre.
Con esto podemos descubrir que al hacer la voluntad del Padre, caminamos hacia el bien, hacia la felicidad, esto es algo que hoy en nuestra sociedad es difícil comprender, porque la obediencia ahora ha quedado relegada, marginada del pensamiento del desarrollo humano y se ha pensado que va contra la libertad, contra el derecho humano de decidir lo que uno piensa que debe hacer. En esa paradoja; entre la obediencia y la libertad se juega el camino de la fe, por ello, vemos con tristeza que muchas personas terminan abandonando el camino de la fe, porque están imbuidos de ese espíritu, ––tienen una falsa interpretación de la libertad––.
La libertad no es simplemente tener la capacidad de decidir, sino que por la razón, ––por contar con la capacidad de ser racional que tiene la mente––, nuestra libertad está hecha para que descubramos el bien y lo realicemos. La libertad no es para elegir el mal, de lo contrario, nuestro creador no nos hubiese dado esta mente, este cerebro, nos hubiese dejado como lo ha hecho con tantos animalitos que tiene la creación, ellos no tienen libertad pero instintivamente reaccionan para lo que fueron creados, ¡el ser humano no reacciona así!
¿Por qué Dios nos da la liberad y nos va exigir la obediencia? porque la obediencia nos llevará al conocimiento del Padre, si queremos amar a Dios nuestro Padre, tenemos que entenderlo, conocerlo, a esto ha venido Jesucristo, a descubrirnos el rostro del Padre, el rostro misericordiosos de Dios nuestro Padre.
Al escuchar a Cristo, al escuchar su Palabra, también podemos descubrir lo que Dios quiere de nosotros y cuando hay este entendimiento abierto para conocer al otro, se produce el ejercicio de la libertad ¡porque quiero el bien y quiero intimar con quien me ama! Vemos que no están separadas sino que están en intima relación “obediencia” y “libertad”, una obediencia que se ejerce en la libertad es una obediencia que nos conduce al amor. Éste es el misterio de nuestro modo de operar humano y eso es lo que hizo Jesucristo pues él mismo lo dijo: “No quisiste víctimas ni ofrendas”, ni más regalitos, lo que quisiste al darme este cuerpo es para que yo te dijera: “aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”. La ofrenda del cuerpo de Jesucristo nos ha santificado a todos, pues nos ha abierto el camino.
En el Evangelio de hoy vemos a dos mujeres que descubren lo que Dios ha hecho en ellas, incluso María que ha sido obediente y libre al decirle al Señor: “hágase en mí según tu Palabra”, fue obediente y libre. Fruto de esa respuesta, quedó poseída por el Espíritu Santo, Isabel siendo estéril ve que se ha roto su esterilidad al concebir un hijo, y se pone feliz.
Estas dos mujeres se encuentran dice el texto: “el niño que llevaba Isabel en su seno saltó de gozo”, viene la alegría, cuando dos personas que han sido obedientes y con toda libertad le van respondiendo a Dios y lo descubren en su interior y además lo comparten, ––María se dirige presurosa a la casa de su prima al enterarse que ésta iba a ser madre––, se da este encuentro en donde ambas se ven llenas del espíritu de Dios.
Eso es la Iglesia, nosotros hijos de Dios descubrimos lo que Dios hace en nuestra persona, lo compartimos, sabemos que no es para que se quede en un recuerdo interno, más bien es para compartirlo con el otro y a su vez el otro también dirá lo que el Espíritu de Dios está haciendo en él. La Iglesia es la vida de los hijos de Dios que se llenan de alegría y de gozo al contemplar lo que Dios va haciendo en el mundo por nosotros, ––a partir de nuestros cuerpos––, a partir de cada uno de nosotros, pues para ello nos dio este cuerpo, para que expresemos lo que llevamos dentro.
Hermanos estamos ya muy cerca de la Navidad, estamos a unos días de volver a recordar que Cristo entró en el mundo, recibió un cuerpo para hacer la voluntad del Señor, escuchamos en la primera lectura: “de ti Belem, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel”. Desde la pequeñez, desde las sencillez, desde la humildad de nuestra persona ––como lo dice el texto––, surgió Jesucristo. Así también de cada uno de nosotros que le vamos respondiendo al Señor en libertad para vivir obedientes a la Palabra de Dios, ––a la escucha del Maestro, a la puesta en práctica de esta escucha––, allí hará grandes cosas el Señor, desde nuestra pequeñez.
No tengamos miedo a manifestar lo que el Señor hace en nosotros, ya que desde esa comunicación él hará maravillas como dice María: “en mí el Señor ha hecho maravillas". Que Dios nos conceda en esta nuestra Iglesia de Tlalnepantla, en estas nuestras comunidades parroquiales, que al promover ésta comunicación de la vida interna y espiritual de todos nosotros en pequeñas comunidades, llenarnos de alegría como María e Isabel y que aprendamos a transmitir al mundo de hoy lo hermoso que es abrir nuestro interior a quien también comparte la misma fe que yo. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla