“Encontraron a Jesús en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y haciéndoles preguntas”
Este relato del Evangelio que acabamos de escuchar para meditar hoy, en el que también celebramos la Sagrada Familia, sobre todo para aplicar el ejemplo de esta Familia a nuestra vida familiar que hoy en día está en crisis. Tomaremos tres elementos para entender primeramente, lo que vivieron como Sagrada Familia, y luego, cómo lo podemos hacer vida en nuestra propia experiencia de familia.
Primeramente encontramos que los padres de Jesús y el mismo Jesús se ponen en camino para participar en una peregrinación festiva, van al templo, Jesús aprende de sus padres estas tradiciones religiosas de su tiempo y las vive. El segundo elemento que encontramos es que Jesús se queda en el templo para tener este diálogo con los doctores de la ley, los escucha y les hace preguntas. Y el tercer elemento es la respuesta que deja desconcertados a José y a María cuando Jesús es cuestionado por su Madre quien le dice: “Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros?” pues se quedó en Jerusalén, a lo que Jesús respondió: “¿no sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?”.
Estos tres puntos nos ayudan a ver que la Sagrada Familia primeramente; aprendió a participar con el pueblo de la peregrinación de la fiesta y a asistir al templo, con esto entendemos el espíritu de oración, sin duda María enseñó al niño Jesús a orar y a dirigirse a Dios desde pequeño, por ello Jesús no solamente se ve participando de esta peregrinación, sino también quedándose en el templo interesado en conocer más sobre esa misma fe y preguntándo a los que sabían, a los Doctores. Desde luego encontramos que; ––“el diálogo”––, consiste en la escucha y también en las preguntas y respuestas. Finalmente; es un Jesús que ante todo su interés es descubrir su propia vocación, y el mismo dirá que busca las cosas de su Padre. ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Para qué me ha dado ésta vida? ¿Qué me va a pedir? ¿Cuál es mi misión y cómo debo cumplir a Dios mi Padre a quien me dirijo en la mañana, a quien me estoy encomendando continuamente y de quien estoy recibiendo la vida?
Veamos cómo esto que hemos descubierto en el Evangelio lo podemos aplicar en nuestra vida de Familia.
Primero, en la participación de peregrinaciones, ––tal como lo hacemos hoy en este día que celebramos también al Señor de las misericordias, recorreremos nuestras calles, como también vamos de peregrinación a la basílica de Guadalupe––, así muchas más peregrinaciones que nutren nuestra fe, haciéndolas en Familia para recordar que somos peregrinos, que vamos a la casa del Padre. Sobre todo, integrar a niños, adolescentes y jóvenes de nuestra familia para aprender a orar desde el seno de la casa, para no perder esa tradición cristiana que recibimos muchos de nosotros cuando nuestra mamá nos enseñaba desde pequeños cosas elementales de nuestra fe, por ejemplo; hacer la cruz con nuestras manos para persignarnos y hacer las primeras oraciones.
Segundo, el “dialogo”, particularmente entre los niños y adolescentes surgen las preguntas como en el niño Jesús, quieren saber sobre la fe y sobre la vida, en ocasiones los padres de familia no encuentran esos ámbitos de diálogo, tenemos que esforzarnos para que en nuestra propia Familia podamos hablar de éstas cosas de la fe, de la vocación y de lo que Dios quiere de nosotros. “Escuchar”, “preguntar” y “responder”.
Tercero, ante todo descubrir la propia vocación, ¿qué quiere Dios de mi?, los padres de familia conocen a sus hijos y los hijos van conociéndose en el reflejo de sus padres, desde ahí a la luz de las habilidades, capacidades, inclinaciones, tendencias positivas, valores, necesitamos ayudar a los hijos a que descubran cuál es la vocación que Dios tiene para ellos.
En la primera lectura veíamos cómo Elcaná y Ana van también en procesión a Jerusalén llevando sus ofrendas, llevan su diezmo, llevan su participación al sacerdote y entregan la mayor ofrenda, “el hijo que ha pedido Ana”, habiendo sido por muchos años estéril para consagrarlo al servicio del Señor. Samuel va a encontrar ahí en el templo su propia vocación de profeta.
Nosotros por el bautismo somos llamados a ser profetas, es decir, a interpretar los acontecimientos de la vida para descubrir qué es lo que Dios quiere o lo qué Dios nos quiere decir a partir de los acontecimientos de nuestra vida.
En la segunda lectura, descubrimos estas afirmaciones del apóstol San Juan: “somos ya hijos de Dios”, pero esa manifestación de nuestro ser hijos es un proceso, y nos lo dice con toda claridad: “ya sabemos que cuando él se manifieste vamos a ser semejantes a él porque lo veremos tal cual es”, es decir, somos ya hijos de Dios pero está en desarrollo, está en proceso y depende precisamente de nuestras respuestas que se vaya manifestando en nosotros la presencia de esa filiación divina.
Por último, tomando esa frase al final del Evangelio: “su Madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas y Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres”. Cómo nos ayuda conservar las cosas en el corazón, es decir, tener memoria, recordar nuestra infancia, nuestra niñez, nuestro caminar en la vida,en la adolescencia, en la juventud, en nuestra madurez, llegaremos a ser ancianos a ejemplo de María, conservando las cosas en su corazón pudo entender ese drama difícil de la muerte de su hijo en cruz, ––injusta––, pero descubrió que a través de esa entrega mostraba el amor de Dios a los hombres.
Nuestra historia, nuestra memoria, la debemos recoger a lo largo de nuestra vida y también como Jesús, desde la cotidianidad debemos ir creciendo, no esperemos cosas extraordinarias, cosas angelicales, cosas que están fuera de nuestro caminar de la vida, sino en las mismas cosas ordinarias, descubrir la presencia de Dios. Que el Señor nos ayude a imitar a la Sagrada Familia para que podamos mostrar en nuestra persona que ¡somos hijos de Dios! Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla