“¿No debías tú también haber tenido misericordia?”
Mateo 18, 21-35
La “misericordia” como su nombre lo indica es tener esta sensibilidad interior de entender lo que le está pasando al otro o lo que le ha pasado, es decir, ––ponerse en los zapatos del otro––, la misericordia es entender al otro por amor, porque se le quiere, se le ama. Por eso el Padre nos ama y tiene misericordia de nosotros, nos ha creado por amor, nos ha dado la vida porque quiere que seamos sus hijos, por ello actúa con nosotros misericordiosamente.
Esto lo ha establecido en la naturaleza del mismo hombre al crear la familia, papá y mamá quieren demasiado al hijo que han engendrado, ––lo aman––, una buena madre y un buen padre jamás dejaran de querer a su hijo, independientemente de la conducta que éste tenga. En ocasiones nos parece incomprensible ––por ejemplo–– que un hijo drogadicto que está haciendo mucho daño en casa al perder la conciencia y la razón, la madre lo siga amando y siga estando al pendiente de él, más aun, siga buscando caminos para recuperarlo, muchos al ver esas situaciones con facilidad dicen: “ese hijo ya está perdido, ya no tiene remedio”, sin embargo, en el corazón de la madre es su hijo, perdido o salvado, es su hijo y nunca dejará de amarlo, ––éste es el amor de Dios nuestro Padre––.
Una madre que pasa esto con su hijo le causa un dolor tan fuerte que puede llevarla a la muerte, ––pero casi siempre las mamás resisten––, eso lo he constatado encontrándome a muchas mamás en situaciones semejantes donde tienen la fortaleza para tener vida y estar pendientes en ese hijo y después éste muere, al poco tiempo muere la madre, pero tuvo la fortaleza de resistir hasta el último momento, ––éste es el amor––. El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, es lo que el papa Francisco nos está diciendo una y otra vez, la Iglesia es “Madre” “Maestra”, tiene a sus hijos, y tiene que mostrar la misericordia de Dios nuestro Padre.
Nosotros los sacerdotes y Obispos somos los responsables de que la Iglesia como institución, esta comunidad eclesial, manifieste el amor del Padre, ¡está en nuestras manos! Por ello esta escena del Evangelio nos vendrá muy bien retomarla con frecuencia, no solamente hoy al inicio del año de la misericordia o cuando lo sugiera la liturgia. Fijemos nuestra atención en el texto, Pedro es quien pregunta porque se ve que ha seguido de cerca al Señor y va viendo cómo manifiesta esa misericordia y cómo está dispuesto siempre a perdonar. Pedro quiere seguir al maestro, sin embargo, quiere tener control de su conducta para ver si va bien o va mal, ––nos pasa a todos––, los seminaristas sin lugar a duda, cuando están en el seminario están pendientes de sus formadores para ver si van bien o mal o hasta dónde se puede o hasta dónde no se puede, ––así era Pedro––, los sacerdotes con el Obispo, toman actitudes similares, ––si le digo esto, haber si consigo lo que quiero o no––, es decir, estamos más pendientes de esta formalidad del cumplimiento, de mi obligación, de mi ministerio que de lo que pide Pedro: ¿cuántas veces tengo que perdonar?
¿Hasta siete veces Señor? Estaba establecido en la época de Jesús que bastaba con perdonar tres veces y con ello se mostraba la generosidad ante Dios, Pedro se va hasta siete, más del doble de lo que se tenía como una generosidad propia del buen israelita “siete” ––pensó Pedro––, el maestro me va a decir que estoy excelente, me va a poner un diez, ¿Señor cuántas veces tengo que perdonar? ¿Siete veces? ¡No Pedro, setenta veces siete! Número de plenitud, el siete multiplicado para ser setenta veces siete es ¡siempre!
Veamos la escena del Evangelio en su contenido, Jesús inicia diciendo que este rey tiene la capacidad de entender a quien le pide que tenga piedad que todo se lo pagará, la acción del rey es preciosa porque no le dice: está bien te daré un año más, o tantos meses para que me pagues poco a poco, ¡No!, viene la plenitud de la magnanimidad, viene la misericordia, había dispuesto que lo vendieran a el servidor, a su mujer, a sus hijos y a todas sus posesiones, para saldar la deuda, sin embargo, el servidor le suplica, “ten paciencia”, ––sólo pidió paciencia––, y promete pagarle todo, el servidor recibe el perdón de toda la deuda, es decir, el rey contempló a su servidor, y se dijo: “yo en su lugar”, e inmediatamente pensó: “no puede ser” al instante le perdonó la deuda.
La parábola empieza magníficamente, un gesto de bondad y generosidad increíble, impensable en nuestro mundo, ––cómo resolvemos nuestras deudas––, pero qué pasa cuando no aprendemos la lección. Quiere decir: éste hombre entendió que había encontrado en el rey una empatía que le favoreció, ––me imagino que salió de la corte diciendo: que suerte tuve, ya la hice, convencí al rey y se portó a la altura conmigo––, lo vio como un beneficio para él, algo que consiguió él, pero no vio que era algo que había que aprender para vivirlo.
¿Cuántas veces también pensamos que conseguimos cosas en nuestros diálogos con la autoridad para nuestro beneficio? Sin pensar que son gracias de Dios para reproducirla en otros con la misma generosidad. Esto es perdonar hasta setenta veces siete, tener siempre el corazón abierto para entender al otro, para amarlo.
Cuando vemos la parábola, podemos advertir que está dicha por Jesús como un ejemplo de la necesidad del perdón y ¿qué es lo que vemos en el desarrollo de ella?, empezó con el perdón y termina: Aquel servidor se encontró con uno de sus compañeros, lo agarró por el cuello, lo estrangulaba diciendo: “págame lo que me debes” el otro le suplicaba: “ten paciencia conmigo, te lo pagaré todo” y éste no quiso escucharlo sino que lo metió en la cárcel. ––No quiso escucharlo–. Sus compañeros se llenaron de indignación y fueron al contarle al rey lo sucedido. El rey también se indignó.
La parábola nos abre una mirada a tantos casos similares, una buena dinámica iniciada de perdón que no es continuada se convierte en una espiral negativa de castigo y de muerte, es decir, ¡nos necesitamos!, necesitamos generar ese dinamismo, no podemos quedarnos tranquilos sólo con perdonar, se necesita que también el perdonado a su vez aprenda a perdonar, quizá es más fácil ser perdonado, pero ¿aprender a perdonar?, de lo contrario se frena el dinamismo de la misericordia. Esta pedagogía que nos plantea la parábola en negativo, es decir, no basta con quedarnos tranquilos diciendo: “yo soy muy generoso, yo si lo perdono”, debemos tener discípulos, como Jesús y Pedro, Pedro le preguntó porque él quería ser como su Maestro.
No podemos quedarnos con nuestra experiencia personal de sentirnos amados por el Padre y perdonar a la vez, sino tenemos que generar esta escuela de discipulado que permita un proceso distinto al de la parábola, donde un perdonado se convierta en un perdonador y viceversa para que exista vida. Sin lugar a duda el Papa Francisco esta pidiéndonos esto en la Iglesia para este año de la misericordia, nos pide que trabajemos por hacer de la Iglesia una escuela que enseñe la espiral de la misericordia, que estemos pendientes de generar éste dinamismo propio del amor. Ésta es responsabilidad nuestra, particularmente de los Presbíteros y de los Obispos.
Al encontrarnos en la escuela de los Presbíteros ––en el seminario––, pidamos la misericordia para nosotros, que tomemos conciencia que no solamente es para “mí” en lo personal, sino que es para “nosotros” en la Iglesia. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla